Edicion abril 20, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

José Prudencio Padilla y Jesús de Nazareth: Vidas Paralelas

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“Judas andaba con Jesús y dormía con Jesús, pero no era de Jesús”

Columnista - Luis Eduardo Acosta Medina
Columnista – Luis Eduardo Acosta Medina

En estos días trascendentales de la Cuaresma y preludio de la Semana Santa, que viene, están presentes en mi mente dos hombres que les quedaron grandes a su gente: Jesús de Nazareth y José Prudencio Padilla. Sus vidas, sus obras y su trágico final trajeron a mi mente la canción titulada “Cuidao con Judas”, de la autoría de Dagoberto “El Negrito” Osorio, cuya letra, a la cual corresponde el aparte preliminar transcrito, les cae a esos hijos de Dios como anillo al dedo.

Nos anuncian, siempre grato para mí, el Almanaque Pintoresco de Bristol y los registros de pretéritos cronistas que el 19 de febrero es una fecha de profundas connotaciones en el calendario santoral, pero también en la agenda de las trascendentales efemérides históricas, porque es Día de San José, el padre putativo de Jesús, y fue el día escogido en 1784 por la Divina Providencia para traer a este mundo a José Prudencio, el hijo de Andrés Padilla y Josefa López. Es decir, que el día del padre del Mesías nació el libertador de los mares, fruto del amor de sus ascendientes inmediatos, después de haber navegado nueve maravillosos meses en el vientre grávido de su madre.

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Hoy recordamos con justificada gratitud y renovado orgullo sus vidas, sus batallas contra la injusticia y la impiedad, y sus inmerecidos finales en la plenitud de sus primaveras. Jesús, de 33 años, y Padilla, de 44, fueron víctimas de lo mismo, como consecuencia de la envidia, los celos y la prevaricación del derecho.

Si descendemos en el análisis histórico de lo que sucedió con esas dos almas benditas, estarán de acuerdo conmigo en que fueron vidas y muertes paralelas. Jesús de Nazareth y José Prudencio Padilla, vivos, constituían una amenaza para los intereses de sectores ambiciosos de riqueza y poder, incompatibles con la cruzada de ellos por la igualdad de los hombres y mujeres sobre la Tierra. La aceptación popular, su cercanía con sus pueblos, su carisma y su desvelo permanente por su gente los hicieron merecedores de la admiración, la confianza y la simpatía colectiva, atributos que, en lugar de despertar la comprensión, la solidaridad y deseos de compañía de sectores poderosos en su tiempo, se convirtieron en ruido incómodo para despertar la envidia, que tenía el sueño demasiado liviano.

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No es difícil enterarse, por las Santas Escrituras y los registros históricos, de que Simón Bolívar, Rafael Urdaneta y Mariano Montilla no pudieron borrar que Jesús y José Prudencio fueron ajusticiados por delitos que no cometieron. En el caso de Jesús, fue denunciado, investigado, juzgado, condenado y ejecutado en un día y una noche, y a Padilla lo acusaron, lo investigaron, lo juzgaron, lo condenaron a muerte y lo ejecutaron en siete días y seis noches. Ninguno de los dos tuvo abogado que los defendiera; ambos fueron traicionados por haber confiado en gente cercana que no luchó junto a ellos, sino que luchó contra ellos, atormentados por lo más bajo de la condición humana: la envidia.

Coincidencialmente, el padre de Jesús era carpintero y el de El Gran Almirante José Prudencio también. Pero las coincidencias siguen. Con Jesucristo se cometió el primer prevaricato en una causa penal del cual tiene conocimiento la historia de la humanidad, y la condena a muerte por fusilamiento y posterior ahorcamiento de Padilla fue el primer prevaricato cometido por la Justicia Penal Militar en lo que hoy es la República de Colombia. En el caso del hijo de José y María, se violó el sistema procesal del Código Mosaico, y en relación con el hijo de Andrés y Josefa, se dio acomodada interpretación del artículo 2° del Decreto de 21 de febrero de 1828, por el cual se fijaron penas contra conspiradores.

Todavía hay más, porque a Jesús, antes de su crucifixión, le rasgaron y despojaron de su manto sagrado; a Padilla, antes de su fusilamiento, lo degradaron y lo despojaron de las charreteras aquel día gris para la República, el 2 de octubre de 1828. Fue aquel momento cuando, con voz castrense y de guajiro embravecido, le dijo al militar que se las estaba quitando: “Esas no me las dio Bolívar, me las dio la Patria”.

Al hijo de Dios, antes de su martirio final, lo azotaron, lo humillaron, le colocaron una corona de espinas. Al hijo de Riohacha, antes de destrozarlo a fuego, le dieron trato indigno, a la medida de quien, dijeron sus enemigos gratuitos, era un traidor. No solo dispararon las armas de la República contra su humanidad dos veces, hasta destrozar su rostro, sino que después lo colgaron para hacer de aquel momento macabro un ritual más ingenioso. Jesús dijo en su agonía: “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”. Padilla dijo: “¡Viva la República, viva la libertad!” Y con su último aliento, Jesucristo exclamó: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”, mientras que El Gran Almirante, antes de morir, dijo: “¡Cobardes!”.

Todavía hay más, porque al lado de Jesús crucificaron y colgaron en la horca, en lo que hoy es la Plaza de Bolívar, a Dimas. Al lado de Padilla fusilaron al coronel Ramón Nonato Guerra. Igualmente, el primero murió para salvarnos a nosotros, y el segundo perdió su vida, entre otros motivos, por haber salvado de su disolución a la Marina Nacional cuando dijo que acabarla era una “puñalada trapera a la fuerza que nos dio la libertad”. Asimismo, es oportuno recordar que, después de condenar a Jesús, Pilato se lavó las manos, del mismo modo que Rafael Urdaneta se lavó las suyas enviando la sentencia de marras para que se tramitara el grado de consulta ante Bolívar, quien, por remordimiento, no la firmó. Lo hizo en su lugar el general José María Córdoba, para quien esta vez era un crimen más, porque ya había ordenado también el fusilamiento de un hombre en Popayán porque le quitó una hembra.

La cereza para ese postre de dolorosas coincidencias es que José Prudencio Padilla López nació en la fecha que se celebra El Día de San José, padre de Jesús de Nazareth.

El filósofo y escritor español Jorge Agustín Ruiz de Santayana y Borrás lo dijo, y yo lo creo y lo repito: “Quienes no pueden recordar la historia están condenados a repetirla”.

Ahora decimos nosotros que un pueblo donde hay tanta gente mala, tanto envidioso, donde son más importantes los corruptos que los intelectuales, solo le falta la lápida; va derechito a su propio funeral. Si José Prudencio Padilla estuviera vivo, no alcanzarían los postes para colgar con toda razón a tantos bandidos.

En esta Cuaresma, oremos por la salud física y moral de nuestros pueblos y para que brille la luz perpetua para Jesús de Nazareth y José Prudencio Padilla, porque la justicia ya brilló para los dos. La historia los absolvió de todo cargo: al uno, de blasfemia; al otro, de traición a su patria. ¡Amén!

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