
Corría el primer lustro de la década de los años setenta. La “Bonanza Marimbera” estaba en pleno furor en la capital del departamento de La Guajira.
Los camiones F-600 con placas venezolanas entraban y salían de la ciudad, cargados con marihuana, sin que la gente se asombrara.
Las caletas de los alucinógenos estaban ubicadas en la zona rural y eran cuidadas por los llamados “caleteros”, que permanecían armados hasta los dientes y, en aquella época, se les pagaba sus salarios con mucho dinero.
Cuando se iba a realizar algún “embarque” de marihuana hacia los Estados Unidos de Norteamérica desde cualquier pista aérea, dizque “clandestina”, especialmente ubicadas en La Alta Guajira, todo el pueblo riohachero se enteraba.
Cuando los aviones DC-3 y DC-6 despegaban hacia el país del norte y los “gringos” dejaban los dólares, producto de la negociación ilegal, la rumba en el hoy Distrito de Riohacha era a todo dar, como dicen los mexicanos.
Los conjuntos de música vallenata y los equipos de sonido no dejaban dormir a la población, que nada tenía que ver con el negocio de estupefacientes, y aquella persona que se atrevía a protestar corría el riesgo de recibir un tiro en la cabeza, de manos de cualquier “borrachito”, que al calor de unos tragos de whisky y trabado, no respetaba pinta y, a la vez, era un inminente peligro para la sociedad riohachera.
Pero, en medio de todas estas situaciones, con perfil de una novela de ciencia ficción, se vivió un momento en que la autoridad actuó con el firme propósito de combatir el tráfico de marihuana, tanto en la zona urbana como en la zona rural de Riohacha.

En ese sentido, una patrulla del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) actuó dentro de sus operativos cotidianos y descubrió una caleta que estaba ubicada en Perebere, zona rural de Riohacha.
Varios “caleteros” oriundos del interior del país fueron privados de la libertad. La marihuana fue decomisada y luego incinerada. En aquella época, tenía un valor cercano a los 500 millones de pesos.
La incautación de esta yerba dio motivo para que sus dueños comenzaran a poner a funcionar su imaginación e investigar los motivos por los cuales el DAS, en su operativo, logró localizar la “caleta”, que bien resguardada estaba en Perebere.
La conclusión de dicha investigación, según los dueños de la marihuana, fue que el decomiso por parte de los sabuesos del DAS fue producto de un “soplón”, interesado en dañar sus intereses económicos.
Los “capos” guajiros no se quedaron quietos y más bien pusieron a funcionar su “servicio de inteligencia”, con el fin de identificar a las personas o al sujeto que, según ellos, “chiveó” el lugar donde se encontraba la “caleta” de marihuana, localizada por el DAS.
Estas personas llegaron a la conclusión de que quien sopló el lugar de la “caleta” había sido Juan Blanco Herrera, oriundo de María La Baja (Bolívar), quien para la época era concejal de Riohacha en representación de la Alianza Nacional Popular (Anapo), cuyo líder era el general Gustavo Rojas Pinilla.
Luego de la investigación, la acción de venganza de “los capos” guajiros no se hizo esperar.
Se recuerda que un domingo de 1975, en horas de la tarde, cuando Juan Blanco Herrera caminaba por la calle 15 con carrera 11, muy cerca a la Terminal de Transportes de Riohacha, fue obligado a subir a un campero línea Patrol, color blanco, y de inmediato quedó secuestrado.
Fue sacado de la zona de influencia de Riohacha con la finalidad de “interrogarlo”. A las 7:00 de la mañana del lunes, con música vallenata a bordo, whisky y armados hasta los dientes, “los capos” guajiros decidieron hacerle un “juicio de responsabilidad económica” al concejal de origen campesino Juan Blanco Herrera.
El interrogatorio se inició cuando al “sindicado” le preguntaron si tenía conocimiento de dónde estaba ubicada una “caleta” de marihuana que había sido descubierta, incautada e incinerada por el DAS.
Juan Blanco Herrera respondió:
“Yo no tengo ni la menor idea de lo que ustedes me están preguntando.”
Los “capos” guajiros insistieron y le preguntaron si él era amigo de los agentes del DAS y el por qué había “chiveado” la ubicación de la “caleta” de marihuana, ya que con dicha operación perdieron la suma de 500 millones de pesos. Ese dinero hoy en día representaría una suma superior a los cinco mil millones de pesos.
Juan Blanco, muy sereno, respondió:
“Jamás he sido amigo de los agentes del DAS ni he tenido diálogo alguno con ellos. No soy hombre de meterme en los negocios ajenos y nunca he sido informante de las autoridades.”
Los “capos” guajiros no creyeron en sus confesiones. Dos “capos” colocaron sus pistolas en la sien derecha del concejal, quien, en estado de indefensión, les suplicó que no lo mataran porque no tenía nada que ver con el decomiso de la marihuana.
Pero el juicio fue implacable. A las 8:00 de la mañana, Juan Blanco suplicaba a sus captores y verdugos que no fueran injustos con él.
A las 9:00 de la mañana, los “jueces” de Juan Blanco Herrera lo dejaron a la inclemencia del sol, de la sed y de las olas del Mar Caribe, que le llegaban cerca a su cuerpo semienterrado en la arena.
Mientras el sol y la sed lo azotaban, los “capos” de la marihuana y sus “esbirros” se divertían bebiendo whisky y al son de la música vallenata que salía de un pasacinta del Patrol blanco, testigo mudo del secuestro.
A las 6:00 de la tarde, en medio de gritos y desesperación, Juan Blanco, amarrado de pies y manos, fue acostado en una lancha con motor fuera de borda. Ya en alta mar, lo lanzaron al fondo del océano con un cigüeñal atado a su pecho.
Mientras tanto, en la zona urbana de Riohacha, los “capos” y sus secuaces celebraban su “gran hazaña” con música y licor.
Han pasado muchos años y mucha agua ha corrido por el viejo puente de “El Riíto” en la capital de La Guajira, sin que se sepan los nombres de quienes cometieron este secuestro y crimen.
Hoy, pocos recuerdan el nombre de Juan Blanco Herrera, el humilde concejal que suplicó por su vida y cuya memoria se ahoga en el olvido.
¡Qué lástima! A Juan Blanco no le perdonaron la vida, y su cuerpo sigue sumergido en el Mar Caribe, sin que se sepa si fue devorado por tiburones.
El secuestro y asesinato de Juan Blanco Herrera es uno de los episodios más oscuros de la “Bonanza Marimbera”, y lo peor es que ninguno de sus verdugos pagó un solo día de cárcel.