
8. “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.
Efesios 2.
Estábamos muertos cuando estábamos apartados de Dios, muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1). Pablo describe nuestra vida en otro tiempo: no solo seguíamos la corriente de este mundo lleno de maldad y de injusticia, sino que éramos hijos de desobediencia, siguiendo los espíritus inmundos que nos incitaban a oponernos a Dios, además de hacer la voluntad de la carne y de los pensamientos.
Todas estas características describen a los hijos de ira (Ef. 2:2-3) que acarrean el juicio de Dios. Con todo, Dios que es rico en misericordia, nos dio vida por Su gran amor, aun cuando estábamos muertos en pecados (Ef. 2:1, 4). Conocemos el valor de la salvación cuando comparamos la frase “en otro tiempo”; es decir, cuando no teníamos a Cristo y “ahora” que disfrutamos del amor de Dios.
El plan salvífico pertenece solo a la soberanía de Dios; Él ha determinado que Cristo fuese el medio de dicha salvación. Dios nos resucitó juntamente con Cristo y juntamente con Cristo nos hizo sentar en los lugares celestiales (Ef. 2:5-6). Si no nos unimos a Cristo, quien ofreció Su propia sangre como sacrificio para darnos redención eterna, tampoco se daría en nosotros la salvación, la resurrección o la glorificación.

La salvación no es por nuestras obras, sino solo por la gracia divina de Dios para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de Su gracia (Ef. 2:7), y para que ningún hombre se gloríe de su salvación (Ef. 2:9). Nosotros que somos la obra maestra de Dios, debemos esforzarnos en hacer “buenas obras”, porque esto es un deber de todos los redimidos.
Pablo afirma que antes de recibir la salvación estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. No obstante, se nos abrió el camino de la salvación porque Dios tuvo compasión de nosotros y nos rescató a través de la muerte y la resurrección de Jesucristo, transformando así nuestra muerte en vida eterna y nuestra humillación en gloria.
Nosotros no hicimos nada para que esto sucediera. Incluso, Dios nos dio la fe para que recibamos la salvación. Así, todo fue por la gracia y un regalo. Por lo tanto, ahora que conocemos la alegría de la salvación tenemos el deber de predicar el evangelio a quienes no lo conocen.
Nosotros estábamos muertos por el pecado y los delitos, pero Dios nos salvó y nos aceptó como Sus hijos amados. Dios les guarde.