
José Isidoro Larrada llegó a la ciudad de Riohacha a inicios de los años treinta.
Procedente de la República de Haití, en busca de un nuevo horizonte, “tiró el ancla” para nunca regresar a la tierra de quien fuera un sanguinario dictador, “Papa Doc” Duvalier.
Tuvo la suerte de llegar a la capital del departamento de La Guajira con dinero, lo cual le permitió comprar una casa en el tradicional Barrio Arriba.
Más adelante, en una casa de la Calle Tercera número 1-49, montó una tienda de víveres y abarrotes, que se convirtió en una novedad, si se tiene en cuenta que la ciudad no había comenzado a despegar en su desarrollo urbano y apenas existían el Barrio Abajo y el Barrio Arriba.
El negocio de José Isidoro Larrada prosperó y este haitiano se ganó la confianza y el respeto de los habitantes del Barrio Arriba, a tal punto que, por cariño, le pusieron el apodo de “Pitico”.
A los pocos años de estar en Riohacha, “Pitico” contrajo matrimonio con Tomasa Cuadrado y echó raíces. Tuvo ocho hijos, entre hombres y mujeres: Andrés, Segundo, Rafael, Juana, Damasia, Angélica, Remedios y Francisco. Cada uno abrió su espacio y fundó su hogar. También echaron raíces.
Damasia, siendo muy joven, conformó su hogar con Segundo Rodríguez Cordero, a quien, en el Barrio Arriba, le decían “El Látigo”. Tuvieron cinco hijos: Angélica María, Gladys, Germán, Orlando y Laudelino Rodríguez Larrada.

En esta crónica nos vamos a referir a Orlando Rodríguez Larrada, quien desde muchacho, y cuando jugaba “El Palito” en el Barrio Arriba, comenzó a mostrar su temperamento. Era de los que respondía rápidamente a cualquier intento de agresión u ofensa, en medio de la fogosidad con sus compañeros de juegos recreativos.
Pero llegó el momento en que Orlando dijo: “Ya estoy grandecito y he aprendido algo en mi corta vida y necesito trabajar”. Contó con la buena suerte de ubicarse laboralmente en la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, que después se llamó Telecom. Allí era mensajero y repartía los marconigramas por el área urbana de la Riohacha del ayer.
Fue en el inicio de la década de los años sesenta y, entre sus compañeras de trabajo, tuvo a Rosa Gómez de Herrera, viuda del periodista Enrique Herrera Barros. Más adelante, Orlando Rodríguez Larrada renunció a este trabajo y se fue a vivir al municipio de Maicao, en una época bien brava y en donde el peligro acechaba por todos los rincones de la ciudad fronteriza.
Una noche, Orlando Rodríguez Larrada se fue de tragos y llegó a la cantina “El Venado de Oro”, que acostumbraba frecuentar y en donde sobresalían mujeres bellas que trabajaban como meretrices.

En esa cantina se encontró con un capitán del Ejército Nacional, de apellido Blanco, que ya había pasado al retiro de los cuarteles, dejando un buen legado en su paso por el Batallón Rondón, de Buenavista.
Una de las meretrices se enamoró de Orlando, pero al parecer, estaba “enredada” sentimentalmente con el capitán Blanco. El exmilitar se dio cuenta de los movimientos afines de la meretriz con Orlando y lo abordaron los celos.
Orlando no se daba cuenta y se divertía en medio de la música ranchera mexicana de José Alfredo Jiménez. Entre esas canciones sonaba “Canta, canta, canta, palomita blanca, que hasta Dios te adora”.
De manera inesperada, el exmilitar, con unos cuantos tragos encima, le demostró a Orlando que estaba celoso, llegando al extremo de humillarlo con palabras y pegarle dos trompadas.
Orlando Rodríguez Larrada, que estaba armado, reaccionó y disparó varias veces contra la humanidad del exmilitar, y lo asesinó.
El cuerpo sin vida del capitán retirado del Ejército Nacional quedó tendido en el piso hasta que llegaron las autoridades competentes e hicieron el levantamiento del cadáver.
Ese crimen sucedió en octubre de 1966 y fue muy lamentado entre la comunidad de aquella época que habitaba en la población de Maicao, teniendo en cuenta…