
La pluma dorada en esta ocasión se desliza con tinta fina de su pensamiento, inspirada en la historia de un hombre que no se dejó llevar por los vientos de olvido ni por las formas extranjeras del progreso. Se llama Joaquín Prínce, maestro, artista, gestor cultural, palabrero de acción, y corazón profundo del pueblo wayuu.
Nacido en la comunidad de Kauwamana, a la sombra sagrada del Cerro de La Teta, Joaquín no esperó a que otros vinieran a contar su historia ni a salvar su cultura. Entendió desde muy joven que el universo wayuu no podía perderse entre el ruido de los alijunas ni desaparecer tras las pantallas. Por eso, sembró su semilla más fértil: la Escuela SAUYEEPIA WAYUU, el Semillero Wayuu, una organización de vida, arte y resistencia que desde el año 2000 hasta hoy forma en danza, música, juegos y valores a cientos de niñas, niños y jóvenes de la Alta Guajira y del corredor binacional entre Colombia y Venezuela.

No se trata solo de enseñar a tocar el kashi o danzar el yonna, sino de restaurar el alma colectiva de una nación ancestral, desde los oficios de la mujer hasta la palabra del palabrero. Joaquín lo ha hecho desde la pedagogía comunitaria, la gestión intercultural y el liderazgo silencioso pero firme. Su trabajo ha cruzado fronteras: desde los foros de Telecaribe hasta el escenario del Teatro Mayor con la Comisión de la Verdad. Ha estado en el SMITHSONIAN de Washington como embajador del alma indígena, y ha tocado con la Orquesta Filarmónica de Bogotá llevando sonidos del desierto al concierto virtual.

En cada paso, Joaquín ha tejido alianzas: con Cerrejón, con la Fundación Ford, con el Ministerio de Cultura, con mujeres sabedoras y autoridades tradicionales. Su rostro aparece como actor en la película Pájaros de Verano, pero su obra más grande no cabe en una pantalla: está viva en cada joven que canta, juega, crea, se nombra y se reconoce wayuu.

SAUYEEPIA WAYUU no es solo una fundación; es un templo de memoria y futuro. En sus tambores suena el eco de los ancestros, y en sus juegos revive el tejido de una sociedad que se niega a morir. Allí, Joaquín no dirige: cría, acompaña, siembra. Porque como él dice con voz de arena: “Nosotros somos la crianza de la tierra”.

Hoy esta pluma dorada deja constancia de su legado, para que el mundo lo sepa, lo lea y lo respete. Porque no hay revolución más profunda que aquella que florece desde la raíz.
