Edicion agosto 15, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

“¿Y nosotros pa’ cuándo?” – Turismo como motor de futuro en La Guajira y Santa Marta

“¿Y nosotros pa’ cuándo?” – Turismo como motor de futuro en La Guajira y Santa Marta
Publicidad

Comparte

Columnista – Adaulfo Manjarrés Mejía

En este rincón del Caribe donde el sol sale con más alegría y la brisa huele a historia, pareciera que seguimos sin creernos el cuento. Tenemos mares de postal, sierras nevadas, desiertos que parecen sacados de películas, selvas tropicales, ríos legendarios y una biodiversidad que hace llorar de envidia a muchos países… pero nos cuesta ver que eso, más allá de ser belleza natural, es una mina de oro en clave de turismo sostenible.

Mientras tanto, llegan otros: argentinos, bogotanos, franceses, caleños, venezolanos, paisas… abren hostales, montan tours, crean empresas de buceo, restaurantes, cafés culturales. Invierten, se posicionan, viven del territorio que nosotros aún no terminamos de valorar. Y no se trata de expulsar a nadie, se trata de que nosotros también lo hagamos, pero bien, con visión, con criterio y con sentido de pertenencia.

La Guajira y Santa Marta están llenas de talentos nativos, pero falta que nos apropiemos del asunto. ¿Por qué no formar desde ya a los niños en temas como guianza turística, operación hotelera, interpretación del patrimonio y bilingüismo? ¿Por qué no enseñarles desde chiquitos que aquí hay futuro si se ama, se cuida y se muestra el territorio?

Publicidad

Tenemos el único lugar en el mundo donde se puede pasar del mar Caribe a la nieve en menos de seis horas a lomo de mula. Desde el Parque Tayrona hasta el Cabo de la Vela, pasando por ríos como el Don Diego o el Ranchería, volcanes de lodo como el de El Totumo, manantiales, lagunas, selvas secas y tropicales, avistamiento de aves, senderos ancestrales y aproximadamente  600 kilómetros de playas. ¿Y todavía creemos que no hay potencial?

Cada piso térmico, cada ecosistema, cada rincón tiene algo que contar. Y si lo hacemos con respeto por el entorno, con participación comunitaria y con regulación sensata, el turismo puede ser nuestro mayor empleador y nuestro mayor embajador internacional.

Hace poco, en una charla en Taganga, un alemán se levantó a hablar, emocionado, con su acento marcado pero claro: “Ustedes tienen aquí lo que nosotros soñamos ver toda la vida. Yo viajé miles de kilómetros para ver lo que ustedes tienen al frente de la casa”. Al terminar, un joven raizal que estaba a su lado le dijo en voz baja: “¿Y tú pagarías por esto?”. El alemán se rio y respondió: “Ya lo hice”.

Es cierto, ya hay turismo. Hay hostales, hay playas activas, hay excursiones. Pero nos falta calidad, vocación de servicio, profesionalismo.

¿Qué pasaría si realmente nos tomamos en serio el servicio al cliente? Si en vez de ver al turista como una billetera ambulante, lo vemos como un socio del territorio.
Necesitamos mejorar los estándares en alojamientos, ofrecer experiencias nocturnas seguras y divertidas para adultos, pero también espacios diurnos para niños y familias, con recreación bien pensada, con calidad, con magia local.

No es casualidad que estemos viviendo fechas históricas: Santa Marta conmemorará 500 años de fundación. Medio milenio de historia viva, caribeña, mestiza. Riohacha, sus 480 años de poblamiento, tierra de sal, viento y coraje. La Guajira, celebrando 70 años como departamento, con su inmensidad cultural, étnica y natural.

¿No es esta la oportunidad perfecta para consolidar una oferta turística con identidad? No desde Bogotá, ni desde Medellín. Desde aquí, desde nuestros saberes, desde nuestras ganas. ¿Y cómo no hablar de lo que nos corre por las venas? El vallenato, que ya no es solo música: es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Las culturas indígenas como la wayuu, la kogui, los wiwa, los arhuacos, con su sabiduría milenaria que puede enriquecer cualquier experiencia turística con espiritualidad y respeto.
Y esa mezcla mágica del Caribe continental con las islas, el olor a coco y a sal marina, la espiritualidad, el tambor y la tambora. Tenemos cultura para exportar, pero debemos dejar de regalarla sin condiciones. Hay que organizar, empoderar, valorar.

Y si de riquezas hablamos, ¿cómo dejar por fuera la gastronomía? ¡Por favor! Aquí la comida no solo alimenta, cuenta historias.

Recuerdo una vez que llevé a una pareja francesa a comer en Riohacha. Pedimos friche, arroz con camarones, arepa de huevo y jugo de corozo. Al probar la friche, uno de ellos cerró los ojos y dijo: —“Esto es más exótico que cualquier plato tailandés que haya probado. ”Después, cuando mordieron una arepa de huevo crujiente en la mesa de fritos cerca a los Kiosquitos por el edificio de la Loteria, soltaron un “mon dieu!” tan honesto, que entendí que el sabor no necesita traducción. ¡La arepa habló por nosotros!

Desde el chivo guisado hasta la cazuela de mariscos, pasando por el bollo limpio, el arroz de chipi chipi o bonito, el cayeye, los dulces de papaya verde, el café de la Sierra o un buen sancocho trifásico a leña… nuestra cocina es turismo puro, y si la tratamos con respeto y creatividad, puede ser una de nuestras mayores cartas de presentación. Pero también aquí, debemos exigir más: mejor presentación, higiene, atención cálida y precios justos. No es solo vender comida: es contar una historia que invite a volver.

Tenemos todo. Sol, selva, nieve, desierto, playas, aves, culturas, historia, música, gastronomía. fe. Tenemos la oportunidad histórica de mostrarle al mundo quiénes somos y, sobre todo, de creerlo nosotros primero.

Y si aún hay dudas, solo hagan un paseo sencillo: vayan a cualquier playa entre Dibulla y Don Jaca, escuchen un acordeón al atardecer, coman un plato de arroz con chipi chipi mirando el mar, y después traten de no sonreír.

Si después de eso no entendemos el poder del turismo, es porque no queremos ver lo que sí está frente a nuestros ojos.

Publicidad

úLTIMAS NOTICIAS

Noticias Más Leídas

Publicidad
Publicidad