Asistir a un ritual funerario en áreas urbanas o rurales puede depararnos desconcertantes sorpresas emocionales. Esto puede suceder en países diversos como Venezuela, Colombia o México. Los narcos colombianos y mexicanos se hacen preparar fastuosos ritos mortuorios que incluyen costosas agrupaciones musicales y extravagantes sepulturas. Los presidiarios venezolanos que comandan los patios de las cárceles de ese país, los llamados PRAN, son despedidos con desfiles de motocicletas, andanadas de disparos y música estridente.
La muerte de estas personas no conlleva la expedición de decretos de honor, ni desfiles oficiales, ni mucho menos la publicación de obituarios en los medios impresos. Un obituario destila la esencia de la vida de una persona y refleja el valor que le da una sociedad a la vida misma y a los atributos considerados sobresalientes en la trayectoria de una persona. Estos valores son tan cambiantes como la sociedad y nos permiten observar cómo se transmite la memoria pública y qué consideramos digno de recordar en la historia de un individuo.
Como estas organizaciones violentas disponen de recursos materiales y humanos que incluyen dinero, vehículos, armas y un número proporcional de seguidores, pueden honrar a los suyos a contracorriente de lo que piensen las élites nacionales y locales. De esta forma ellos marcan la vida social generando los componentes de sus propios rituales mortuorios.
El pasado 16 de junio diversos medios de comunicación del Caribe colombiano registraron lo sucedido en un vecindario indígena del municipio de Uribía en La Guajira. Allí se celebró el segundo entierro de dos jóvenes que habían fallecido hacía varios años. El ritual no tendría nada de extraordinario si no hubiese culminado en un baile monumental amenizado por el cantante vallenato Iván Villazón. En medio de los alegres danzantes se encontraban los recipientes con los restos óseos de las personas fallecidas. Como este suceso era inédito en el territorio guajiro, causó una extensa controversia entre la población indígena. La persona a cargo de preparar este segundo velorio expresó que esta era una práctica cultural propia de la sociedad wayuu, lo cual conlleva una pregunta elemental en todo esto: ¿Es ello cierto?
Los wayuu tienen un primer y un segundo velorio. El segundo recibe el nombre de alapajaa jou jipuu. En este evento social se sacrifican reses, ovejas y cabras en números proporcionales con la riqueza de la familia del difunto. Decenas o centenares de personas son invitadas a este segundo entierro en el que se separan los huesos de la carne del cuerpo del difunto. El alma empieza a palidecer y a morir en Jepira, el Mundo Otro de los wayuu. En este funeral se mide la posición social del grupo de parientes uterinos y se reafirma su unidad y continuidad como tal. Se llora y se consumen licor y comida, pero no es considerado como un evento festivo. Las fiestas y las competencias tradicionales se desarrollan en otros momentos y ámbitos.
La música popular de acordeón no era, hasta ahora, considerada parte del protocolo propio de los ritos funerarios indígenas. Ocasionalmente, puede ocurrir que un hombre mayor en una enramada narre una historia o interprete un jayeechi ceremonial. Un jayeechi es un canto que habla de los atributos sociales de una familia o de un individuo. En él se mencionan actos de valentía, se presume de riquezas y destrezas individuales o grupales. Este canto narrativo se escucha con deleite y atención, pero no se danza.
El segundo velorio wayuu se da en un espacio sagrado que es el cementerio, y en un tiempo referencial que se conecta con las transformaciones del cuerpo y el cosmos. Ello marca una pausa con el tiempo cotidiano, el tiempo monótono del trabajo del que nos habla Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano. Es evidente hoy que algunos miembros de las nuevas generaciones wayuu se desligan progresivamente de los marcos cosmológicos y ontológicos de su pueblo. Estos jóvenes pueden poseer abundantes recursos materiales provenientes de variados tipos de comercio fronterizo, de los cargos públicos o de la contratación estatal. Quizás esta práctica se propague en el futuro inmediato y otros grupos familiares indígenas traigan a sus velorios orquestas dominicanas, agrupaciones vallenatas o grupos de reggaetón…
Los rituales funerarios wayuu son vaciados de sentido si son vistos solamente como una mera competición social de recursos materiales con otras familias indígenas. La repetición mecánica del ritual, despojada de su contenido cosmológico, conduce necesariamente a una visión pesimista de la existencia. A pesar del baile frenético de los danzantes, puede concluirse que la presentación musical de Iván Villazón en dicho acto no lo transformó en un velorio alegre, sino que se desarrolló como un concierto vacío, profano y triste.