Edicion octubre 7, 2024

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Las corridas son una práctica cruel que inflige de forma pública un dolor atroz a animales inocentes y sintientes.” Dalai Lama

Columnista – Fabio Olea Massa (Negrindio)

Si uno defiende y ama la vida tiene que estar en desacuerdo con que un hombre mate al toro o este mate al hombre.  La “fiesta brava” o “arte de la tauromaquia” en América Latina es una tradición cultural heredada de los españoles. En las sabanas del Gran Bolívar (Córdoba, Sucre y parte de Bolívar) se celebran “corralejas” en vez de corrida de toros; son festejos populares donde básicamente se hace lo mismo que es lidiar con toros bravos.

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No hay pueblo de la sabana que no tenga su fiesta en corraleja. Por mencionar algunas, en Córdoba son famosas las de Ciénaga de Oro, Carrillo y Sahagún; Sincé, Sincelejo y Sampues en Sucre y las de Arjona y Turbaco en Bolívar.

Corrida de toros y corralejas tienen como protagonista al toro. La diferencia es de clase y estilo. La fiesta brava es un espectáculo elitista, costoso, al que solo asiste gente glamurosa que toma sangría; se celebra en monumentales plazas de toros, sus fanáticos son expertos en lances y pases propios de este “arte” como las verónicas, revoleras, derechazos, molinete, trincherilla, trincherazo y demás. Al torero se le dice con hidalguía “matador” y se viste elegante con traje de luces. Se lo aplaude cuando ejecuta la suerte suprema de matar al toro, como si fuera héroe.

Las corralejas, en cambio, son todo un desorden, una recocha típica de cualquier pueblo costeño donde va todo mundo; se arman en cualquier terreno polvoriento, la torada se ve tomando ron y oyendo música de banda; el escenario es un coso improvisado armado con palos (palcos). En la corraleja el “mantero” es cualquier arrojado que vive de sacarle unos “trapazos” al toro. El torero es un profesional famoso y adinerado mientras el pobre “mantero” es cualquier “muerto de hambre” que juega su vida por unos pesos que recoge por tener el coraje de esquivar al toro.

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Cursa en el congreso un proyecto de ley presentado por el Pacto Histórico que busca acabar las fiestas de toro o corralejas populares. La iniciativa legislativa ha sido presentada varias veces y siempre se ha hundido. Son muchos los intereses en juego que tocan a empresarios taurinos, ganaderos, comerciantes y al público mismo. Mucho es el dinero que se mueve alrededor de la fiesta brava y las corralejas.

Las corralejas son un negocio que hace parte de la economía de la región Caribe. Mucha gente vive de ella porque es su modo y medio de vida  para ganaderos, manteros, músicos, meretrices, palqueros, locutores de radio, licoreras, vendedores ambulantes de comida y ron.

El Presidente Petro nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba), municipio donde se celebra la “mamá” de las corralejas, ya demostró que no es partidario de ellas y se opone a las corridas de toros y a cualquier festejo parecido. Las prohibió en Bogotá durante su mandato como alcalde.

En este municipio me toco resolver como juez el conflicto de derechos presentado entre la realización de las corralejas como fenómeno cultural y sociológico, y el derecho a la vida y conexos de los vecinos de la plaza 6 de enero donde tradicionalmente se hacían estos festejos, para concluir conciliando esos derechos en un fallo de tutela donde no prohibí la realización de las corralejas pero le ordene al alcalde de entones trasladarlas de lugar, fuera de esa zona urbana.

La razón legal para no haber prohibido las corralejas de Ciénaga de Oro fue que estaban permitidas y reguladas en el Código de Policía Departamental de Córdoba, como actividad lícita, tradición cultural y costumbre arraigada en el alma colectiva de los pueblos sabaneros de Córdoba.

Si se convierte en ley la prohibición de las corridas de toros y corralejas mucha gente se vería afectada al verse privada del ejercicio de estas actividades, lo que golpearía la economía de muchos pueblos de la costa donde mayormente se celebran estos festejos populares.

La realidad es que en estos tiempos las fiestas de toro o corralejas son en pleno siglo XXI un acto de barbarie. Asistir a un espectáculo a ver como se somete a la tortura un animal bravío, y aplaudir al matador que le causa la muerte con la estocada final que le da al morrillo del animal, no me parece ningún arte y menos me produce placer; por el contrario, me causa el rechazo de ver la crueldad del hombre inteligente derrotando a la indefensa bestia que es su víctima.

El sacrificio de un animal de esa forma es matar a un ser sintiente y para alguien que es próvida, que ama y defiende la existencia de la vida como un derecho natural y don de Dios, no deja de ser un acto de crueldad humano.

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