Náfer Santiago Durán Díaz, quien nació el lunes 26 diciembre de 1932, en El Paso, antes Magdalena, hoy Cesar, durante su largo trayecto de vida ha sido un baluarte del folclor vallenato, donde todavía a su edad toca el acordeón, canta, compone, relata infinidad de anécdotas que lo hacen reír, llorar y añorar ese lejano ayer que no ha perdido vigencia en su memoria.
El Rey del tono menor, celebró su cumpleaños número 91 lleno de la gracia de Dios estando rodeado de su familia y sintiendo que los años van volando sin dejar de marcar los pasos que le corresponden. “Quién iba a pensar que pude llegar a esta cantidad de años, y aunque no sigo siendo el mismo, las fuerzas no me abandonan. Sigo metido en ese mundo del folclor y aplaudo a Dios por ese regalo de años”.
Dando trazos de la historia, Naferito, se coronó como Rey Vallenato en 1976, el mismo año en que saltó a la pasta sonora dando a conocer la voz y el estilo inigualable de Diomedes Díaz, quien años después se convirtió en el artista genio del folclor vallenato llegando a tener la mayor fanaticada.
También se destaca que el hermano de Alejo Durán, en el año 1983, teniendo las ganas de seguir demostrando su grandeza, se presentó nuevamente en el Festival de la Leyenda Vallenata en busca de su segunda corona, recibiendo con sorpresa ser declarado fuera de concurso. En esa ocasión el ganador fue el acordeonero Julio Rojas Buendía y el jurado lo conformaron: Gabriel García Márquez, Rafael Rivas Posada, Miguel López Gutiérrez, Leandro Díaz Duarte y Enrique Santos Calderón.
Ante el resultado que no esperaba y que en su momento no entendía, después de su andanada de notas en la tarima en aires de paseo, merengue, son y puya, ahora recuerda aquel hecho. “Después de entregar el fallo, Gabo se me acercó y me dijo que ser declarado fuera de concurso era no tener contendor. Que yo era el mejor. Esa fue una gran satisfacción que todavía me acompaña”.
Desde aquella ocasión, hace 40 años, esa declaración fue una gran aliciente para continuar llevando el mejor mensaje vallenato por el mundo, a través de las notas de su acordeón hasta en tono menor, y también un considerable número de canciones entre las que se cuentan: ‘Sin ti’, ‘Déjala vení’, ‘El estanquillo’, ‘La chimichaguera’, ‘Mi patria chica’, ‘El rezo’, ‘La flor del melón’, ’Clavelito’, ‘Teresita’, ´Pobre negro’ y ‘La zoológica’, entre otras.
Motivos para vivir
Naferito, quien decidió regresar a su pueblo, antes vivió 20 años en Valledupar, siendo el único objetivo de gozar de la mayor tranquilidad, meditar en Dios que es su amparo y fortaleza y hasta cantarle alabanzas. Atrás, quedaron esas corredurías que lo hicieron famoso donde calcó hasta en su alma el amor que fue motivo de canciones hasta contar que su mujer le tenía un rezo.
Ahora, este gran hacedor de melodías camina tranquilo por las calles de su pueblo, entabla conversaciones sobre diversos temas, especialmente refiere que hace un año y dos meses lleva en su corazón un marcapasos. “Este aparatico me ha salido bueno, porque me mejoró mi calidad de vida”, relató.
Él es un excelente padre, abuelo querendón, admirador de sus paisanos y hoy le canta a Dios. “Me he convencido que es mejor con los pitos y los bajos alabar al Rey de Reyes que todo lo puede. Sin él nada es imposible. Estoy muy convencido de eso. Tenemos que ponernos en las manos de Dios”, asevera el maestro.
Cambiando de tema, se le preguntó sobre las mujeres, las flores perfumadas de la vida, y su respuesta no se hizo esperar. “En asuntos de mujeres se equivocó hasta el sabio Salomón, pero yo salí bien librado. También Rafael Escalona, quien era un experto, tenía la lección bien aprendida, y no se varaba al querer y olvidar”.
En el diálogo con este sabio del folclor se supo que edificó en su corazón una columna de sentimientos que lo transportó a su acordeón, para darle la mejor salida a su pensamiento. Esa fue la fórmula para sentir que la vida tenía mayor sentido. Tiene mucha razón porque es mejor darle oficio a las palabras para que lleguen directo al corazón.
También lo tocó la nostalgia la cual venía con el viento a su favor y llena de dulzura. “Lo mejor en mi vida es haber sido hijo de Juana Díaz, esa mamá que no tenía límites y contaba con una fuerza inquebrantable”. Varias lágrimas corrieron en su rostro porque una madre es la mejor obra maestra de Dios.
Ya se sabe que Naferito es noble, dicharachero y amiguero. Su humildad traspasa la barrera de su propia humanidad y cuando habla expresa lo que siente. No se guarda nada y eso le permite ser sincero en sus conceptos. Así de esta manera es el hombre que siente la música vallenata, esa que conoció desde que abrió sus ojos y escuchó a su padre Náfer Donato tocar el acordeón, y a su madre Juana interpretar cantos de tambora.
En su tierra, El Paso, se quedó recordando sus gestas musicales, sonriendo por largo rato y dándole gracias a Dios por un año más de vida. Él, ha sido ese hombre que siempre se ha visto con el acordeón que le parece un juguete. Ese mismo al que le ha sacado el más grande jugo de notas para exaltar ese folclor que escuchó antes de tomarse el primer tetero.
Como en el libro, ‘Cien años de soledad’, denominado un vallenato de 350 páginas, Naferito Durán Díaz con la voluntad de Dios, como señala, aspira a llegar a 100 años, pero no de soledad, sino acompañado de su esposa, hijos, nietos, paisanos y seguidores, para seguir dando testimonio de ese realismo mágico donde representa a un gitano errante, quien con su acordeón al pecho iba cantando por los caminos de la geografía costeña, que sin ella no podía estar porque su corazón se desesperaba.