
La tragedia de los países de Latinoamérica no solo es el socialismo y con él la pérdida de derechos y libertades ciudadanas, sino la nostalgia del poder que sienten sus líderes cuando lo pierden. Siempre quieren volver, y si no son ellos mismos, entonces intentan imponer a otro candidato para gobernar en su lugar, “en cuerpo ajeno”. Ocurrió en Venezuela, Argentina, Brasil y México, donde Chávez, Cristina Fernández, Lula y López Obrador ungieron a sus herederos: Maduro, Alberto Fernández, Dilma Rousseff y Claudia Sheinbaum, respectivamente. Rafael Correa intentó hacer lo propio en Ecuador con Luisa González, pero, por fortuna para la democracia de ese país hermano, no lo logró, y ganó la libertad de un pueblo que no quiere repetir la historia de su pasado.
A Colombia le interesa mucho la suerte política de sus vecinos. Los países que conformaron la antigua Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador) se han convertido en botín de guerra del socialismo del siglo XXI, ese modelo político engendrado por los Castro y Chávez, denominado “castrochavismo”. Una estrategia política diseñada por el Foro de São Paulo para conquistar el poder utilizando la democracia, a través de elecciones libres. El problema surge cuando triunfan, porque después no quieren soltar el poder; y si son derrotados, no tienen recato en cometer fraude, si es necesario, para mantenerse ilegítimamente en el poder. La democracia les sirve para elegirse, pero cuando pierden no reconocen la derrota y se resisten a irse del poder. Lo vimos el año pasado en Venezuela, donde Maduro se robó impunemente las elecciones, ganadas en las urnas por el candidato opositor Edmundo González. Les faltaba conquistar Colombia, y lo lograron en 2022 con Petro. Si hubieran ganado en Ecuador, hoy estos tres países estarían en poder del socialismo.
El libreto de São Paulo funciona igual y le ha permitido a la izquierda ganar democráticamente las elecciones en México, Chile, Argentina, Brasil y Colombia, con la excepción de Venezuela, donde, salvo las de Chávez, las de Maduro han sido fraudulentas. En Ecuador, había que frenar a Correa y, gracias a la democracia, el pasado domingo 13 de abril el pueblo ecuatoriano decidió libremente su destino, ganando la libertad.

Daniel Noboa ganó las elecciones en el Ecuador con más del 11 % de ventaja sobre la candidata del expresidente Rafael Correa, Luisa González. Este triunfo ha sido reconocido por el mundo, con excepción, claro, de los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, países donde no hay democracia sino dictaduras; por lo que no sorprende su posición, que responde más a una postura ideológica que democrática. Lo que no se entiende es cómo la presidenta de México, que fuera elegida democráticamente, se alinee con ese grupo. De alguna manera, su postura supone un respaldo a la antidemocracia que representan esos gobiernos. Otros gobiernos de izquierda de países de la región como los de Brasil, Chile y Uruguay reconocieron el triunfo categórico de Noboa. En Colombia la canciller Laura Sarabia hizo lo propio, mas no así el presidente Petro.
Punto aparte merece la posición del presidente Petro, quien con tal de congraciarse con el dictador Nicolás Maduro, nunca ha sido explícito al cuestionar el fraude cometido por éste en Venezuela, pero frente al triunfo de Noboa, igual que Maduro, pone en duda su legitimidad y cuestiona que hubo fraude. ¡Hágame el favor! Maduro hablando de fraude en Ecuador cuando él es el campeón de los fraudes, y Petro, ¡qué vergüenza!, respaldándolo.
La victoria de Noboa es importante y tendrá un efecto dominó de cara a las elecciones que habrá en 2025 en Bolivia y Honduras, logrando que el péndulo político gire a la derecha. Latinoamérica ha sufrido en carne propia los estragos del socialismo, que representa el odio de clases que promueve para dividir a la sociedad, el atraso, el hambre, la miseria y la muerte; en suma, el fracaso de los derechos humanos. El socialismo ha probado su fracaso como modelo político, económico y social. El pueblo quiere libertad y respeto por sus derechos, seguridad y desarrollo económico que generen prosperidad individual y colectiva. La izquierda es la negación de las aspiraciones de libertad y desarrollo del ser humano; es un modelo de esclavitud al que el Estado somete al individuo, dándole miserias en forma de subsidios.
La libertad avanza en América Latina con Milei en Argentina, Bukele en El Salvador, Trump en EE. UU., Santiago Peña en Paraguay y seguramente triunfará próximamente en Chile y Brasil. El péndulo de la derecha parece imparable, y el pueblo colombiano no puede ignorar la nefasta experiencia vivida con el gobierno de izquierda de Petro. Para 2026, deberá elegir entre la libertad que representan las ideas democráticas o el atraso, el hambre y la pobreza que representa el socialismo. ¡Viva la libertad!