12. Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Háblales y diles: “Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan. Así sabréis que yo soy Jehová, vuestro Dios”….
15. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron unos a otros: “¿Qué es esto?”, porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: —“Es el pan que Jehová os da para comer”.
Dios atiende la murmuración de Su pueblo, expresada en momentos de debilidad, para enseñarles quién es Él. Mientras que el faraón y los egipcios han conocido a Jehová como un juez que ciertamente castiga la dureza del corazón del hombre, Israel viene a conocer a Dios como el Señor amoroso, que atiende hasta sus peticiones más egoístas (v. 12).
La petición del pueblo escogido está lejos de ser justa; de hecho, no creen en la salvación de Dios habiendo visto Su poder (Sal. 78:17-22). Con todo, Dios es tardo para la ira; si el provee a Su pueblo con alimentos, se debe puramente a Su misericordia incondicional. Pero, de ninguna manera, podemos utilizar la gracia de Dios como pretexto para caer en el libertinaje.
El maná, el pan diario, nos enseña a depender solo de Dios. El pueblo de Israel recogerá el maná según lo que pueda comer; no sobrará al que recoja mucho, ni faltará al que recoja poco. Pese a la advertencia de no dejar para el día siguiente lo que habían recogido para un día (Éx. 16:4), algunos desobedecieron, por no creer en la fidelidad de Dios y no guardar los mandamientos y la ley de Dios (Éx. 16:28).
Mediante el Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a pedir por el pan de cada día y no por el de muchos días. Así dependemos de Dios y reconocemos Su soberanía sobre nuestra vida. Dependemos de la fidelidad de Dios, que nos provee el maná diario; Él es el autor de la vida.
A pesar de que Dios, con Su fidelidad, alimenta y viste a Israel en el desierto durante 40 años, ellos olvidan Su gracia con facilidad y se quejan constantemente, porque no logran satisfacer su ambición. Así es como se generan descontento y desobediencia en el corazón del hombre. Dios conoce y suple nuestras verdaderas necesidades, y nos guía hacia una vida abundante.
Por lo tanto, los hijos de Dios no debemos ambicionar tener cada vez más; Dios desea que le agradezcamos y nos conformemos con Su gracia. Debemos recorrer el desierto confiando en Dios con gratitud y esperanza, y sin quejarnos, hasta llegar a la tierra prometida.
Dios es un Padre misericordioso que suple nuestras necesidades a pesar de nuestras quejas. Esa es la gracia de Dios que vivimos cada día. Dios les guarde.