Edicion noviembre 14, 2024

Comparte

Columnista – Arcesio Romero Pérez

Votar por convicción es la forma más válida de expresar la voluntad del ciudadano. Solo así cobra importancia su aporte infinitesimal en la consolidación de la democracia moderna. En el país del #PlataEsPlata, votar por decencia es un mayúsculo desafío. Es, por demás, un reto que nos obliga a decidirnos en rebeldía por el mejor candidato y la mejor propuesta. Pues, como es bien sabido, la demanda ciudadana que los guajiros reclaman no es nada más que la responsabilidad del sufragante y la activación del voto como ignición del motor de la revolución social, moral y cultural que nos pueda conducir por los senderos de la prosperidad y la equidad.

Publicidad

Para lograr ese fin, urge emprender una gran misión: formar al ciudadano en educación política, pues en esencia, la democracia no puede funcionar sin el entendimiento ilustrado de los electores. De esa manera se evitará que sigan gobernando “los mismos de siempre”, los que no son nadie más que los Frankenstein construidos por nosotros, por los “nadies votantes” de ilusiones y promesas en el efímero desierto del pesar y las lamentaciones.

La estupidez colectiva más aberrante es la fiesta electoral. Es el jolgorio donde la “valorada” persona del común se aglutina, danza y se embriaga con el triunfo de un político aparentemente próximo, pero tan distante compromisario con los destinos de una región que yace condenada al olvido. Desconocen los de “ruana” que ser espectador de un convite no los hace protagonistas de su futuro; pues, el nuevo ungido, solo dibuja en el lienzo sus intereses, y los que prestamistas y contratistas le impongan a través del título valor que representa la palabra empeñada.

En las democracias tropicales, la imposibilidad de tener un pueblo instruido debe romperse con la única vacuna eficaz de acabar el analfabetismo electoral: la educación. En otras palabras, el remedio al mal de no saber elegir es la formación, a mediano o largo plazo, de un colectivo libre de las ataduras de un sistema de señores y siervos, donde los últimos son sometidos a los caprichos del hombre del maletín que, cada cuatro años, vitorea la ilicitud sustancial el último domingo de octubre. En una jornada animada por la comunión del “todo vale y todo se puede” capaz de paliar las afugias de un pueblo sediento de soluciones mágicas a todos sus problemas.

Publicidad

En Colombia, contrario a lo planteado por Kierkegaard, la libertad no es parte fundamental de la existencia humana y mucho menos en el elector. Para superar esta crisis, se debe avanzar hacia un nuevo paradigma, en el cual, votar sea una responsabilidad sustantiva que no pueda ser inducida por las encuestas y sus tendencias, o por los políticos enquistados gracias a las prebendas y beneficios marginales de un sistema enfermo y moribundo. ¡No, definitivamente no! El acto de expresarse en el cubículo debe ser un compromiso motivado por un bien superior: la Nación. Debe ser acto de confesión ante el “Yo demócrata” que invite a soñar con un país donde se pueda volver a pescar de noche, caminar tranquilos por sus ciudades, y sentarse por las tardes en el frente de las casas de los pueblos del Caribe, o por qué no, dibujar un escenario optimista donde confiemos en los gobernantes.

Para lograr alcanzar esa quimera, no es necesario adherirse a los favoritos de los sondeos de las redes sociales, y renunciar a la coherencia ideológica en desmedro de los candidatos “limpios y sin opción aparente”. No, el eje central de esa nueva visión debe ser un ciudadano pensante y libre, con capacidad de discernimiento y con vocación para defender la democracia más allá de las comparsas carnavalescas que representan las elecciones. Los tiempos modernos demandan un elector que no se deje guiar por el sofisma de las emociones o por el embrujo de la demagogia y el populismo. Se requiere de un pueblo consciente de que su expresión en las urnas esté en función de las mejores propuestas de gobierno. Por esas razones, los invito a votar este domingo por quienes cumplan a cabalidad con esas premisas. Si, así ese acto, según las encuestas, los analistas y porfiados pregoneros, signifique “perder el voto o convertirlo en inútil”.

En conclusión, este octubre lluvioso y aciago puede representar para los guajiros la oportunidad de demostrar su libertad de expresión y la capacidad de elegir a sus alcaldes, concejales, ediles, diputados y gobernador, basados en la cualificación programática, y no entusiasmados por la mera simpatía, el agradecimiento, el dinero o el sirirí del querer ganar. Porque como decía una señora distinguida de mi pueblo que nunca votó por los alcaldes triunfadores: “perder habiendo votado por el mejor, siempre será la mejor de las ganancias”.

 

noticias relacionadas

Consulta Virtual

¿Considera que el turismo es el principal potencial de La Guajira?

ULTIMAS NOTICIAS