“En la naturaleza no hay recompensas ni castigos, hay consecuencias”
Robert Green Ingersoll
El Titanic fue botado al mar en 1912 y para su época fue considerado el barco de pasajeros más grande y lujoso. En su viaje inaugural de Southampton a Nueva York, la noche del 14 de abril de 2012 naufrago en el Atlántico norte llevándose consigo al fondo del mar a 1496 almas. Algunos de los hombres más ricos del mundo y prominentes miembros de la aristocracia viajaban en las cabinas más costosas de la clase uno del trasatlántico,
Más de un siglo después, el pasado 18 de junio fue lanzado el sumergible “Titan” a las profundidades del mismo océano rumbo a la zona donde yacen los fierros oxidados del Titanic a 4000 metros de profundidad. En la pequeña embarcación de 6.5 metros de eslora iban cinco excéntricos multimillonarios que pagaron 250 mil dólares por su pasaje a la muerte.
La historia se repite en tiempo y circunstancias distintos. En 1912 Bruce Ismay constructor del Titanic dijo “ni Dios podrá hundirlo” refiriéndose a la estructura de su barco, y Stockton Rush tripulante del Titán solía repetir una de las frases de Douglas MacArthur “serás recordado por las reglas que rompas”. En ambos eventos catastróficos el mar fue superior al talento humano y cobró cara la vida de gente muy adinerada que viajaba en las dos naves.
El mundo vivió expectante cinco días a la espera de que el Titan fuera rescatado pero las labores de salvamento resultaron inútiles, y el jueves anterior se conoció la trágica noticia de que sus ocupantes estaban muertos y sus cuerpos imposible de rescatar de las gélidas aguas del océano Atlántico, que será su tumba como la de los 1500 muertos del Titanic.
Parece que 111 años después todavía el Titanic ejerce una especie de embrujo o fascinación y un sino trágico a todo lo que lo rodea. El hombre en su soberbia se enfrenta con la naturaleza y desafía su poder tratando de superar las leyes que la rigen, como este acto de penetrar hasta los confines del mar profundo en una aventura loca de estos millonarios que termina en tragedia al encontrar la muerte encapsulados en un “ataúd” de fibra de carbono llamado “Titán”, pequeño sumergible que es sellado desde afuera y de donde es imposible escapar en caso de que algo falle. Fue la crónica de una tragedia anunciada ya que de antemano se sabe que si algo no sale bien el precio será la vida de sus ocupantes, y finalmente paso lo peor y es que el sumergible implosiono muriendo sus pasajeros.
Explican los científicos que una implosión es una contracción de un objeto hacia su centro debido a la presión externa a la que esta sometido, en este caso la ejercida sobre el Titan por el brutal peso de las aguas del mar en todos los flancos del sumergible, considerando la profundidad a la que estaba en ese momento, muriendo en menos de un segundo sus ocupantes quienes prácticamente se desintegran. La implosión es lo contrario de una explosión, es una explosión pero hacia adentro no hacia afuera.
Eso dicen los expertos fue lo que ocurrió y pasaremos días, meses y años escuchando toda clase de explicaciones de porque ocurrió o no debió pasar esta tragedia. Ya nada puede hacerse y sus ocupantes murieron y solo ellos en vida fueron los únicos responsables de sus vidas; se dejaron llevar de su espíritu aventurero, por la ambición y el ego de figurar en las portadas del mundo como los héroes de la hazaña de vencer las profundidades del mar y de ser “privilegiados” de poder ver sumergido los restos del Titanic en el fondo del mar. Que caro les salio el paseo no solo por lo que pagaron sino por el costo de sus vidas, y los titulares de prensa terminaron registrando la tragedia y ninguna hazaña. Que pasaje tan caro a la eternidad.
Perdidos en el fondo del océano me imagino la angustia que sintieron estas pobres almas cuando se percataron de la situación extrema de peligro que enfrentaban (si acaso se dieron cuenta); las recriminaciones de los pasajeros al capitán por las fallas de su sumergible; la culpa del padre con su hijo que no quería viajar por haberlo obligado a hacerlo; los lamentos a su mala suerte por tocarle a ellos y no a otros que viajaron anteriormente en el Titan. La zozobra, el terror a morir, temor a Dios en ese momento, arrepentimiento, fueron sentimientos juntos al verle el rostro a la muerte allá abajo. Y en medio de la oscuridad total de esa profundidad debieron recorrer mentalmente su vida, los recuerdos, la familia y sentir que lo peor era no poder escapar y tener una segunda oportunidad. El mar indomable – parte de la naturaleza – fue superior a sus espíritus y se los trago.
A Bruce Ismay y a Stockton Rush los mato la boca. Fueron derrotados por la soberbia de sus palabras y ante la tragedia tuvieron que tragárselas y aceptar que la fuerza de la naturaleza es superior a la humana; un iceberg y la presión atmosférica a más de 3000 metros de profundidad en el mar fueron su “tapabocas”. Es muy simple, es el poder superior de la naturaleza y las consecuencias de desafiarla.
Reflexión final, servirá esta tragedia servirá para que el hombre sea consciente de la limitación de sus fuerzas frente a la naturaleza? a la que jamás podrá superar ni con todo el dinero ni la tecnología de este mundo, y ¿hasta dónde desafiara el ser humano sus leyes y la voluntad de Dios que nos hizo mortales pero a la naturaleza le dio el poder eterno y descomunal del universo.