LA PALABRA QUE DEBEMOS GRABAR EN NUESTRO CORAZÓN
5. “Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia”. Proverbios 3.
El regalo más grande que los padres pueden dar a sus hijos es la instrucción en la Palabra de Dios. El padre le dice “hijo mío” (Prov. 3:1), y le enseña los mandamientos y los estatutos divinos, y no pensamientos personales o ideas arbitrarias. Los hijos disfrutan de una vida longeva y pacífica cuando cumplen la ley y los mandamientos de Dios.
Los padres enseñen a sus hijos a no apartarse nunca de la misericordia y de la verdad de Dios. Átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón (Prov. 3:3) es una expresión metafórica para exhortarnos a apropiar la Palabra de Dios. Debemos aprender y enseñar con diligencia la Palabra de Dios si deseamos gozar de la misericordia y la verdad de Dios en nuestra familia y comunidad.
Dios es nuestro Creador; nadie nos conoce mejor que Él. El que reconoce a Dios en todos sus caminos, recibe Su guía. Aquel que confía en Dios con todo su corazón, no se apoya en su propia prudencia (v. 5) ni es sabio en su propia opinión. Lejos de considerarse sabio, teme a Dios que es Soberano sobre la vida o la muerte del hombre. Este es el secreto para apartarse del mal y disfrutar de la plenitud de la vida.
El que reconoce a Dios, teme a Jehová y le ofrece sus bienes con gozo. Cuando presentamos a Dios primeramente los frutos y las ganancias de nuestros bienes, recibiremos bendición material además de la plenitud espiritual.
El fiel continúa su relación con el Dios vivo y Creador, a través de Jesucristo. Por lo tanto, los padres deben enseñarles a sus hijos la Palabra de Dios con esmero y ayudarles para que vivan acorde a la voluntad del Creador. Quien confía en el Dios Creador desea que sus pequeñas decisiones y elecciones se cumplan dentro de Su voluntad.
Para esto, dejan todo en Sus manos y buscan Su sabiduría. Además, Dios bendecirá y apreciará a quien ame y valore Su Palabra, sobre todo. Así mostrará al mundo cómo el Dios Todopoderoso lo guía. Bienaventurado quien reconoce a Dios en todo y obedece Sus enseñanzas. Dios les guarde.
