
En Colombia se asume como una verdad incontrovertible que el retraso del país en materia de transición energética se debe a la tozudez y la ambición del pueblo wayuu en cuyo territorio se desarrollan grandes proyectos de generación eólica. Cuando los medios de comunicación nacionales examinan estos obstáculos se muestra solo una perspectiva del asunto: la de los agentes de las empresas, pero rara vez se incluye la visión de los indígenas, quienes en su mayoría carecen de información oportuna y confiable sobre el desarrollo de proyectos futuros en sus territorios.
En Colombia, como en otros países de América Latina, los proyectos fallan en el campo social y no tanto en obtener las licencias ambientales. La dimensión social es subvalorada porque las empresas tienen mucha prisa en desarrollar sus proyectos y no tienen tiempo para comprender la organización social y las reglas de parentesco, el sistema normativo, los principios en los que se fundamentan los derechos territoriales como la precedencia en la ocupación de un territorio por parte de un grupo de parientes uterinos.
El ministro de minas y energía ha dicho que sin La Guajira no hay transición energética. Ello es cierto dadas las características favorables de esta entidad territorial en materia de su potencial eólico y su luminosidad solar. Una necesidad clara es la de que exista un ordenamiento territorial de la transición energética que centre su atención en la afectación de áreas protegidas como los santuarios de flora y fauna y las áreas de reserva de pastos marinos. Es conveniente identificar y georreferenciar los lugares socialmente significativos del pueblo wayuu. No todo lugar socialmente significativo es sagrado. Para dar un ejemplo el Cabo de la Vela, en donde se proyecta levantar numerosos aerogeneradores, es un complejo denso de lugares socialmente significativos.

Muchos funcionarios, empresarios y ciudadanos se preguntan: ¿se oponen los indígenas al proceso de transición energética? La respuesta es que desde hace siglos participan de ella. Al pasar de impulsar sus embarcaciones con remos al empleo de las velas se sirvieron de la energía eólica marina para navegar. Cuando incorporaron los molinos de viento para obtener agua en el siglo pasado marcharon en la misma dirección.
La transición energética no será ni justa ni efectiva si ignora a los indígenas. Es cierto que la ausencia de reglas de juego propicia la aparición de tahúres en ambos lados de la mesa de negociación y mina la confianza. Los indígenas wayuu vistos como colectividad no tienen el nimbo de los ángeles ni los tridentes de los demonios. Son seres humanos diversos y falibles con ambiciones, desacuerdos y variadas expectativas. Los agentes de las empresas tienen igualmente diferentes grados de apego a sus valores éticos corporativos.
El gobierno nacional parece despertar de un letargo de tres años. Busca recuperar el tiempo perdido anunciando la exoneración de licencias ambientales a proyectos de energía renovables de hasta 100 megavatios. También convoca reuniones a las que no se invitan a las voces indígenas y académicas que han hecho críticas al proceso-
La situación actual refleja la tensión entre las necesidades de transición energética del país y los derechos territoriales indígenas. La solución pasa necesariamente por el reconocimiento de esos derechos, la adopción de un ordenamiento territorial de los proyectos, la importancia de acordar procesos de consulta genuinos y la distribución equitativa de los beneficios.