Su esposa y su madre son sus alcahuetas y sus hijos su mayor motivación. “Es mejor dar que recibir” es la frase que lo define como persona y Policía en esta labor donde su gran patrocinador es Dios
Definitivamente que para obrar bien por el prójimo no se necesita esperar nada de nadie, solamente tener la iniciativa, las ganas, la voluntad y la disponibilidad para hacerlo.
Y es que estas características definen bien a Javier Humberto Rendón Acosta, un Policía de la Seccional de Tránsito y Transporte de Bolívar, que lleva 19 años y 10 días al servicio de la Institución. Vive en Magangué con su esposa y sus dos hijos, además de su madre que es una de las que le da sazón a todo lo que él le brinda a quien lo necesita.
Que llegue su fecha de descanso, es un motivo para dedicarse de lleno a lo que lo hace feliz, y no es precisamente a dormir o descansar, sino, además de compartir y pasar tiempo con su familia, aprovecha esos días para llevarle un plato de comida a quienes más lo necesiten.
Su esposa Francheska, es su mayor alcahueta en todo este proceso, ella, lo ayuda en todo, desde cero, desde la pregunta en la semana ¿Qué vamos a preparar? Hasta cuando llega el día deseado.
Javier no necesita de patrocinadores ni colaboradores para llevarle un plato de comida a habitantes en condición de calle, pues asegura que en su mente deambula una frase que lo describe y es “Es mejor dar que recibir”. Para él, esta frase lo es todo, es lo que le inculcó su padre, quien ya falleció, pero quedó marcado en él el don de servir, pues su padre, era una persona que hacía lo mismo y que le dejó este legado tan humano que lo lleva tan presente en su mente y corazón.
Saca dinero de su propio bolsillo para llevar a cabo esta gestión tan bonita, compra él mismo los desechables donde empacan las comidas, y mientras él hace uno que otro mandado, está su esposa y su madre, doña Cecilia, en la cocina dando lo mejor de sí y poniéndole sus trucos culinarios a cada preparación.
De estas comidas que en el día reparte 50 platos, también se benefician adultos mayores, personas con discapacidades, vendedores ambulantes, que sabe, que necesitan de este alimento. Él mismo los elige, sabe a quién dárselo y con una sonrisa, a pesar del cansancio que genera toda esta logística, se lo entrega a esa persona.
Lo más importante de esta labor, es la enseñanza que quiere darle a sus dos hijos de 9 y 13 años, pues ellos también van en el carro y acompañan a su papá a entregar estas bendiciones y les explica en el camino la importancia de hacer estas obras, con aquellas personas que no cuentan con un plato de comida. “A veces los hijos ignoran todo el sacrificio que como padres hacemos para que a ellos no les falte nada, por eso siempre me acompañan y así les enseño que en la calle nada es fácil y que deben ser personas de bien, extenderle la mano a quien lo necesite, no importar sus condiciones, ni esperar nada a cambio”.
No le gusta fotografiarse y subir a sus redes cuando está en pleno apogeo de sus actividades, considera que lo que en silencio se hace más bendiciones llegaran a su vida, y esto hará que cada día aumente la producción para así ayudar a más personas.
Las “gracias”, los “Dios le bendiga”, “buena obra de su parte”, es el pago que lo llena de satisfacción del deber cumplido. Lo mismo al finalizar la jornada, el cansancio es una retribución en su vida, que sabe que no fue en vano.
Por lo pronto, Javier y su familia seguirán haciendo de esta obra, una de sus actividades favoritas, porque además de ayudar, los une como familia, los integra en una sola causa y les genera tanta emoción, que esperan algún día, poder pasar de servir 50 platos para que ni una sola persona de Magangué que en verdad necesite de este plato de comida, ¡nunca, nunca!, le haga falta.