“Sintiéndolo mucho”: ¿cortesía o hipocresía?
Cuando muere alguien decimos “sintiéndolo mucho”, expresión que puede no significar nada y darse como un cumplido, o puede estar cargada de sentimiento de pesar —como debería ser—, ya que por eso se llama pésame. Es una cruel verdad, en un mundo de mentira e hipocresía, afirmar que el muerto le duele a su familia. Así que muchas veces no sentimos nada, si acaso alivio por no estar en el lugar del muerto. De la muerte nadie se salva, y ella está tan segura de ganarnos la partida que nos da toda una vida de ventaja, sin prisa por llevarnos, porque sabe que todos tenemos un turno y, tarde o temprano, nos tocará.
Al morir un amigo o conocido vamos a su casa o a la funeraria a dar el pésame a sus familiares, después acompañamos el sepelio a la iglesia —a veces ni entramos a misa—, luego al cementerio, y de la puerta de entrada nos devolvemos, pues por mucho que hayamos querido al muerto, nadie se queda con él. Si hay vida más allá de la muerte, “no sé Ernesto, no lo sé”, como le dijo Diomedes Díaz al periodista Ernesto McCausland (ambos fallecidos). Creo que la vida termina con la muerte, y el cuerpo reducido a cenizas vuelve a la tierra. No hay más allá.
La costumbre nos impone el deber de asistir a un funeral. Las exequias son un acto social, como lo es una boda, un cumpleaños u otra celebración, al que asistimos por un acto piadoso con los familiares del finado, no por el muerto, que ya no oye, ni ve, ni siente. Acompañar a los deudos es un acto de solidaridad, y decirles “sintiéndolo mucho” una voz de consuelo para brindarles nuestro apoyo moral por la pérdida del ser querido. Es un gesto de consideración compartir la pena que, a veces, también sentimos.
¿Cómo saber si el pésame es sincero o mero formalismo social? La palabra hipocresía significa “fingir lo que no se siente”. En este contexto, será hipócrita decir “sintiéndolo mucho” cuando esa expresión no sea dicha con sinceridad; la misma expresión será auténtica cuando se manifieste con la franqueza que sale del corazón. Es imposible saberlo porque ese sentimiento dependerá de cada quien. Solo el que da el pésame sabe realmente lo que siente, no quien lo recibe. El pesar, la aflicción o el dolor dependerán de nuestra conciencia y del ánimo de cada uno.
La muerte es un suceso inevitable para el hombre. No debería preocuparnos porque hace parte de la vida, y debemos aceptarla como una realidad para convivir con ella, si al final, es lo único seguro que tenemos en la vida. La ley de la vida es nacer y morir, nada dura para siempre y todo tiene principio y final: la vida es el principio, la muerte el final.
Con frecuencia acudimos a dar el “sintiéndolo mucho” por la partida de amigos, parientes, vecinos y conocidos que se adelantaron en el tiempo porque les tocó el turno primero. La vida continúa para los que seguimos en la tierra, y entre el espacio de la vida y la muerte escribiremos nuestra historia de vida, que será la huella que dejemos a nuestro paso por este mundo.
La vida es efímera y muy corta. Cuando nos damos cuenta, se nos fue, y no tenemos la edad de los años vividos, sino la que nos falta por vivir. Es mentira que estemos preparados para recibir la muerte; nunca lo estamos. Ella llegará; no sabemos cómo, cuándo ni dónde. Es cuestión de tiempo para que nos toque nuestro turno de partir, y así como vinimos a este mundo sin nada, partiremos sin nada, excepto la pijama que llevaremos puesta en el estuche de madera que guardará nuestro cuerpo, o el jarrón que recibirá nuestras cenizas.
Vivimos la vida frenéticamente tras fama, poder, amores, dinero y somos como marionetas presas de nuestros deseos, olvidando disfrutar las cosas sencillas de la vida, más valiosas que todo aquello, como la familia, contemplar la naturaleza, dar un abrazo, disfrutar un buen vino, salir a caminar, amar, reír, llorar; en últimas, vivir, lo que a veces se nos olvida por correr tanto. Como dice la canción de Julio Iglesias: “De tanto correr por la vida sin freno, me olvidé de vivir”.
No deberíamos decir “sintiéndolo mucho”, sino “celebro mucho la vida que disfruto”, porque la vida es alegría, la muerte tristeza. Suena más real.