Alfredo Gutiérrez Vital: “su infancia se volvió acordeón”
El niño Gutiérrez Vital no tuvo infancia. El acordeón que trajo su padre Alfredo Enrique, desde su tierra natal, se apoderó de su alma y terminó siendo, su más importante juguete infantil.
El sonido que le sacaba a ese instrumento, con sus diminutos dedos, alegraba la casa de bahareque, que les servía de albergue y cuya música, logró expandirse a varios patios de las casas vecinas, lo que llevo a todos los habitantes del caserío Paloquemao, de las Sabanas de Beltrán, Sucre, a llamarlo “el niño prodigio del acordeón”, en donde nació el 17 de abril de 1943.
Todos esos secretos que tenía el acordeón, logró escudriñarlos mientras su padre, se dedicaba a las faenas del campo, al tiempo que su madre Dioselina de Jesús, se entregaba a los quehaceres del hogar.
Cuando él, recuerda esos tiempos vividos, su voz se quiebra y encontramos, al hombre sensible que dice, “fueron momentos duros, que no sé cómo pudo mi alma de niño, resistir. Mis hermanos fueron vitales, para comprender lo que tenía en el corazón. Mi madre y padre, seres sanos y humildes, fueron un faro para mi vida, A ellos les debo todo”.
Ese “niño prodigio”, nació de un encuentro amoroso de sus padres, en una “rueda de cumbia”, en donde la madrugada gestó, la creación de un jovencito que luego con el tiempo, se convirtió en el “Rebelde del acordeón”, quien ha vivido de todo en su vida, para ser lo que hoy con orgullo es, “todo un artista genial”, que sigue vivo para la música como un artesano y ella para él, está presente como un dogma inquebrantable.
A los 6 años se mete en el mundo del acordeón y sus dos primeros asomos los hace, con las creaciones “La Piña Madura” y “La Múcura”, desde ese instante, sin pensarlo dos veces, decidió recorrer Colombia de la mano de su Padre. Sobre eso, Gutiérrez Vital dice, “todos los días que mi padre se iba, aprovechaba para acariciar el instrumento que me atraía por responder con música, cada vez que le tocaba los pitos”.
Con solo 9 años y guiado por su padre, se encuentran en Bucaramanga, con el profesor José Rodríguez, quien decide conformar “Los pequeños vallenatos”, del que hizo parte, entre otros, Arnulfo Briceño, Adonay Amaya y Alfonso Hernández, con quienes recorre varios países, entre ellos, Venezuela, Perú, Bolivia, Panamá, Ecuador, donde grabaron varios sencillos. Al revivirle esos momentos, al acordeonero se le aguan los ojos, al tiempo que comenta, “eso nació tan espontáneo que nuestra inocencia de niño, nos impulsó a construir, lo que luego sería, los primeros ladrillos de lo que hoy somos”.
A los 13 años se retira de esa agrupación, que se convirtió en la primera propuesta infantil, que presentó la música vallenata en vivo y grabación, debido a los serios quebrantos de salud que sufrió su padre.
Vuelve a su lugar de origen, al tiempo que llega un doloroso momento, el fallecimiento de quien fue su primer guiador y aprendió, los primeros secretos de ese instrumento y el vallenato. Cuando rememora la imagen de su padre, se estremece al decir, “fue el golpe más fuerte que he recibido, junto con el de mi madre. A mi padre lo perdí siendo un niño, a Dioselina de Jesús, ya siendo un hombre, pero esos golpes siguen frescos en el alma”.
En medio de esa tristeza, se une a los hermanos Almanza, quienes tenían un acordeón de dos hileras, el cual se daño. En esa búsqueda, para hallar quien lo arreglara, se encuentra con quien sería su ángel salvador, Calixto Ochoa Campo, un músico de Valencia de Jesús-Cesar, quien además de ser un acordeonero, era el mejor técnico que operaba esos instrumentos. Así lo rememora Gutiérrez Vital, “Cuando conocí a Calixto Ochoa vi la figura de mi padre”. Él, un hombre de una nobleza inmensa, que no le cabía en el cuerpo, me dio posada, alimento y, ante todo, la protección que solo un buen padre puede dar. Eso es lo que él significa para mí.
