
Afirmar que La Guajira está encaminada hacia el éxito es, cuando menos, una exageración peligrosa. Si bien se han registrado ciertos avances en infraestructura y presencia institucional, sería ingenuo —e irresponsable— sostener que este departamento está transitando una ruta clara hacia el desarrollo sostenible y real.
La verdad es otra. La Guajira sigue atrapada en prácticas culturales y sociales que, lejos de impulsar su progreso, perpetúan una visión reducida del liderazgo, del poder y del compromiso ciudadano. No se puede construir región a punta de festivales, ni medir el impacto de la gestión pública por la grandiosidad de las fiestas del 2 de febrero o por quién convoca más aplausos en una tarima.
El apego a estas dinámicas ha convertido al departamento en el bufón político de Colombia: una tierra rica en recursos, cultura y potencial, pero usada como escenario para experimentos electorales, promesas vacías y candidaturas sin contenido. Mientras tanto, su gente sigue padeciendo las consecuencias del abandono estatal, de la corrupción sistemática y de la indiferencia nacional.

No obstante, también es justo reconocer que la actual administración departamental ha dado pasos importantes en visibilizar a La Guajira a nivel nacional e internacional. Se han iniciado procesos valiosos para posicionar la región como un territorio con oportunidades, potencial económico y valor estratégico. Este tipo de acciones merecen ser respaldadas y fortalecidas. Sin embargo, es fundamental que no se queden en acciones de imagen o diplomacia, sino que se traduzcan en impactos concretos sobre el bienestar de la población.
Frente a este panorama, surge una pregunta inevitable: ¿qué podemos hacer nosotros como ciudadanos, como sociedad civil, como guajiros con conciencia crítica?
La respuesta es clara: debemos dejar de votar por compromisos personales y empezar a respaldar proyectos sólidos, con visión, liderazgo y capacidad de gestión. Ha llegado la hora de exigir propuestas concretas, no discursos decorados. Necesitamos liderazgos que piensen en el bien común, no en cuotas de poder ni en beneficios individuales.

Desde esta perspectiva, y a riesgo de recibir insultos y descalificaciones —como suele ocurrir en los debates sin argumentos— quiero expresar abiertamente mi respaldo al doctor Abelardo de la Espriella como una opción presidencial para el país y, en particular, como una figura que puede representar una oportunidad para La Guajira.
Muchos me señalarán, como ya lo han hecho antes: “ladrón”, “paraco” o cualquier otro calificativo que se repite sin reflexión. No me intimidan esos juicios nacidos del odio o del desconocimiento. Me reafirmo en lo que digo: Colombia necesita un presidente con carácter, y La Guajira necesita una ruptura con el pasado de sometimiento político.
Mi posición no nace de una emoción pasajera, sino de una evaluación serena de lo que representa Abelardo de la Espriella en el escenario nacional: un liderazgo que no se acomoda, que dice lo que piensa y que, nos guste o no, ha demostrado tener una visión clara sobre el futuro del país.

No vivo actualmente en La Guajira, y por respeto a sus realidades cotidianas, me abstengo de participar activamente en la política local. Pero como guajiro, como colombiano y como observador del devenir de nuestra región, no puedo quedarme callado cuando veo que seguimos atrapados en la mediocridad del “más de lo mismo”.
La Guajira debe despertar. Debe dejar de aplaudir a quienes le dan pan y circo, y empezar a exigir a quienes realmente pueden ofrecer transformación. Es tiempo de madurez política, de responsabilidad ciudadana y de decisiones valientes.
Y sobre todo, es tiempo de pensar, de una vez por todas, en el bien común.