
Uribia Ichitki en la memoria más antigua— no nació ayer. Fue fundada el 1 de marzo de 1935 por Londoño Villegas, y desde entonces ha sido el corazón que late en medio del desierto, la capital espiritual de una nación que no necesita fronteras para saberse una sola: el pueblo wayuu.
Ochenta y más años han pasado desde que este pueblo elevó su nombre entre los vientos, pero tres décadas han tejido un suceso que hoy vuelve a levantarse como un pájaro sagrado: el Festival de la Cultura Wayuu.
Treinta años de cantos, de majayuras, de tejidos que narran la vida, de danzas que honran a los ancestros. Treinta años que hubieran sido más, si no fuera porque un gobierno, tristemente, no supo leer la importancia vital de fortalecer la cultura como raíz y destino de los pueblos.
Pero la cultura como la arena del Jepirra nunca muere: espera.
Y hoy renace.
La XXX versión: cuando Uribia vuelve a alzar su frente
En este 2025, bajo el gobierno de Jaime Buitrago, hijo wayuu de esta tierra, Uribia vuelve a respirar el festival que le pertenece. Lo revive no solo como un acto administrativo, sino como un gesto de pertenencia profunda, casi espiritual: volver a honrar a su pueblo y a sí mismo.
Del 6 al 9 de diciembre, el municipio entero levantará su bandera en el obelisco central, símbolo del orgullo de un pueblo que ha resistido al sol, al polvo, al abandono estatal y a los silencios que duelen.
El festival no es un evento:
es una promesa cumplida, una deuda saldada, una llama que vuelve a encenderse.
Treinta años tejiendo identidad
Durante tres décadas, el Festival de la Cultura Wayuu ha sido el escenario donde la nación wayuu de Colombia y Venezuela, sin separación posible— se reúne como un solo tejido.
Aquí convergen comunidades de Albania, Manaure, Maicao, la Alta Guajira, Riohacha, y las rancherías de la tierra del sol.
Aquí se celebra el orgullo, la familia extensa, el idioma materno, la sabiduría femenina, la música de los ancianos, la energía de los jóvenes, la pluma de los artesanos y el color de sus mochilas.

La Majayut de Oro: la corona de la sabiduría femenina
Entre todos los actos del festival, hay uno que atraviesa el corazón de la cultura wayuu:
la elección de la Majayut de Oro.
Ser majayut no es un reinado.
Es un honor ancestral.
Es ser portadora del conocimiento tejido por las abuelas.
Es dominar la lengua, el significado del color en la manta, el simbolismo de la mochila, las historias de origen, las castas, las normas y la delicadeza del ser mujer wayuu.

Este año, la joven que representará la grandeza cultural es Yaneris Fernández, de la Institución Etnoeducativa Isidro Ibarra Fernández, ubicada en la comunidad de Jisentira.
Una joven formada bajo el legado del maestro y rector Isidro Ibarra, líder cuya vida ha sido una ofrenda al fortalecimiento cultural y educativo del pueblo wayuu.
Su nombre no solo identifica la institución: es un homenaje vivo.
Yaneris llega a la XXX versión con la fuerza de su comunidad, con el brillo de la mujer heredera de linaje, con la sabiduría de su etnia floreciendo en cada una de sus respuestas, de sus gestos, de su caminar sobre la arena.
Ella será la que alce la voz por Uribia ante las jóvenes de toda La Guajira y del lado hermano de Venezuela.
La mano que organiza: la cultura al mando de sus hijos
La resurrección del festival no es casual. Tiene un guardián joven y decidido:
José Gerardo González, Director Municipal de Cultura, wayuu de la Alta Guajira, quien reunió a sabedores, autoridades tradicionales, artistas, artesanas, docentes y líderes para reconstruir, pedazo a pedazo, lo que nunca debió apagarse.
Con él, se articula un festival integral que incluirá:
- Muestras artesanales
- Música tradicional wayuu
- Danzas autóctonas
- Concurso de juegos y deporte wayuu
- Gastronomía ancestral
- Foros culturales e históricos
- Desfile de diseñadoras uribieras
- Exposiciones de artesanas
- Homenajes a líderes culturales, politicos, sociales, artesanal entre otros.
- Presentaciones musicales de hijos y nietos de Uribia
- Desfile de delegaciones de todos los municipios y del vecino país
Uribia vuelve a convertirse, como siempre debió ser, en el epicentro cultural de la nación wayuu.

Uribia: tierra del sol, tierra de origen
La tierra donde el sol cae con soberanía, donde el viento susurra nombres que no mueren, donde el desierto se convierte en escuela, donde las mujeres tejen el tiempo y los hombres escuchan a los espíritus del camino.
Aquí, en este municipio fundado hace casi nueve décadas,la historia nativa se sigue escribiendo, los niños siguen aprendiendo a caminar entre cardones y la cultura jamás se desvanece: se adapta, se defiende, se reinventa.
Hoy, Uribia levanta de nuevo el telón de su festival, y las comunidades celebran con júbilo porque el evento que fortalece la cultura indígena más sólida de Colombia vuelve a casa.

El renacer de un pueblo
El Festival de la Cultura Wayuu no regresa por nostalgia.
Regresa porque era necesario.
Porque la cultura es la raíz, el tejido, la brújula.
Porque sin ella, Uribia olvidaría su nombre en wayuunaiki: Ichitki, tierra donde todo vuelve a comenzar.
Hoy, la XXX versión se anuncia con fuerza:
Uribia alza su frente con gentil ademán.
La tierra del sol se enciende.
El pueblo wayuu camina unido.
Y la bandera flamea en el obelisco para declarar, una vez más, que esta cultura es eterna

Y no fue casual que el renacimiento del Festival de la Cultura Wayuu se afianzara en diciembre, en una de las fechas más luminosas del calendario.
El 7 de diciembre, cuando Uribia amanece preparando la primera velita, y el 8, cuando todo el país enciende la luz que simboliza esperanza, familia y renacer, también Uribia encendió su propia llama.
Esa misma noche en que millones de manos en Colombia sostienen una vela para pedir guía y protección, Uribia levantó la suya para iluminar nuevamente la historia del festival.

Así como se prende la primera luz del año en cada hogar, también se encendió la chispa que devolvió el festival a la vida, devolviéndole a los uribieros su orgullo, su memoria y su voz cultural.
La llama que brota en las calles de Ichitki el 7 de diciembre es la misma que salta en el corazón de su pueblo al ver regresar esta XXX versión; un paralelo sagrado entre la luz de la velita y la luz cultural que, después de años de silencio, volvió a arder con más fuerza que nunca.






