“Gracias a Dios vivo para contarlo”, comienza diciendo el Rey Vallenato Náfer Santiago Durán Díaz, quien a sus 90 años es referente nota a nota de la música interpretada con acordeón, caja y guacharaca. Sin pensarlo mucho fijó su vista en el ayer, no sin antes decir que era un privilegio ser un juglar virtuoso.
“Me siento dichoso de haber contribuido para que el folclor vallenato cada día sea más grande en el mundo. La cuota de mi familia en este campo ha sido buena y ya la evaluarán los entendidos en la materia”. Hace una pequeña pausa y continúa. “El pasado y el presente lo conozco, pero el futuro es incierto. Mis hijos son el tesoro más grande que la vida me ha dado, y lo mejor es que han seguido la línea del verdadero vallenato, ese que no se inventa, ni se compra”.
Sonríe un poco, y enseguida, da una clase de cómo han cambiado los tiempos en la música vallenata. “Antes, la música no tenía tanto valor. Era del agrado de parranderos en un círculo muy pequeño. Ahora es diferente porque gusta y los intérpretes ganan una inmensa cantidad de plata. Antes, eran más los trasnochos y los largos viajes en burros, caballos, en lanchas o carros destartalados. La plata poco se veía. Eso sí, por donde iba el corazón andaba y se llenaba de emoción”.
El viejo juglar unido a su acordeón que hace parte de su vida siguió brindando sus conceptos. “Soy un bendecido por Dios. Gracias a la música vallenata he alcanzado grandes honores porque todavía a mi edad sigo tocando y componiendo, dejando que la inspiración fluya en mi alma, pero esta vez dedicada a la iglesia, porque Dios es mi fortaleza”.
‘Sin ti’, marca la pauta
Entró en el campo de la inspiración que convirtió en cantos, donde da cuenta de esas historias pueblerinas que le han brindado alegrías, tristezas, y es la prueba fehaciente de una vida registrada en la notaría de su corazón.
“Todas mis canciones me gustan, porque cuando uno compone es porque se inspira y de verdad lo siente. La lista de mis canciones es bien larga, pero la más escuchada es ‘Sin ti’, gracias a la interpretación de Carlos Vives, ese hijo del folclor que quiero mucho. Es la canción que más le gustaba a la comadre Consuelo Araujonoguera”.
Para estar acorde con la historia cuenta que esa canción se la dedicó a Rosibel Escorcia Mure, cuando tenía 20 años. “Ella, llenó todas las expectativas del amor, pero una vez me fui de correduría por largo tiempo y estando en Mompox, Bolívar, le hice la canción en tono menor. Cuando regresé, lo primero que hice fue llevarle una serenata. Ella abrió la ventana y me sonrió. Enseguida pensé que la canción había caído bien”.
Naferito llenó su cara de alegría al recordar ese momento glorioso y siguió esculcando en el recuerdo. “Después del beso y el abrazo, me contó que estaba embarazada. Ya se imagina mi felicidad. Al poco tiempo nació Denia Esther, y después 11 hijos más”. La historia de amor se graficó desde una canción en tono menor, donde dos corazones pasaron sin mucha prisa a tono mayor.
En medio del diálogo, los presentes aplaudían porque tenían al frente al hombre que se ha pasado la vida interpretando auténticas canciones vallenatas, dándoles clases de folclor a sus hijos y nietos para que no olviden sus sinceras palabras. “El patrimonio más grande que les voy a dejar es que nunca olviden el camino del folclor vallenato, para que la dinastía Durán sea eterna. No pido más que eso”.
Al hombre de roble lo vencieron las lágrimas y sobraron los pañuelos para que las borrara de su rostro, pero esas palabras salidas de lo más profundo de su alma corrían más fuertes que el río Ariguaní crecido.
Canción que lo emocionó
Después, con mayor tranquilidad, recordó las vivencias de su viaje al exterior, exactamente a Francia en el año 2009, cuando allá escuchó cantar en idioma francés su célebre canción ‘La Chimichagüera’. Terre de Chimichagua je dis à mes amis que je ne peux pas oublier. quand je me souviens de ma madame je ne peux pas oublier.
“Eso fue grandioso. ¿Quién iba a pensar que esa historia pueblerina de amores y vivencias llegara tan lejos? Se preguntó, quedándose pensativo y continuó. “Allá me acordé de Bernarda Cervantes, la mujer que tuvo un hijo conmigo, a quien le dediqué la canción. Era increíble que ese tema nacido en el seno de Chimichagua traspasara fronteras, pero así fue”.
El viejo juglar elevó su memoria al infinito con la finalidad de capturar en el aire a Rafael Orozco con Emilio Oviedo, quienes la grabaron en el año 1975, pero antes se le indicó que en el cuerpo de la canción había utilizado el francés, precisamente con la palabra ‘Madame’. “Cuando recuerdo a mi Madama, ay me dan ganas de llorar. Cuando recuerdo a mi Madama, se enguayaba Naferito”.
Sonríe y expresa. “Vea, el mundo es un pañuelo. Se me ocurrió en ese momento decirle a Bernarda, gran Señora”. Y volvió a enguayabarse Naferito, como lo narra en su canción. Esos son los recuerdos que se calcan en el alma. Los que nunca se olvidan porque la corriente del sentimiento llega justo donde se necesita el agua viva del ayer.
Náfer Durán, el Rey Vallenato en el año 1976, se quedó en su pueblo El Paso, con toda su carga de experiencia y calidad humana, intentando congelar en su corazón ese cúmulo de nostalgias y alegrías, que al fin y al cabo, son el mayor registro de aquel testamento que recibió de sus padres.
Claro está, trazando los pasos del recuerdo de aquella nota triste donde le habló directamente a Rosibel, la mujer que le hacía falta para llenarse de gozo y poder romper el horizonte del destino.