Entre un monarca y un Presidente hay una notable diferencia. El Rey es vitalicio y su poder heredado por linaje de familia; al Presidente lo elige el pueblo para gobernar por un periodo determinado. El día de su posesión Gustavo Petro juró cumplir la Constitución y leyes de Colombia. Dieciocho meses después esa promesa ha sido incumplida por su actitud y las actuaciones de su gobierno que dejan mucho que desear en quien ostenta la más alta dignidad del Estado.
La Constitución y las leyes son la base del Estado Social de Derecho y limitan el poder del Presidente en una democracia, tanto que el Presidente no puede hacer lo que quiera sino lo que esa Constitución y leyes le permiten. Un Presidente no puede presionar a la Corte Suprema de Justicia para que nombre Fiscal General; debe acatar la orden de suspensión contra un ministro de su gobierno emitida por la Procuraduría. Y debe respetar la autonomía e independencia de la Fiscalía General de la Nación y de los demás poderes públicos.
La primera dama no es funcionaria del gobierno para cumplir misión oficial y recibir pago de viáticos y gastos de viaje con recursos públicos. El Presidente representa la unidad de la nación y no puede discriminar entre gobernadores y alcaldes afectos o no a su línea política, para quitar recursos del presupuesto a entidades regionales o municipales. El Presidente debe nombrar como embajador a quien cumpla los requisitos para el cargo, no a personas cuestionadas moral o éticamente como el señor Armando Benedetti, y no debería proteger nombrando en cargos públicos a subalternos suyos actualmente investigados penalmente, como el mismo Benedetti y la señora Laura Sarabia.
Ninguna autoridad pública está por encima de la Constitución y puede hacer lo que le venga en gana. La conducta oficial de las autoridades y sus actos son sujeto de controles penal, disciplinario, administrativo y político. Colombia no es un Reino sino una República y el Presidente el primer ciudadano obligado a cumplir el orden constitucional y respetar las instituciones legítimas de la democracia. Todo lo que el Presidente no puede o no debe hacer está prohibido en el artículo 6 de la Constitución que lo hace responsable por acción u omisión de infringir la Constitución y las leyes.
En una democracia la separación de poderes implica que el poder público se ejerza por organismos autónomos e independientes. La democracia se funda en un sistema de pesos y contrapesos que permite que un poder controle al otro, y en donde las decisiones se toman por mayoría y ningún poder puede imponer a otro su voluntad. El Presidente no es el jefe del Fiscal como equivocadamente lo manifestó.
El Presidente es el jefe del gobierno, no de las Cortes ni de los jueces que pertenecen al poder judicial; tampoco del Congreso que representa el poder legislativo. Es jefe del Estado para el manejo de las relaciones exteriores de la nación y los compromisos internacionales con otros Estados, lo que no significa que sea el jefe de las otras ramas del poder y sus entidades.
El Congreso debe hacer control político al gobierno pero esto al Presidente no le gusta. No le agrada que las Cortes tumben sus leyes. Le molesta que la prensa investigue y denuncie hechos de corrupción del gobierno. No le gusta que la Fiscalía investigue a su hijo Nicolás por la presunta financiación ilícita de su campaña, ni a aliados políticos o colaboradores suyos, por conductas presuntamente delictivas.
Cuando en un sistema democrático el Presidente no tiene gobernabilidad para conseguir la aprobación de iniciativas, reformas o leyes, lo correctamente político es concertar con la oposición, pero no pretender el gobierno querer imponer su voluntad sobre las mayorías porque deja de ser democrático para convertirse en un régimen dictatorial. Petro es un Presidente egocentrista que se cree superior a los demás y dueño de la razón y, por eso, que está por sobre los demás poderes y puede irrespetarlos como hace con la Corte Suprema y la Procuraduría. Su conducta muestra un talante autoritario que no le ayuda a gobernar, lo aísla de sus ministros y desconecta de la realidad nacional. El Presidente no asume la autocrítica para corregir errores ni atiende las críticas de la oposición o de los medios para cambiar el rumbo de su gobierno. Envía un pésimo mensaje con su actitud de no respetar las demás instituciones, y da mal ejemplo de impuntualidad al llegar tarde a eventos oficiales, e incumplir el compromiso del gobierno con los juegos Panamericanos de Barranquilla. La gente empieza a sentir frustración porque no ve el cambio prometido. Dos años y medio faltan para terminar este gobierno “progresista” y Petro pasará a la historia no por lo que hizo sino como el Presidente que se creyó Rey en una democracia.