Edicion octubre 4, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
Las formas de la diplomacia
Publicidad

Comparte

Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)
Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)

Se cuenta que Julio César afirmó que la mujer del César no solo debe serlo, sino también parecerlo. Con esta sentencia subrayaba la importancia no solo de la esencia, sino también de la apariencia, especialmente en quienes ejercen cargos de alta responsabilidad. De igual modo, el presidente de Colombia no solo debe ejercer su cargo, sino también demostrarlo dondequiera que vaya, manteniendo la dignidad de su investidura. Gustavo Petro es jefe de Estado y nos representa a todos los colombianos; si ridiculiza su investidura, expone a la nación a la crítica internacional. En política y diplomacia, las formas son esenciales. No siempre conviene decir lo que se piensa, y cuando se hace, debe cuidarse la manera de expresarlo con un lenguaje adecuado, que guarde el decoro y esté a la altura de la dignidad del cargo.

Sentí pena ajena al ver la intervención de nuestro presidente ante un auditorio casi vacío, en el marco de la 80.ª Asamblea General de la ONU, el pasado 23 de septiembre en la ciudad de Nueva York. No me voy a referir a la vestimenta utilizada para la ocasión (considerada por algunos inapropiada), porque sería un comentario frívolo, sino a sus declaraciones, que me parecieron vacías y sin trascendencia, aunque sus consecuencias están por verse.

Se supone que un presidente debe ocuparse primero de los asuntos que competen a su país y, después, de los problemas de otros y de las situaciones que afectan al mundo. No fue acertado el tono belicoso con el que confrontó directamente al gobierno de los Estados Unidos y a su presidente, Donald Trump.

Publicidad

Es inadmisible afirmar que la política antidrogas de ese país hacia Colombia contaba con la asesoría de colombianos vinculados al narcotráfico. Del mismo modo, resulta improcedente asumir el papel de emisario de Nicolás Maduro y respaldar a un gobierno ilegítimo como el de Venezuela. Sostener que es falso que el “Tren de Aragua” sea una organización terrorista, proponer que el presidente Trump sea juzgado por combatir el narcotráfico en aguas internacionales y sugerir la creación de una fuerza armada internacional para intervenir contra Israel son posturas que evidencian lo inadecuado de la posición de Petro en el contexto de la geopolítica actual.

El presidente volvió a ser objeto de burlas en Naciones Unidas. Su famosa frase de 2022, “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”, aún provoca desconcierto. Sus discursos de 2023 y 2024 no mejoraron su imagen: acumularon críticas y pocos elogios.

Su último discurso como mandatario era la oportunidad de reivindicarse ante Colombia y el mundo. En cambio, resultó insulso, vacío y marcado por la confrontación, claramente influido por la reciente descertificación de Estados Unidos sobre su gestión en la lucha contra las drogas. Más que un mensaje de estadista, sonó a venganza personal.

Seamos claros: ¿quién va a tomar en serio a Petro cuando afirma que el “Tren de Aragua” no es una organización terrorista, pese a la evidencia y las declaraciones de varios gobiernos? ¿Quién respaldará su idea de crear una fuerza multinacional para enfrentar a Israel? ¿Quién apoyará su intento de juzgar a Donald Trump por destruir lanchas cargadas de narcóticos en aguas internacionales? ¿Quién puede creer que asesores colombianos de la política antidrogas de Estados Unidos sean aliados del narcotráfico? Decir todo eso no tenía sentido. La prudencia indicaba que tales planteamientos carecerían de eco internacional y que nadie respaldaría propuestas tan inviables. Petro optó por la provocación en lugar de la estrategia, y el resultado es evidente: ningún mundo serio le da crédito.

Vi a un presidente desesperado, frustrado porque su discurso ambientalista no caló en las potencias dependientes de los hidrocarburos. Su insistencia en el “cambio climático” no encontró eco. En síntesis, vi a un presidente derrotado, consciente de que no tendrá otra oportunidad, como las estirpes condenadas a cien años de soledad en Macondo. Su cuarto de hora terminó. A diez meses del final de su gobierno, no tiene nada valioso que mostrar: su gestión transcurre sin pena ni gloria, mientras el país se hunde en el caos. Más humillante aún fue ver que, en la solapa de su blanca guayabera, no llevaba la bandera tricolor de Colombia, sino una con los colores rojo, blanco y negro, símbolo de “guerra o muerte”.

El punto culminante de su discurso fue el abandono de la delegación de Estados Unidos, justo cuando Petro acusaba sin pruebas de una supuesta alianza entre capos del narcotráfico y el gobierno de Trump, un episodio bochornoso.

Lejos de ser recordado por su oratoria, la historia lo retendrá por propuestas inviables y reclamos que muestran a un mandatario que no estuvo a la altura de gobernar Colombia ni de aspirar a liderar el mundo. La promesa de cambio nunca llegó.

Publicidad

úLTIMAS NOTICIAS

Noticias Más Leídas

Publicidad
Publicidad