Edicion septiembre 20, 2024

El desierto de los huesos secos

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Columnista – Arcesio Romero Pérez

En un pasaje de las sagradas escrituras, Ezequiel 37, se habla sobre un valle lleno de huesos secos. El profeta, al referirse a esos huesos, clamó: “Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová”. El simbolismo bíblico sobre ese pasaje cobre significancia supina en los pasajes de la marginalidad que afronta el departamento del olvido, La Guajira.

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Para ser libres de la dejadez existencial, los guajiros y guajiras no solo necesitan cubrir sus huesos con las carnes y la piel de la limosna, es necesario abrir las sepulturas del atraso que languidecen su belleza y esplendor natural. Y así, en un acto de constricción y sanación, el mismo Jehová de Ezequiel, pondrá a los falsos dirigentes en sabáticas circunstancias y en perenne reposo público, y hará que recobren las carnes en los quejumbrosos y la piel del infante moribundo se cubra de lozanía en nuestros valles y desiertos. Si, regar una tierra, donde la única sentencia que se cumple es la de dejar morir el futuro por la inanición alimentaria, la inacción estatal y la acción malévola del nuestro peor enemigo: el Yo egoísta y procrastinador que habita en el interior del alma guajira.

Solo con el concurso de sus habitantes y la construcción de un discurso único de propósitos y objetivos, el desierto de los huecos secos de La Guajira podrá recobrar su vitalidad y energía. En las próximas elecciones territoriales, la prioridad debe ser juntar voluntades a manera de tendones sobre los roídos esqueletos de la miseria y la exclusión. De esa forma, la carne y la piel del bienestar cubrirán el destino de una región huérfana y a la vez prodiga, sedienta y hambrienta de espíritu. Una península que yace recostada sobre las dunas ardientes de la sin razón, sin ganas de vivir y soñar, distinguida por los infortunios y regocijada, a plácido placer parásito, por las migajas del Dios de la misericordia y el asistencialismo: “el Estado colombiano”.

Los políticos deben tener en cuenta que prometer no es profetizar, pues las palabras cuando no vienen cargadas de compromisos y disciplina no se transforman en acción y realidades. Acción y realidades, que necesariamente requieren a los mejores como líderes, y el discernimiento y la unificación colectiva alrededor de un solo fin, para que, tal como en similitud al pasaje de Ezequiel, el espíritu del desarrollo y la prosperidad vengan de los cuatro vientos, y nutra de energía cada hueso de los desposeídos y desarraigados. Además, para que la esperanza no perezca de sed y la sequía no sea el cobertor de los valles de una región, que, como la tierra de Israel, merece un futuro y un espacio redentor en la entelequia que el mesías progresista llama “potencia mundial de la vida”.

La Guajira, es una región, donde vivir es un privilegio, pero a la vez es un ancla enterrada en la arena que obliga a cada polizón de este barco a parecer por las inclemencias de la indiferencia, el abandono y el señalamiento de una nación que únicamente expresa sensibilidad y solidaridad durante los pocos minutos que dedican los noticieros televisivos y radiales a las desgracias del desierto de los huesos secos. Por lo tanto, se requiere con urgencia el concurso de los “Ezequiel” de la política para que la humedad tiñe de fertilidad los valles y campos y rebrote la carne, la piel y el espíritu sobre la osamenta de una gente cansada de tener fe en sus falsos profetas, en quienes han diezmado sus ilusiones y han generado tantas cosechas perdidas en esta tierra de promisión.

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