Edicion octubre 8, 2024

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Columnista – Arcesio Romero Pérez

El titular de la última obra del semiólogo italiano Umberto Eco recobra validez para analizar la política y la sociedad a través del entendimiento de la actualidad. Lo anterior, a partir de la perspectiva del dramático ciclo de la evolución, o involución moderna, y la forma de consolidar la organización del entramado social y el aprendizaje intrínseco de la supervivencia del hombre. Eco a través de Crónicas para el futuro que nos espera, plantea un valioso diagnóstico sobre la aturdida realidad que vivimos y los demonios que conllevan a la confección de un mundo nada civilizado y próspero.

Las reflexiones, interpretaciones y observaciones del autor son muy propicias para entender un mundo sin rumbo, naufrago en las aguas del relativismo y al vaivén de las olas de la apariencia y la visibilidad. Un lugar en la existencia donde lo profano es lo sustantivo y la estupidez reina de la mano de la ignominia, la ceguera y la displasia moral que generan el nuevo cáncer de la sociedad. La nueva enfermedad es el individualismo desenfrenado-político, económico y social- en el que nadie es compañero de camino de nadie, si no antagonistas pusilánimes de los cuales deben cuidarse hasta sus propias sombras y temores.

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En La Guajira, la política ha vivido viento a favor de la acechanza del oscurantismo, de las nubes negras de la marginalidad y la insatisfacción de una población que en silencio inocente sufre el abandonado de su suerte. Hoy regresan al escenario los mismos victimarios de la política del pretérito a repetir los discursos reposados en los baúles de sus abuelos y a presentar fórmulas mágicas para solucionar todos y cada uno de los problemas, en una alquimia culebrera que descrestaría al mismismo Melquiades de Cien años de Soledad. Se presenta ahora como gitanos pregoneros de la nueva verdad, acompañados de sus hijos y otros herederos, al Macondo guajiro, con vestiduras renovadas y camionetas perfumadas por el olor a nuevo a deslumbrar con el oropel del papel moneda a los amantes del entusiasmo y del bullicio, a congraciarse con los abrazos y besos ameritan los recuentros, y a ataviar con las gorras millonarias y los pendones de beneplácito a los a los mercaderes de la logística y a los pastores de incautos seguidores que, vendados por las multicolores formas partidistas, no son capaces de identificar el disfraz con el que los políticos cubren las ilusiones perdidas de una sociedad pérdida en un país perdido.

En los próximos meses, el territorio peninsular invadido por el consumismo electoral, cargado por una inflación de precios y valores propia de la gula de un carnaval donde “la intención del voto” desfila al son de la musicalidad de la perversión de la conciencia colectiva. En ese escenario, tan nuestro y afable a los caprichos populares, el poder del ahora, representado por la “ayuda monetaria”, calma la languidez del hambre para dar lugar al regurgitar de los bolsillos repletos de frenesís y al tufillo complaciente del deber cumplido por cada votante. Por tal motivo, con la misma urgencia “manifiesta” que se expresan contractualmente, es menester que los políticos y gobernantes detengan la mirada de la historia y los efímeros gozos del pasado y se dediquen a repensar un futuro, que con seguridad danzará pendularmente en función del imán del dinero, de la ansiedad que produce la incertidumbre del “no sé y no me importa quien gane” y de las promesas repetitivas que en cada campaña electoral nos engrupen en forma de gozosos y gloriosos de un rosarios de incumplimientos.

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La torpeza notable de políticos guajira para por no querer entender la realidad, alejarse de ella, contagiarse de las frías costumbres capitalinas y fracasar en el intento de diseñar los instrumentos de política diferenciales para una población diferente que reclama formas de hacer la política diferente.

Finalmente, acudo a los títulos de varias obras de José Saramago, para afirmar que la política en La Guajira requiere más lucidez y menos ceguera, amerita atención a las intermitencias de la muerte que juega con el destino de un pueblo y dar respuesta a los reclamos de una viuda indígena que se lamenta en la caverna de la otredad. Un lugar reclamante de dignidad y el compromiso de una clase política emergente, que valore y haga plausible lo lógico y no simplemente retoce bajo el árbol somnoliente del desinterés donde los aduladores danzan alrededor de los “doctores y doctoras”, como llaman a las versiones modernas de Lisa, la diosa griega de la locura.

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