“La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre”.
– Cicerón

Las cifras no mienten. Entre enero y mayo de 2025, el sector agropecuario colombiano registró una subida sin precedentes: un incremento del 36,8 % en el valor de sus exportaciones, una expansión del 11,6 % en volumen, y un abastecimiento interno récord de más de 654 mil toneladas solo en mayo, según datos recientes de la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA) y el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
Estos indicadores no solo muestran un auge coyuntural; sino que evidencian que Colombia está redefiniendo el papel del agro en su economía, apostando por un modelo productivo que, por fin, busca romper con la histórica dependencia del extractivismo minero-energético.
Este giro estratégico responde, en buena parte, a la creciente necesidad global de garantizar seguridad alimentaria, enfrentar el cambio climático y diversificar las fuentes de ingresos de los países en desarrollo. La transformación de la canasta exportadora, con una notable inclusión de productos emergentes y procesados -15,3 % de dinamismo-, así como el avance en sectores como lácteos, cereales, y pescados, revela una política orientada a aprovechar de manera inteligente las ventajas comparativas y convertirlas en competitivas. En otras palabras, Colombia comienza a ver su biodiversidad como una oportunidad de negocio sostenible y no únicamente como un patrimonio contemplativo.
En este contexto, el departamento de La Guajira tiene ante sí una oportunidad histórica. Esta región, tradicionalmente rezagada en términos de infraestructura productiva, articulación logística y acceso a mercados, cuenta sin embargo con activos únicos: extensas tierras fértiles en sus zonas media y alta, una ubicación estratégica para el comercio internacional con el Caribe y Estados Unidos, y una riqueza étnica y cultural que puede convertirse en ventaja para mercados con demanda de productos diferenciados, orgánicos o con valor de origen.

Iniciativas como la promoción de modelos asociativos agrícolas, la tecnificación de cultivos de exportación como higuerilla, ajonjolí o mango, y la implementación de plataformas digitales que conecten productores locales con compradores internacionales, no son solo ideas deseables: son imperativos estratégicos. Si el agro nacional está marcando récords de crecimiento por diversificar su oferta exportadora, entonces La Guajira debe insertarse en esa dinámica como un actor clave del nuevo mapa agroindustrial del país.
Desde una perspectiva de negocios internacionales, es evidente que los flujos comerciales ya no se rigen únicamente por el precio y el volumen, sino por factores como trazabilidad, sostenibilidad, cumplimiento de estándares fitosanitarios y valor agregado. La articulación del agro guajiro con estas exigencias del mercado global requerirá de un esfuerzo conjunto entre gobiernos locales, universidades, gremios, y sobre todo, de la voluntad de los productores de pasar del modelo de subsistencia al modelo de empresa asociativa exportadora.
El país avanza con pasos firmes hacia una agroindustria más robusta, integrada y con fuerte potencial de internacionalización. Sería un error imperdonable que regiones como La Guajira no se sumarán a esta transformación. Lo que está en juego es el acceso a nuevos mercados, y la posibilidad de construir un desarrollo territorial incluyente, resiliente y sostenible.
El reto está lanzado. Y como en toda gran transformación estructural, el éxito dependerá no solo de la política pública, sino del liderazgo local y de una visión compartida que entienda que el campo —y su gente— no son el pasado, sino el futuro de Colombia.