
Hoy, 29 de octubre en que tengo el privilegio de pisar el 80º peldaño de existencia, me asiste toda gratitud imperecedera al Creador por haber hecho posible que mis progenitores: Jaime Sprockel y Rebeca Mendoza, a los 65 años mi padre y 45 años mi madre, me hayan traído a este mundo y que me concediera dos oportunidades de vida. Al igual que me prodigara el núcleo familiar que tengo integrado por mi abnegada y fiel esposa, mis amados 4 hijos, los queridos 16 nietos y mis adorados 3 bisnietos.
Al llegar a los 80 años se dan ciertas transformaciones que ocurren sin importar cuánto intentes evitarlos. No es algo repentino ni una tragedia inevitable, es un conjunto de cambios naturales que marcan etapas sucesivas en la vida, etapas en las que lejos de ser el principio del final, pueden ser el inicio de una sabiduría silenciosa que antes no era tan visible. Muchas personas descubren que el pensamiento profundo y la contemplación de ser, se convierten en placeres antes olvidados, porque esa lentitud que algunos notamos en la mente no significa deterioro, ni una señal de alarma; es simplemente una adaptación natural del cerebro que ha vivido décadas intensas de aprendizajes, emociones y experiencias que no se pierden.
El conocimiento adquirido, el vocabulario acumulado y la comprensión profunda del mundo suelen mantenerse firmes e incluso expandirse, ya que las relaciones sociales y la actividad física juegan un papel fundamental a la salud cognitiva. De ahí que hay que aprovechar, a esta vertiginosa edad, la riqueza de todo lo que aun podemos experimentar con la mente y el corazón abierto. La clave está en valorar lo que queda sin perder de vista lo que se fue.
A esta edad del ocaso de la vida que nos obliga a meditar, a ser retrospectivo y resiliente, debemos ser optimistas para repeler lo negativo que nos agobia, no debemos tirar la toalla de nuestros sueños que podemos aun transformarlos en proyectos de vida. Hay que mantener la ilusión y la confianza. Buscar cosas que tengan sentido, no claudicar para seguir existiendo y extirpar el estrés crónico que nos pretende atrapar. Debemos propender vivir los últimos años como quisiéramos que nos recuerden después de muerto.
Parangonando una de las espirituales homilías del Papa León XIV, podemos decir que envejecer no es perder valor, ser adulto mayor revela propósitos. No estás en decadencia, estás en plenitud. Vivir más años es llevar sabiduría, cada arruga es una batalla ganada y una lección escrita en plata. Es un milagro que no todos alcanzan, eres testimonio que Dios sigue escribiendo, aunque muchos ya no lean. Envejecer es un privilegio, un regalo no una vergüenza. El mundo idolatra la juventud, pero el cielo honra la experiencia. No hay que quejarse de todo y por todo, hay que hablar de sueños para ser inspiradores de los que nos rodean. No permitas que el miedo obstaculice tus sueños. No se trata de callar lo que sentimos, sino de enriquecer lo que queremos decir y hacer.
En el trasegar de esos 80 años muchas personas sienten un deseo natural de revisar su historia, de reconciliar con el pasado y reflexionar sobre el legado que desea dejar o simplemente se aprende a perdonar y agradecer; lo que transforma su manera de estar en el mundo. Se aprende aceptar los cambios físicos y emocionales sin resistencia, con elegancia, con actitud serena pero no con resignación sino más bien con estoicismo. Hay que ver la vejez no como un declive, sino como un espacio de sabiduría, de pausa intencionada y de reconexión con que realmente es importante. Se acepta que los círculos sociales cambian con el paso de los años, vemos la reducción como una perdida lógica de nacer y morir, y la entendemos como una evolución natural. Se prioriza la calidad por encima de la cantidad, lo que más se valora y es prevalente no cuántos amigos tienes, sino cuántos realmente te escuchan, son sinceros, te entienden, te aprecian y te acompañan sin juicios ni prejuicios.

En esta octogenaria etapa de existencia se presume haber realizado muchas cosas y acciones, pero al hacer un objetivo inventario nos percatamos que han sido pocas por las oportunidades que nos ha deparado el misericordioso Todopoderoso, como también se hace alarde de saber mucho, pero parafraseando al sabio filósofo griego Sócrates “Solo sé que nada se”, concluimos que creemos saber tanto que nada sabemos, estamos siempre aprendiendo sobre lo aprendido. Los saberes y experiencias tienen valor social y académicos sólo cuando sin egoísmos los compartimos. Se es consciente que los pecados, errores y equivocaciones cometidos en el pasado, de los que se hace acto de contrición y espían con penitencias ante Dios, se pagan en el presente a un alto precio con intereses que no dejan proyectar el futuro cuando no se fue capaz de capitalizar las oportunidades del pretérito. Así como se transita por el marchitamiento del apetito sexual, pero florece el ávido deseo del amor por los que de cerca nos rodean.
La prevalencia al tener la dicha de llegar a cumplir 80 años por la providencia del Señor, que le doy infinitas gracias por haberme dado dos oportunidades de vida, debe ser de tranquilidad y estabilidad familiar. Con valentía y decisión a las debilidades imprimirles fortalezas y a las amenazas enfrentarlas con oportunidades. Se aprende a ser coherente entre lo que se piensa y expresa, lo que dices y haces, como entre lo que se predica y práctica. Se decide a no ufanarse en pregonar quienes fueron nuestros abuelos, sino más bien en ocuparse quienes deberán ser nuestros nietos y por ende los bisnietos.
A esta vertiginosa edad no se debe pensar en la muerte sino a que ella piense en uno. Hay que estar preparado para recibir la parca inexorable de la vida porque llegará en cualquier momento que lo decida quién nos creó, haciendo tránsito para rendirle cuentas de lo bueno, lo malo y lo feo de los hechos y acciones durante el tiempo terrenal que generosamente nos dio. En este avanzado ciclo vital no hay tiempo que perder, no se puede dar el lujo de aplazar las cosas para mañana y el después, hay que hacerlas en el hoy y en el ahora.
Como epilogo a estas introspecciones de corazón abierto, hago alusión al sabio pensamiento del expresidente estadounidense Abraham Lincoln “Si no quieres perderte en el olvido tan pronto hayas muerto, haz cosas dignas de escribirse o escribe cosas dignas de leerse”. Haciendo mérito a lo último, me permito presentarles esta obra de mi autoría titulada “Meditaciones a mis 80 años” concebida en dos ejes temáticos: Columnas de Opinión, artículos publicados en los últimos 20 años (2005-2025); y Frases para Reflexionar, inspiradas en vivencias a través del tiempo y cotidianas relaciones dialógicas con mis semejantes, concluida con mensajes de sabios pensadores.






