Edicion julio 8, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

Los hijos del arte caminan descalzos

Los hijos del arte caminan descalzos
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Columnista - Delia Rosa Bolaño Ipuana
Columnista – Delia Rosa Bolaño Ipuana

La Pluma Dorada plasma la página en blanco con la tinta fina de su pensamiento, inspirada en aquello a lo que le da vida y esencia: el arte, la cultura, la formación. Escribir sobre la cultura en La Guajira y en Colombia es escribir con la piel erizada, con el alma de pie y con la dignidad herida, pero todavía intacta.

La cultura en nuestro territorio se levanta cada día con el olor del barro que se convierte en escultura, con los trazos de colores en las paredes que hablan, con los cuerpos que danzan sobre el polvo del olvido, con la música que resiste en cada tambor, en cada acorde, en cada garganta que canta aunque no le den ni un vaso de agua. Se expresa en la palabra que narra lo que fuimos y soñamos ser, en la literatura que reconstruye memoria, que denuncia, que acaricia, que salva. 

Los artistas —pintores, escultores, músicos, bailarines, escritores, teatreros— son sembradores de conciencia. Cada uno, desde su lenguaje, desde su estética, transforma el dolor en belleza, y la belleza en verdad. Son ellos quienes entienden que la cultura no es un adorno ni una fiesta de tarima, sino la columna vertebral de los pueblos, la semilla del pensamiento crítico, la herramienta para la paz y la transformación. 

Pero… ¿cómo ven la cultura quienes llegan a los cargos por favores políticos, sin una sola hora vivida en la piel del arte? ¿Qué sabe de sensibilidad quien solo mira la cifra? ¿Qué puede aportar quien jamás ha sido atravesado por una canción, un poema, una obra de teatro o una pieza de danza que te sacude el alma? 

Muchos de ellos —puestos por alcaldes, gobernadores o presidentes para justificar una cuota, una lealtad o un negocio— desconocen por completo la función social, espiritual y política del arte. Se inventan actividades de escritorio, hacen invitaciones donde aparece un solo artista junto a una larga comitiva de familiares y funcionarios. Viajan con el pretexto de “gestionar cultura”, cuando en realidad van a justificar presupuestos en hojas llenas de mentiras, mientras el verdadero artista sigue sobreviviendo sin medios, sin honorarios, sin escenarios. 

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Es una práctica común: los recursos llegan, pero no a quien crea ni transforma, sino a quien administra el juego del poder. Y esta Pluma Dorada —como muchas otras voces honestas en La Guajira y el país— ha visto de cerca cómo este abuso constante condena a niños y jóvenes con talento a caminos oscuros, porque no hay programas reales que los reconozcan, los formen, los impulsen. Pero claro, no es culpa de los improvisados funcionarios; es que no tienen idea de lo que significa arte y educación articulados, como sí lo entienden en los países donde la cultura se respeta, se protege y se proyecta. 

En Francia, Alemania, Japón, España, Corea del Sur, Noruega, Canadá, por mencionar algunos, existen sistemas sólidos de formación artística desde la infancia. Hay empresas privadas que patrocinan a sus artistas, ministerios que reconocen su trabajo, instituciones que invierten en que estos viajen y compartan su talento con el mundo. Allá el arte es símbolo de desarrollo, no un lujo ni una excusa. 

En Colombia, en cambio, las invitaciones a eventos culturales parecen más bien excusas para el turismo oficial. Se repiten los mismos artistas cercanos a las administraciones, se viaja con amigos, con parejas, con el séquito. Se usan imágenes ajenas, trabajos de artistas a quienes nunca se reconoció, para rendir informes con fotos falsas, discursos vacíos y cifras maquilladas. Como lo ha dicho el maestro wayuu Joaquín Ramón Prince, artista incansable y ejemplo de dignidad, que ha visto cómo han usado su obra sin siquiera ofrecerle una silla, un honorario, una gratitud. 

Así andamos. Los artistas crean en silencio, mientras otros se hacen ricos a costillas de sus ideas. Pero también están quienes no se rinden: los que siguen enseñando desde una ranchería, desde su comunidad, los que pintan murales para no olvidar, los que organizan festivales o actividades culturales con las uñas, los que escriben desde la resistencia y la esperanza. 

La cultura no es entretenimiento ni ornamento. Es dignidad, es memoria, es raíz, es posibilidad de futuro. Es una forma de justicia poética en territorios tan heridos como los nuestros. Y aunque el poder pretenda usarla como disfraz, la cultura verdadera no se domestica: siempre encontrará una manera de decir, de brillar, de abrir caminos. 

Que estas líneas plasmadas por esta Pluma Dorada sirvan para sacudir conciencias, para invitar a mirar con ojos limpios lo que significa verdaderamente invertir en arte. Porque donde no hay arte, hay muerte lenta del alma colectiva. Y donde hay artistas vivos, aunque olvidados, aún hay posibilidad de renacer.

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