Edicion diciembre 25, 2024
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

Glosas del Contrato Social de La Guajira

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Glosas del Contrato Social de La Guajira

Columnista - Arcesio Romero Pérez
Columnista – Arcesio Romero Pérez

La Guajira, esa tierra noble y agreste, parece haber suscrito su propio contrato social. Una versión particular, un pacto de sumisión disfrazado de democracia. Me imagino a Rousseau levantándose de su tumba, encendiendo el computador, abriendo Google Maps y escribiendo “La Guajira, Colombia”. Apenas empieza a cargar la imagen, decide cerrar el portátil y volver a su tumba. Sabe que aquí, su teoría no se aplicaría ni por accidente. Porque en este rincón del país, el contrato social ha sido redactado por unos pocos, rubricado con sangre y hambre, y ejecutado con la precisión de un reloj suizo… descompuesto. Acompáñenme en esta lectura irónica de los cinco pactos de La Guajira, con un vistazo a sus cimientos.

El primer pacto: “Nosotros cedemos la dignidad, ustedes nos devuelven migajas”

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En este particular contrato social, el pueblo de La Guajira firma alegremente una cesión total de dignidad a cambio de promesas vacías. Los discursos de campaña se repiten cual mantra, con candidatos ofreciendo agua potable, hospitales que curan, escuelas que enseñan. Al final, todos sabemos que el verdadero contrato está en otro lugar, en una reunión de medianoche, entre maletines de cuero y whisky importado. Y cuando el pueblo exige resultados, les devuelven lo que siempre les devuelven: palabras. Se han vuelto expertos en transformar la miseria en estadísticas tranquilizadoras, en disfrazar la desnutrición como un “problema estructural” y en prometer que “el cambio viene”, mientras cambian todo menos lo que realmente importa.

El segundo pacto: “Los recursos son nuestros… o de ellos, ¿a quién le importa?”

Aquí las riquezas naturales son algo así como la moneda de cambio en el casino político. Carbón, sol, viento, agua… Todo está sobre la mesa, y si usted tiene una ficha, puede jugar. En teoría, estos recursos deberían beneficiar a la región, pero en La Guajira la teoría nunca ha sido bien recibida. Las regalías se evaporan con la brisa, los contratos de explotación se firman con pluma dorada, y el pueblo recibe como compensación polvo de carbón y promesas de progreso. ¿A quién le pertenecen las riquezas? A nadie que pueda responder, eso seguro.

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El tercer pacto: “Educación y salud: Agradezcan lo que tienen”

El sistema de salud en La Guajira parece seguir la lógica del “sálvese quien pueda”. Un hospital que funciona es una rareza, una ambulancia que llega a tiempo es un milagro, y un medicamento en la farmacia… ¡Eso ya es una leyenda urbana! Las escuelas no se quedan atrás. Si un niño tiene suerte, irá a clases en un edificio que aún no se ha desplomado, aprenderá en sillas prestadas y, con suerte, podrá leer libros que no fueron escritos hace 30 años. Pero, ¡oh, qué afortunado es ese niño! En el contrato social de La Guajira, la educación es un lujo, no un derecho. Aquí los chicos aprenden más rápido la mecánica de la sobrevivencia que las matemáticas.

El cuarto pacto: “La participación ciudadana: Asistan, pero no molesten”

En el maravilloso contrato social de La Guajira, se promete escuchar a todos. Hay consejos comunales, mesas de participación, cabildos abiertos. En teoría, suena tan democrático como un brindis en Versalles. Pero la realidad es que las decisiones ya fueron tomadas mucho antes de que el pueblo se enterara de que había reuniones. La participación ciudadana es un teatro: luces, cámara, pero el guion ya está escrito y el final decidido. Los ciudadanos asisten, aplauden y regresan a sus casas con la satisfacción de haber sido ignorados una vez más.

El quinto pacto: “La impunidad no es un accidente, es un estilo de vida”

Uno de los principios fundamentales de este contrato guajiro es la impunidad. Aquí, ser corrupto no es un desliz, es una profesión. Nadie rinde cuentas porque nadie se las pide, y cuando alguien osa hacerlo, rápidamente se le muestra que el contrato no incluye tal cláusula. Gobernadores, alcaldes, contratistas, todos parecen tener un amuleto que los protege de la justicia. Mientras tanto, los niños mueren de hambre y sed, pero eso no es un escándalo, es simplemente otro “tema estructural”. Y el contrato sigue, implacable.

Coda: El pacto final

Al final del día, uno se pregunta: ¿qué nos queda después de revisar estos pactos? ¿Estamos condenados a este contrato social perpetuo, escrito con tinta de corrupción y sellado con el sudor de la indiferencia? ¿Hay alguna esperanza de renegociar los términos, de firmar uno nuevo donde el pueblo sea verdaderamente parte del acuerdo? O quizás el verdadero contrato social que se firmó en La Guajira fue uno de resignación. Un acuerdo tácito entre los poderosos y los débiles, donde los primeros siguen haciendo lo que quieren y los segundos solo observan, sin voz ni voto, mientras el tiempo pasa y la historia se repite.

Rousseau lo tenía claro: “El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado”. Y en La Guajira, esas cadenas parecen haber sido forjadas en despachos de alcaldías y oficinas de gobernadores, mientras el pueblo sigue esperando que alguien, algún día, traiga las llaves para liberarlas.

Tal vez, solo tal vez, el contrato social que algún día soñó el pensador francés pueda llegar a aplicarse aquí, pero no mientras las reglas del juego sigan siendo escritas por quienes llevan siglos jugando con las cartas marcadas. Hasta entonces, La Guajira seguirá siendo un espectador de su propio destino, esperando a que alguien se atreva a romper este ciclo y nos dispongamos, por fin, “con viril aliento, un letargo de siglos dejar”.

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