
34. “Entonces Jesús, sintiendo compasión, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista y lo siguieron”.
Mateo 20.
Una gran multitud de personas seguía a Jesús y Sus discípulos, que salían de Jericó hacia Jerusalén. Dos ciegos, sentados junto al camino, al oír que Jesús pasaba, clamaron: ”¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!” (Mt. 20: 30b). La gente los reprendía para que callaran, pero ellos clamaban más fuerte. Jesús les preguntó que querían de Él y ellos no tardaron en responder que querían ver. El hecho de que ellos se hayan referido a Jesús como: ”Señor, Hijo de David”, indica que tenían fe en que Jesús era el Mesías.
A pesar de que la gente los reprendía para que callaran, ellos alzaban aún más la voz, rogándole ”que sean abiertos sus ojos”, porque tenían fe en que Él era el Mesías que había venido a salvarles. Aunque padecían ceguera física, Dios les dio visión espiritual.
Los ciegos recobraron la vista y siguieron a Jesús, convirtiéndose en Sus discípulos. Gracias a su fe, recibieron el milagro de la vista. La visión espiritual de fe los llevó a recibir la vista física. Jesús sabía que iba hacia Jerusalén para ser crucificado, sin embargo, siguió atendiendo y sanando a los enfermos. El hecho de iluminar los ojos de los ciegos, liberándolos de las tinieblas, fue un acto profético que anunciaba la salvación que el Mesías traería.

Éramos esclavos de la muerte y las tinieblas por nuestros pecados, y sufríamos ceguera espiritual. Pero Jesús murió, redimió nuestros pecados en la cruz, resucitó y abrió nuestros ojos espirituales para que veamos Su luz. Por la fe en Jesús, los ojos espirituales son abiertos para ver la luz de Su verdad, y nos convertimos en Sus seguidores y discípulos.
El pasaje nos muestra la estructura más básica de la vida de fe. Es la imagen de los creyentes que vienen delante del Señor a pedir Su gracia. No existe algo más insensato que estar en medio del dolor, y no clamar a Dios, quien tiene el poder para solucionar todos los problemas. Desde esta perspectiva, los ciegos fueron sabios. En el pasaje aparecen personas que reprenden a los ciegos. Lo extraño es que ellos no clamaban a Jesús.
¿Será porque ellos tenían vidas perfectas sin necesidad alguna? Alguien, en medio de ellos, pudo estar en una situación aun más grave que los ciegos. Sin embargo, ellos no clamaron a Jesús. Estaban junto a Jesús, pero no obtuvieron nada porque no lo pidieron. Nosotros, que siempre estamos en medio de problemas, debemos postrarnos ante Dios y clamar a Él. Debemos pedir fervorosamente la gracia de Dios. Debemos orar con dedicación poniendo nuestra mirada en el Señor que, sin duda, nos responde. Que el gozo pleno que experimentaron los ciegos al cumplirse sus anhelos, sea pleno hoy en nosotros también.
El Señor responde con Su infinita gracia cuando clamamos a Él. La gracia de Dios responde al clamor. Dios les guarde.






