Edicion diciembre 7, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
Colombia en modo diciembre
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Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)
Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)

“Ya llegó diciembre, la fiesta del mundo.
A unos de alegría, a otros llanto sin cesar.
Los jóvenes viven en la algarabía
al cantar los niños y por el cielo su cantar”.
— 24 de diciembre, Lisandro Meza

En la Costa Caribe, la frase “Desde septiembre se siente que viene diciembre”, con la que la radio anticipa el fin de año, no es un simple dicho: es una certeza cultural. Aquí, la Navidad dura cuatro meses y llega con esa magia particular que solo esta época trae. Por todas partes se percibe una energía positiva, un ánimo que se prende sin permiso y una sonrisa que se le escapa hasta al más serio. La música decembrina flota en el aire como si viajara mezclada en la brisa.

El fin de año comienza el 31 de octubre, la noche de los niños (Halloween), cuando centros comerciales, barrios y parques se llenan de disfraces y confites. Este año decidí participar y volver a ser niño. Disfrazado de brujo y con una mochila llena de dulces recorrí un centro comercial para ver la alegría de los pequeños. Vestidos de gatitos, princesas, hadas, superhéroes, mariposas, policías y bomberos, los niños desfilaban cantando “triki triki”, mientras yo, contagiado de su felicidad, repartía dulces y aplaudía sus disfraces. Por más que pasen los años, el niño interior nunca se va; solo espera una excusa para salir a jugar. Y ese día es perfecto para recordarnos que la vida también es sorpresa, ternura y magia.

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La temporada festiva en la Costa es una coreografía que va de Halloween al 11 de noviembre, pasa por las velitas de la Concepción y luego salta sin escala a Navidad y Año Nuevo. Todo ocurre en cámara rápida, pero dejando un reguero de alegría. Desde finales de octubre el ambiente se pone chévere, la gente se activa y todo empieza a oler a fiesta. En medio de melodías decembrinas, uno siente cómo el año viejo recoge sus pasos, despidiéndose sin alboroto, mientras el año nuevo llega despacito, suavecito, como la ola que besa la playa de Riohacha al amanecer. Es el único momento del calendario en que el tiempo parece tener corazón: se va, pero deja regalos; llega, pero no atropella.

En mi niñez la cosa era distinta. En Puerto Escondido (Córdoba) no celebrábamos Halloween como se hace hoy. El 1.º de noviembre la muchachada salía con un costal al hombro, recorriendo tiendas y casas y cantando: “Ángeles somos, del cielo venimos, pidiendo limosna pa’ nosotros mismos”. Cada aporte tenía su verso: si nos daban bien, entonábamos “Esta casa es de rosa, donde viven to’a las hermosas”. Si nos daban poco, respondíamos con una sonrisa pícara: “Esta casa es de marrullas, donde viven todas las brujas”. Y si se burlaban, soltábamos: “No te rías, no te rías, que la mochila está vacía”.

La gente nos daba de todo: plátano, ñame, yuca, queso, arroz, aceite, carne. Con eso armábamos un buen cocina’o en la playa. Esa era nuestra versión criolla de Halloween: nada de calabazas ni chocolatinas, sino un costal lleno de tradiciones, cariño y la alegría simple de ser niños en un pueblo costeño. Éramos felices sin saberlo.

Y ya estamos de nuevo en modo diciembre. Se acerca la Noche de Velitas, una de las cuatro fiestas mayores del fin de año. Para quienes crecimos en la Costa, el 8 de diciembre tiene banda sonora propia: “Las Cuatro Fiestas”, del maestro Adolfo Echeverría. Esa canción no envejece; sigue tan viva como siempre y, apenas suenan sus primeros acordes, uno recuerda la estrofa que nos describe: “Qué linda la fiesta es en un 8 de diciembre, al sonar del traquitraqui; qué sabroso amanecer… con ese ambiente prendido me dan ganas de beber”.

Diciembre es alegría, sí, pero también carreras, gastadera y cansancio. Hay que comprar las cuatro mudas de ropa de los hijos (8, 24, 25 y 31), los aguinaldos para los niños pobres —este año haré feliz a dos chicos— y los regalos que Santa o el Niño Dios traerán a mis sobrinos.

Para los veteranos como yo, diciembre tiene su propia logística: parrandas, whisky, cervecitas, cena navideña con vino y más whisky el 31. Así que agárrate, bolsillo, que diciembre no perdona.

Diciembre también trae balances. Las promesas hechas en enero regresan a cobrar cuentas. Yo, por ejemplo, prometí leer 24 libros —dos por mes— y apenas llegué a ocho. Pero cumplí mi meta de escribir una columna semanal. En lo personal, subí de peso —siete kilos más que en enero—, pero viajé, conocí nuevos lugares; ahora madrugo más, pero duermo mejor. Disfruto la vida y agradezco a Dios por la salud, la familia y los amigos. Al final, eso es lo que realmente se queda. A gozar, pues, que llegó diciembre con sus alegrías. Al carajo los problemas: mis culebras las pago el año entrante.

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