Edicion octubre 16, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
La verdadera historia
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Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)
Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”
— La Biblia, Juan 8:32

La historia nos informa sobre lo que ocurrió en el pasado, pero, a veces, los hechos se distorsionan o la verdad se tergiversa u oculta, y no se cuenta lo que realmente pasó ni cómo sucedió. Durante años se nos enseñó en la escuela que el 12 de octubre de 1492 Colón pisó América, descubriendo un nuevo continente. En honor a esa fecha, cada 12 de octubre se conmemora el Día de la Raza, llamado así para simbolizar el mestizaje cultural entre Europa y los pueblos indígenas americanos.

Así nos educaron y crecimos convencidos de que Cristóbal Colón descubrió América, afirmación incompleta a la que debería añadirse que ese “descubrimiento” se produjo solo para los europeos, que hasta entonces conocían únicamente Europa y Asia. La verdad es que América no fue descubierta aquel día: Colón llegó a un continente que ya existía y estaba habitado por diversos pueblos aborígenes, como los mayas, incas, aztecas, caribes, chibchas y otras culturas originarias.

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Ayer se celebró en Colombia el día del “descubrimiento” de América, es decir, el Día de la Raza, un hecho considerado real en el imaginario colectivo, pero que, en honor a la verdad y no a la historia, debe entenderse como una invasión al territorio de las tribus aborígenes americanas. Después, con la excusa de civilizar a los “indios”, como los llamó Colón, vino la imposición violenta de una cultura extraña a los nativos, a punta de sangre y fuego, obligándolos a cambiar sus tradiciones y creencias.

No hubo tal “descubrimiento”, sino una invasión al territorio sagrado de los antiguos habitantes, para colonizarlos, arrebatarles sus tierras y riquezas, y dominarlos hasta convertirlos en esclavos. Con la Biblia en una mano y la espada en la otra, los forasteros españoles les impusieron la creencia en un Dios extraño para ellos; y, si se rebelaban, eran aniquilados.

Investigaciones serias calculan que entre 50 y 100 millones de personas vivían en América antes de 1492. Tras la llegada de Colón, esas mismas investigaciones estiman que murieron entre 50 y 60 millones de indígenas; es decir, en poco más de un siglo, la población indígena se redujo en más del 90 %. Un verdadero genocidio humano. No fue un descubrimiento: fue un genocidio, disfrazado eufemísticamente de “descubrimiento”.

Pero ¿quién era Cristóbal Colón? Era un navegante aventurero y ambicioso que intentaba encontrar una ruta marítima entre dos continentes, Europa y Asia (llamada entonces “las Indias”), para hacer menos riesgoso el transporte de mercancías, que en esa época era peligroso por vía terrestre. Colón, en su imaginación, creía que no existía más tierra entre Europa y Asia, sin saber que había otro continente: América. Así fue como, por equivocación, llegó a estas tierras, a las que precisamente bautizó como “las Indias”, convencido de que había llegado a Asia.

¡Y bingo! Qué suertudo fue el tipo: a la madrugada del 12 de octubre de 1492 llegó a lo que hoy se conoce como América. Cuenta la historia que arribó con sus tres carabelas —la Pinta, la Niña y la Santa María— a tierra firme, en la entonces isla de Guanahaní, hoy conocida como parte de las Bahamas.

La parte romántica de la historia cuenta que el pobre Colón no tenía el dinero para emprender tremenda aventura, así que fue a tocar el corazón de Sus Majestades, los reyes de España, Fernando e Isabel, quienes —según se dice— generosamente vendieron sus joyas para financiar el viaje. Obviamente, no lo hicieron desinteresadamente, sino movidos por la ambición de riquezas.

¡Ah!, pero la historia nunca nos contó quiénes eran las verdaderas “joyitas” que acompañaron a Colón: prisioneros de todo tipo, embarcados en aquella aventura para que, si por si acaso no lograban el éxito de la empresa, se los tragara el mar. Con tan mala suerte para nosotros que, coronaron con éxito la expedición, y ahí comenzó la tragedia para esta parte del continente americano —Latinoamérica—, una tragedia que aún hoy seguimos viviendo.

Seguimos engañados por una historia mal contada y, pudiendo rebelarnos, le rendimos homenaje al almirante Colón en gratitud por habernos “descubierto”. ¡Vaya ironía! Fueron ellos, los conquistadores, quienes mataron por millares a nuestros ancestros aborígenes, nos saquearon, esclavizaron y violaron a nuestras mujeres. Como herencia, nos dejaron muchas de las malas costumbres hispánicas que aún conservamos y que nos mantienen rezagados frente a otras culturas.

En un acto de dignidad, América debería borrar de la historia el relato con el que nos han alienado y, cada 12 de octubre, no honrar a Colón ni celebrar ningún “descubrimiento”, sino rendir homenaje a los verdaderos héroes de la historia: nuestros pueblos originarios.

Y que no se diga que esto es una idea de izquierda; los hechos reales de la historia, cuando se cuentan bien, no tienen sesgos ni ideologías.

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