
19. “para que sea aceptado deberá ofrecer un macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos o de entre las cabras”. Levítico 22.
Los creyentes debemos presentar ofrendas dignas al Santísimo. El sacrificio de paz podía presentarse como acción de gracias, por el cumplimiento de un voto o de manera voluntaria. Este pasaje se enfoca en las dos últimas opciones.
Como eran ofrendas para Dios, no podían tener defecto alguno: no podían ser animales ciegos, lastimados, mancos, con verrugas, sarna o erupciones en la piel. Si hacían este tipo de ofrendas, no serían aceptadas por Dios. Sin embargo, si se trataba de un buey o un carnero que tenía de más o de menos (en otras versiones: con las patas disparejas o con alguna deformidad), podían ser usados para la ofrenda voluntaria. En la ofrenda, se veía reflejado el corazón del adorador. Si este presentaba un sacrificio con defectos era porque amaba y temía poco a Dios. Cuidémonos, pues, de no ser mezquinos con las ofrendas que le entregamos a Dios. No demos con egoísmo sino con gozo, para ser aceptados por Dios.

Dios cuida de Su creación con misericordia y compasión. El becerro, cordero o cabra que naciera, debía estar junto a su madre mamando por siete días. Solo al octavo día podían presentárselo a Dios para que Él lo recibiera. Así mismo, por misericordia y considerando el amor intuitivo de los animales, el Señor les prohíbe degollar a la madre y a su cría el mismo día.
De la ofrenda de paz, el pecho y la espaldilla derecha eran para el sacerdote que la ofreció; y el resto se lo podía quedar el adorador para que lo compartiera con su prójimo. La ofrenda en pago de un voto o la voluntaria podían ser consumidas hasta el día siguiente; pero, la de acción de gracias, el mismo día. Lo que Dios requiere de Su pueblo redimido es la santidad, y esta se puede alcanzar cuando meditamos y obedecemos diariamente la Palabra.
La santidad es el objetivo que debe seguir el pueblo de Dios que ha recibido la salvación. Esta se relaciona con la perfección. Por eso, el adorador que se presentaba ante Dios debía prepararse con pureza y el sacrificio que entregara debía ser perfecto. De este modo, no se trata de una adoración para satisfacer nuestro ego con un sacrificio impecable, sino de rendir un culto digno de Dios. Adorar a Dios es apartarse del resto del mundo.
Él hizo Suyo el pueblo que eligió y lo llamó a adorarlo. Por ende, una vida santa es consecuencia de adorar a Dios siguiendo Su Palabra. Y una adoración perfecta glorifica a Dios y tiene una influencia santa en el mundo.
Dios nos apartó para formarnos como adoradores santos. Dios les guarde.