La pluma plasma la pagina en en blanco con la tinta fina del pensamiento. No escribe por prisa ni por encargo, escribe porque la memoria llama. Cada linea nace inspirado en una de las grandes referentes de la mujer Wayuu, una mujer que convirtió la manta en palabra, el territorio en causa y la dignidad en camino Martha Peralta Epieyú.
Desde Monguí, tierra donde el pensamiento es dulce y el alma aprende a resistir desde la ternura, nació una niña marcada por el sol, el machismo,. Allí, donde el viajero se detiene a comprar en las chazas cargadas de dulces, donde hombres y mujeres, niños y guerreros venden azúcar hecha tradición, nació Martha. En esa tierra del Festival del Dulce, donde el azúcar no es solo sabor sino memoria, el territorio le regaló a La Guajira una hija con vocación de liderazgo y espíritu indomable.
Monguí no solo produce dulces: produce carácter. Produce mujeres que saben sostener la vida con firmeza y delicadeza. De allí emergió Martha Peralta Epieyú, mujer Wayuu mestiza tejido vivo entre raíz indigenes y herencia afrodescendiente, síntesis real de lo que somos como país. Porque en Colombia no existen razas puras: todos somos mestizos, mezcla de pueblos originarios, africanos y europeos. Negarlo es negar la historia; aceptarlo es reconciliarnos con nuestra identidad.
La manta Wayuu que Martha viste no es un accesorio. Es símbolo. Es lenguaje. Es territorio que camina. La manta Wayuu es el lugar donde la mujer teje sus sueños, donde borda la esperanza, donde protégé la memoria ancestral. Cada color habla, cada forma narra, cada pliegue resguarda la grandeza de una mujer que no se esconde ni se avergüenza de su origen. Con esa manta bien puesta, Martha salió de su territorio para ir a Bogotá a cumplir sus sueños, que el machismo no era exclusivo del desierto, sino también del centralismo que mira por encima del hombro a quienes no olvidan sus raíces.
Allí enfrentó la burla, el racismo y la ignorancia de quienes, desde el desprecio, llaman “india” a una mujer indígena, sin comprender que esa palabra solo delata desconocimiento. La mujer Wayuu es indígena, y ser indígena no es atraso: es origen, es sabiduría, es resistencia. Colombia fue primero indígena, aunque muchos hayan olvidado su memoria por comodidad o conveniencia.
Aunque algunos han intentado minimizar su historia con burlas, racismo o clasismo —como cuando se la criticó por usar la manta o por otros señalamientos sesgados— ella respondió con dignidad: recordándonos que el derecho a ser es el derecho más elemental.
Martha Peralta del partido Mais no olvidó. Estudió. Se formó. Resistió. Se levantó. Con inteligencia, gallardía y carácter, demostró que una mujer Wayuu con la manta bien puesta puede ocupar los espacios donde históricamente se nos dijo que no pertenecíamos. Llegó al Senado de la República no para alejarse de su gente, sino para ser puente; no para enriquecerse, sino para gestionar; no para callar, sino para hablar con la voz de su territorio.
Desde el primer día, la mujer de la manta bien puesta siguió tejiendo. Tejiendo gestión, tejiendo respaldo a la educación, a la cultura, a la salud, a las mujeres artesanas, a las diseñadoras, a las tejedoras de sueños. Demostró que ser senadora no le quitó humanidad, ni cercanía, ni compromiso. Que el poder no la transformó; la reafirmó.
Hoy, Martha Peralta Epieyú es más que una senadora: es símbolo. Es memoria viva. Es la prueba de que una mujer Wayuu puede enfrentar el machismo, el racismo, el centralismo y la desmemoria, y aun así mantenerse firme, digna, con la manta bien puesta y el corazón anclado a su tierra.
La historia de la mujer de la manta bien puesta continúa. Y Colombia tiene el deber de seguir leyéndola, reconociéndola y respaldándola, porque nadie nos puede volver a robar el derecho a soñar, a ser y a existir con identidad que Martha Peralta Epieyu 201 partido Mais nos regalo.
