
En momentos en que las autoridades civiles tratan, por medios persuasivos y punitivos, de acabar con toda la industria mediática y publicitaria que en Medellín gira en torno al ser más sanguinario de la historia en Colombia, Pablo Escobar Gaviria, el tema de los “ídolos” que no solo tienen pies de barro sino hasta la mollera, sale a relucir como una constante en este país marcado por la desmesura y lo paradojal. Se necesita más que “campañas de concientización” para convencer a los vendedores ambulantes y estacionarios- no solo de Medellín- y a turistas que, Pablo Escobar no califica como héroe y que rendir culto a un asesino mafioso no es la mejor vitrina para esa ciudad y el país. Tarea difícil para cualquier experto en psicología social explicar cómo somos tan propensos a convertir a cualquier villano en héroe y a veces lo contrario, al héroe en villano.
Esto también se está haciendo muy frecuente en la radicalizada escena de la política nacional. Los medios de comunicación, tan politizados en Colombia, son la muestra de cómo, según los intereses de los magnates de medios y a los intereses políticos que defienden, un personaje de la política a veces se presenta como villano; pero, de la noche a la mañana quieren erigirlo en héroe.
Dos casos recientes así lo evidencian. Quizás solo Gustavo Petro en este país ha sido tan cuestionado como Laura Sarabia. Haber sido “la mano derecha” del presidente la hizo el destino de tiro de todas las trincheras mediáticas, las que con frecuencia se referían a ella como “la polémica Laura Sarabia”, “la cuestionada Laura Sarabia”. Fue tan mancillada que nadie se solidarizó con ella cuando le robaron una gran suma de dinero de su cartera, el país mediático prefirió defender un delito menor: la prueba de polígrafo a la sospechosa del robo, la cual pasó a ser una heroína nacional mientras Sarabia subía al cadalso de las villanas. La repentina renuncia de Laura Sarabia y un evidente rompimiento con el presidente enseguida propició mensajes solidarios de sus más enconadas enemigas: Viky Dávila y María Fernanda Cabal reaccionario apoyando a la ex canciller a la que, hasta minutos antes, endilgaban todos los males posibles. Eso sí, ese supuesto apoyo venía con un pedido muy especial y conveniente: “cuente todo”.

Casi simultáneamente, se produce la vergonzosa pataleta de Álvaro Leyva quien se volvió el más agresivo enemigo de Petro al no nombrar a su hijo en su remplazo para la Cancillería. Una vez el veterano político de origen conservador comenzó a sacar “los trapitos sucios” del presidente, la jauría mediática que tenía en su contra, de pronto lo encumbró como un valiente héroe capaz de revelar el lado oscuro del primer mandatario. Los medios que siempre lo cuestionaron, ahora le abrían sus páginas para que “contara todo” lo que sabe de Petro Urrego. Ni siquiera al revelarse su talante de conspirador evitó que la revista Semana les diera portada, protagonismo y credibilidad a sus versiones.
Mucho antes, pasó con Francia Márquez. Aquel memorable y candente consejo de gobierno trasmitido por televisión nacional en vivo en el cual la vicepresidenta “botó el chupo” y quiso desmarcarse de la línea petrista, fue el punto de inflexión para que los grandes medios dejaran de cuestionarla y hasta ridiculizarla. Ahora había que protegerla, que darles resonancia a sus declaraciones porque ahora sí les era conveniente la “negrita”. Ahora sí había que defender su gestión y su representatividad. Tan conveniente.
No menos paradójico fue el capítulo del hijo corrupto y malversador del presidente. Rayos y centellas cayeron desde todos los flancos mediáticos hacia Nicolás Petro, y con toda razón, cuando su ex Day Vásquez sacó de sus llagas celosas los secretos de su pareja. Primero, quisieron erigirla a ella como la heroína, pobre víctima de un entramado de corrupción y de un marido que la abandonó por su mejor amiga. El tiempo demostró que era tan “torcida” como el hijo de Petro. Pero, cuando un desesperado Nicolás abre la boca y amenaza con involucrar a su padre, esos mismos medios que lo macularon con tantos delitos, le ofrecieron sus micrófonos y páginas a ese “inocente” muchachito negado por un mal padre (recordemos el “yo no lo crié”). Hasta el corrupto de Olmedo López, cuando anunció su disposición de revelar el entramado de corrupción que tenía desde la UNRG y llegaba hasta el mismo Palacio de Nariño, recibió todo coqueteo favorable y empático de algunos medios, interesados más en tumbar al presidente que en la verdad de los hechos. Ninguna declaración les sirve sino involucra a Petro Urrego.
Los colombianos nos estamos acostumbrando a que los que manejan la opinión pública, un día sean brutalmente agresivos contra un funcionario del gobierno, pero cuando éste renuncia y si se fue en malos términos, lo perfilan como “de los poquitos buenos funcionarios que tenía el gobierno”. Le llueven los micrófonos, antes esquivos, para que revele “todo lo que sabe”. Es decir, para que, encaramado en el veleidoso y vendido poder de los medios politizados, pase en solo días de ser villano a un héroe de la república.