Ese encuentro a principio de los años 60, le permitió unir dos mundos creativos, lo que dio paso a construir lo que sería, el grupo musical más destacado del Caribe Colombiano: “Los Corraleros del Majagual”, del que sería junto a Calixto Ochoa y Cesar Castro, uno de sus creadores.
En discos Fuentes duró cuatro años, en donde esa agrupación musical, logró destacarse como el soporte de la música del Caribe, en donde su voz, canciones e interpretación del acordeón. En 1965 llegó a discos Sonolux y su aporte interpretativo dejó a “La Banda Borracha” de Wilson Sánchez Molina como la muestra más importante de su paso por esa disquera, donde duró tres años. En 1968 ingresó a Codiscos, donde realizó el aporte más significativo para la música vallenata, al darle paso a “los romances”, expresión que elevó a esa música a un importante grado de modernidad y siguió a través de “Los Caporales del Magdalena”, en la divulgación de la música de la Sabana.
Su vida de caminante, entre los sellos disqueros se hizo evidente, lo que lo llevó a producir más de 120 grabaciones, que lo ponen en un sitial importante de la discografía nacional.
En el Festival de la Leyenda vallenata ganó tres veces, 1974, 1978 y 1986, en donde ratificó su talento y a la vez se demuestra, que los organizadores del mismo, nunca han usado una estrategia en contra de su exposición musical. Cuando le tocan el tema del Festival manifiesta, “ya eso hace parte del pasado. Cuando participé, fui con el único anhelo de aportar al crecimiento de ese evento. Cuando gané, estoy seguro, que di lo mejor de mí, para bien de una música que quiero tanto y también vi como ese aporte mío, podía demostrarle, a quienes nunca me vieron como un grande del vallenato, que podía tocar esa música como si hubiera nacido en Valledupar”.
Ha ganado tres congos de oro del carnaval de Barranquilla, dos tréboles de oro y un califa de oro en México, cinco guaicaipuro de oro en Venezuela, al exponer lo mejor de su creatividad musical. Nominado en el 2007 en la Categoría Cumbia-Vallenato/Álbum con el producto “El más grande entre los grandes”. En 1991 y 1992 fue proclamado en Alemania
En 1974 se casó con Cecilia Moscote con quien tiene dos hijos, Alfredo Rolando y Neris Cecilia. Fue una relación, que tuvo muchos contratiempos, los cuales, gracias al amor, pudieron ser vencidos.
Su vida está llena de música. Sin temor Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, es un elegido para divulgar las diversas expresiones rítmicas y dancísticas, que existen en los rincones más olvidados del Caribe Colombiano. Su permanencia se debe a la disciplina que ha sido como un faro.
Todo eso que ha hecho Gutiérrez Vital, es un referente especial que sirve de buen ejemplo, a muchas generaciones que lo han visto como un buen ejemplo a seguir.
Con más de seis décadas a cuesta, en donde la música es su único camino, Alfredo de Jesús, recibió un homenaje por parte de la tierra Guajira, a través de la Gobernación y la dirección de Cultura, Juventud y Género, que lo declararon “hijo ilustre” de esta tierra, igual lo hizo el Festival Cuna de Acordeones, dirigido por Félix Lafaurie y el alcalde de Villanueva, Luis Alberto Baquero.
Esa noche del merecido homenaje, Gutiérrez Vital fue un Guajiro más, que se entregó como si fuera la primera vez, que estuviera al frente de ese instrumento, que lo sonsacó desde niño, para convertirlo en una “Leyenda Viva” como lo dijera el escritor Fausto Pérez, su biógrafo de cabecera. Los paseos, sones, merengues y puyas, estuvieron presentes, para hacer de esa noche Villanuevera, la más vallenata.