Edicion noviembre 13, 2025
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Armero: la tragedia que Colombia no quiso escuchar

Armero: la tragedia que Colombia no quiso escuchar
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Columnista - Mario “Pollo” Solano
Columnista – Mario “Pollo” Solano

Hace 40 años, cuando el país aún no se reponía del salvajismo de la toma y retoma del palacio de justicia, ocurrió el desastre natural más grande registrado hasta ahora en Latino América. La noche del 13 de noviembre de 1985, Colombia fue testigo de una de las tragedias más devastadoras de su historia. El Nevado del Ruiz, que había dado señales de actividad durante meses, hizo erupción y liberó una avalancha de lodo, piedra y fuego que sepultó al pueblo de Armero. En cuestión de minutos, más de 20.000 vidas fueron borradas del mapa, y un país entero despertó a la realidad de su propia negligencia.

La tragedia de Armero no fue solo un desastre natural; fue, sobre todo, una tragedia anunciada. Las alertas científicas existían, los estudios estaban sobre la mesa y las autoridades conocían el riesgo. Sin embargo, la falta de coordinación institucional, la desinformación y el desinterés político convirtieron una posible evacuación preventiva en una catástrofe sin precedentes. El lodo del Ruiz no solo arrasó con un pueblo, sino también con la confianza de los colombianos en sus instituciones.

Detrás del dolor humano quedaron historias que aún estremecen. Imágenes como la de Omayra Sánchez, atrapada entre los escombros, se convirtieron en símbolo del abandono estatal y del rostro más crudo de la tragedia. Su mirada, serena pese al sufrimiento, recorrió el mundo entero y evidenció que Colombia había fallado no solo en prever la catástrofe, sino también en atenderla con dignidad.

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Armero es más que un recuerdo triste en la historia nacional; es un recordatorio de lo que ocurre cuando la advertencia no se escucha, cuando la ciencia se ignora y cuando la burocracia pesa más que la vida humana. Cuatro décadas después, los archivos y reportajes siguen revelando el mismo patrón de errores que se repite en cada emergencia: falta de planificación, desidia política y olvido de las regiones más vulnerables.

Hoy, mientras el país enfrenta nuevos riesgos naturales y climáticos, Armero sigue siendo una lección dolorosa que no debe caer en el silencio. No basta con conmemorar a las víctimas cada aniversario; es necesario entender que el desastre pudo haberse evitado. Colombia debe aprender que la prevención no es un gasto, sino una inversión en la vida. El 13 de noviembre de 1985 no solo desapareció un pueblo, también se hundió parte de nuestra conciencia colectiva. Recordar Armero no es revivir el dolor, es exigir responsabilidad y memoria. Porque en Colombia, las tragedias naturales no siempre son culpa de la naturaleza, sino del olvido que las precede.

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