Edicion febrero 21, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
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Columnista - Marga Palacio Brugés
Columnista – Marga Palacio Brugés

Hace rato que perdí la cuenta de las veces que recorrí de regreso el trayecto que me lleva de vuelta a casa.

Es un viaje extenuante, casi 24 horas, subiendo y bajando aviones, desde que dejo mi hogar hasta que inhalo con inmenso placer “el olor de la guayaba”  en el aeropuerto El Dorado, extasiada con los colores y sabores de Colombia. Los cuales podría distinguir y sentir a ojo cerrado, con la obligación obligada de declarar sonriente: llegué a casa.

La ilusión con que viajo es la misma de siempre, un sentimiento que pone a tope la adrenalina. El cansancio no logra vencer el entusiasmo con el que conjugo mi verbo favorito desde hace un cuarto de siglo: volver.

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La emoción es exacta, mi corazón galopa, cuál caballo desbocado y mis actividades son todas la mima vaina. Llena de reencuentros y sabores.

Llegó tan flaca como la perra de copetrana y me voy tan mampana, como una manpolona de Old Parr: no hay manera de resistirme a la cuchara criolla y uso y abuso de ella, de muy buena gana.

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Pareciera como si los abrazos recibidos al derroche, nutrieran la tripa y contribuyeran a la creación del mondongo, pero la verdad es que las invitaciones y atenciones son mucho con demasiado y ¿cómo le digo que no a una matrona que me ofrece un vaso de jugo, dulce y redulce, que ni en pintura veo en territorio italiano?

Mis visitas estéticas son de las primeras actividades a realizar, pues es menester acicalarse para merecer los piropos que, por cariño, me echan los paisanos.

Así que mejoro el pergenio lo mejor posible,   evitando que las lenguas viperinas digan que mi esposo forastero tiene la mano mala.

En mi pueblo me esperan las caminatas al muelle, las misas en la catedral, pésames y tertulias, francachelas y comelonas, con el cuerpo pasándome factura,  exigiéndome, al menos, una siesta: ¡ambúa! Me pica el colchón y este pecho pide sardinel.

Qué alegría descubrir algunas cosas intactas, que abren cajones en la memoria y desempolvan recuerdos: Joroba, la palmera doblada de la primera;  el uniforme de cuadritos de las monjas, que se repite en cercanía al colegio, portados por docenas de “mini yo” en diferentes edades escolares; una joven paisana en rulos, caminando por los lados del parque: otra  “mini yo”; un paisano en pecho e’ camisa, los pelaítos jugando bola e’ trapo, las carretillas vendiendo verdura y frutas… un festín de imágenes que alegran el alma de quien regresa.

Ignoraré el atraso y celebraré el progreso, no soy yo la que critica lo que ama, más bien seguiré augurándole buenas cosas a mi tierra, llena de esperanza y otra vez la ilusión protagoniza mis sentimientos.

Solo una cosa perturba mi dicha y es esa cita obligada con mi “bella durmiente”, la matrona ausente que me esperaba de pie y que ahora reposando en silencio, en horizontal, me atiende la visita.

Le contaré mis cuitas, angustias y miedos, le pediré consejos y encontraré respuesta en su ejemplo, compartiré mi alegría y le reafirmaré la unión inculcada y, por supuesto, no le negaré una oración.

Tocaré el frío mármol y lo entibiaré con recuerdos y con lágrimas bañaré las flores nuevas que adornarán su morada, pero eso sí, de allí no salgo triste, algún cuento alegre me obligo a revivir y sellaré la visita  con un infinito “gracias mamá”.

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