10. Y diles: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Yo enviaré y tomaré a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo, y pondré su trono sobre estas piedras que he escondido, y él extenderá su pabellón sobre ellas”.
Jeremías 43.
Los soberbios son egoístas para pensar e interpretar las cosas. Jeremías anuncia la voluntad de Dios, sin quitar ni añadir nada. Pero Asarías, Johanán y todos los varones soberbios acusan al profeta de ser mentiroso, afirmando que quiere entregarlos a Babilonia por incitación de Baruc. En verdad, ellos ya habían tomado la decisión de ir a Egipto y solo estaban consultando con Dios, porque estaban esperando Su aprobación.
Por esto, aunque Dios les dice que no y les advierte que allá les espera la muerte, deciden no aceptar Sus palabras con obstinación. Los humildes de corazón obedecen a la Palabra de Dios; pero los soberbios obedecen solo cuando están de acuerdo. Si seguimos en nuestra obstinación, después de haber sido advertidos por Dios, no seremos muy diferentes a los incrédulos.
No hay lugar en este mundo que no esté bajo el dominio de Dios. Johanán y los oficiales del ejército toman a Jeremías, a Baruc y al remanente de Judá y se van a Tafnes, al extremo norte de Egipto. Dios le manda a Jeremías que coloque unas piedras grandes y las cubra de barro en la puerta del palacio del faraón. Con este acto, profetiza que Dios hará que Nabucodonosor, rey de Babilonia, ponga su trono sobre esas piedras y extienda su tienda grande y lujosa sobre ellas.
El pueblo de Judá fue a Egipto por temor a los babilonios, pero Dios convocará al rey de Babilonia para destruir a Egipto. El hombre solo puede ver el presente, pero Dios conoce el futuro. El lugar más seguro es permanecer en donde nos manda el Señor.
Si bien Jeremías transmite sin falta la voluntad de Dios al pueblo de Judá, estos desobedecen. Escuchar la Palabra de Dios y no obedecer es una muestra de soberbia. Los israelitas se dirigen a Tafnes, la región egipcia, creyendo que esta será su refugio y no Dios. No obstante, la ira de Dios sigue a quienes no lo obedecen. Egipto estaba condenado a la destrucción por atacar a Su pueblo y adorar dioses.
No debemos olvidar que el mundo y todo el poder se encuentran bajo la soberanía de Dios. Solo podemos obedecer, cuando dejamos de lado la soberbia y confiamos en el Soberano absoluto.
Y la mejor decisión es obedecerlo, aunque no comprendamos Su voluntad por completo. Si confiamos en la fuerza y la riqueza del mundo, en vez de Dios, nos espera una gran catástrofe. Dios les guarde.