La COP 29 y el colonialismo climático: ¿salvar al planeta o salvar sus privilegios?
¡Bienvenidos al show anual de la COP, ahora en su edición número 29! Este año, las luminarias del ambientalismo global se reunieron en un centro de convenciones en Bakú, Azerbaiyán, donde los discursos sobre “justicia climática” resonaron entre canapés orgánicos y vinos biodinámicos. Una vez más, nos quedó claro que el cambio climático es una tragedia, pero también, al parecer, una excelente oportunidad para que el Norte Global ratifique su supremacía moral.
Entre las declaraciones optimistas, se firmó el “Acuerdo de Acción Conjunta para la Resiliencia Climática”, un documento plagado de términos como net zero, finanzas verdes, y el ya célebre loss and damage. Palabras bonitas para decir lo mismo de siempre: los países en desarrollo deben adaptarse como puedan, mientras los emisores históricos del desastre climático juegan a los líderes mundiales.
Promesas vagas y compromisos diluidos
Entre los discursos emocionantes y las declaraciones diplomáticas, los países desarrollados renovaron su compromiso con mantener el calentamiento global “muy por debajo” de los 2 grados Celsius e hicieron un gesto simbólico hacia la meta de 1,5 grados. Sin embargo, tras 29 conferencias, la distancia entre lo dicho y lo hecho se sigue ensanchando. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) advirtió que superar los 1,5 grados nos llevará a impactos catastróficos e irreversibles: ecosistemas colapsados, millones de desplazados por desastres naturales y un planeta al borde del caos.
A pesar de estas advertencias, los compromisos de reducción de emisiones (los famosos Nationally Determined Contributions, o NDC) presentados en la COP 29 no alcanzan el nivel necesario. Al ritmo actual, nos encaminamos a un aumento de temperatura de 2,7 grados Celsius para finales del siglo. Pero no se preocupen, los países desarrollados insisten en que con “innovación tecnológica” y “mercados de carbono”, todo estará bajo control.
La financiación climática: una limosna con condiciones
Uno de los grandes puntos de discusión fue el financiamiento climático. Los países ricos celebraron el aumento del Fondo de Adaptación para las naciones vulnerables, con una cifra astronómica de 20.000 millones de dólares. ¡Qué generosos! Claro, si ignoramos que esto equivale a una fracción ínfima de los subsidios que otorgan anualmente a sus propias industrias fósiles. Las expectativas actuales se enfocan en un fondo mucho más significativo, cercano a los 250.000 millones de dólares anuales, destinados a los países del Sur Global para temas de adaptación y mitigación climática, aunque este compromiso está aún lejos de ser una realidad práctica. Esto demuestra el desfase entre las promesas financieras de los países desarrollados y las necesidades reales del Sur Global, lo que refuerza la narrativa de desigualdad estructural en las negociaciones climáticas.
Pero, ojo, no se trata de regalar el dinero: este fondo viene con condiciones, porque nada dice “justicia climática” como endeudar aún más a las naciones que apenas pueden mantener su infraestructura básica en pie. Esta cifra equivale a menos del 1% del gasto militar mundial. Además, buena parte de estos recursos no llegan como donaciones, sino como préstamos que perpetúan la dependencia económica de los países en desarrollo.
Mientras tanto, los países del Sur Global, que apenas contribuyeron al caos climático, siguen rogando por transferencias tecnológicas y financiamiento para transitar hacia energías limpias. Respuesta del Norte: “Hagan reformas estructurales y tal vez hablaremos”. Porque, evidentemente, la transición energética de un país que lucha contra el hambre debe depender de auditorías internacionales y créditos verdes con intereses.
Los líderes del Sur han señalado que, mientras las naciones ricas exigen compromisos climáticos más estrictos, ignoran que estas naciones están atrapadas en deudas externas y crisis económicas que dificultan cualquier transición energética. Por otro lado, la transferencia tecnológica prometida sigue siendo un espejismo: no hay mecanismos claros para que los países en desarrollo accedan a tecnologías limpias sin enfrentarse a costos exorbitantes.
La posición del Sur Global: justicia, no caridad
Durante la COP 29, los países del Sur Global, agrupados en coaliciones como el G77+China, defendieron con fuerza el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas. Argumentaron que los países industrializados son responsables históricos de la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero y, por tanto, deben liderar la acción climática, tanto con reducciones drásticas como con apoyo financiero.
Las demandas más destacadas incluyeron:
- Cancelación de deudas externas para liberar recursos que puedan destinarse a proyectos de adaptación y resiliencia.
- Transferencia de tecnología sin restricciones comerciales.
- Fondos de reparación por daños y pérdidas climáticas (loss and damage), especialmente para países insulares y regiones altamente vulnerables, que enfrentan extinción cultural y geográfica.
Pero la respuesta de los países desarrollados fue un silencio incómodo o, peor, evasivas diplomáticas disfrazadas de empatía.
El reloj avanza hacia el desastre
Cada año que pasa sin acciones concretas acerca más al mundo a superar el umbral de los 1,5 grados Celsius, un punto de no retorno con efectos devastadores. Entre los riesgos más preocupantes están:
- Deshielo del Ártico y la Antártida, que provocará un aumento del nivel del mar, poniendo en riesgo a decenas de millones en ciudades costeras.
- Colapso de ecosistemas claves, como los arrecifes de coral, de los que dependen millones de personas para su sustento.
- Eventos extremos más frecuentes e intensos, como olas de calor, inundaciones y ciclones que agravan la pobreza y el desplazamiento forzado en el Sur Global.
Lo irónico es que mientras las naciones en desarrollo enfrentan la peor parte de estos impactos, los países ricos, responsables históricos del problema, parecen más preocupados por mantener sus estilos de vida que por actuar con la urgencia necesaria.
Un sistema al borde del colapso
La COP 29 no solo expuso las divisiones globales; también puso en evidencia un sistema climático internacional que, más que un instrumento de solución, es un escenario de simulación. Los países desarrollados negocian desde una posición de poder, imponiendo condiciones que perpetúan la dependencia del Sur Global y evitando asumir plenamente sus responsabilidades históricas.
El colonialismo climático es una realidad, y mientras se siga priorizando el beneficio económico sobre la supervivencia planetaria, los acuerdos climáticos seguirán siendo papel mojado. El tiempo para discursos se agotó. Si no actuamos ahora, la crisis climática no será solo un desafío ambiental, sino el colapso final de una civilización que, en su arrogancia, no supo detenerse a tiempo.
Tal vez, para la COP 30, lo que necesitemos no sean más acuerdos ni fondos ridículos, sino una revolución climática que empiece por cuestionar el sistema que nos trajo hasta aquí. Porque el planeta, al igual que los pueblos del Sur, ya no puede seguir soportando tanto cinismo.