La esencia bullanguera de la gente del caribe es un atractivo singular de la alegría que se respira por estos lares.
Cada pueblo tiene sus sonidos propios, ese rumor que lo distingue y que entra en la memoria de sus habitantes, al punto que, a ojos cerrados, en medio de la oscuridad total, uno podrá siempre reconocer su zapateadero, sobre todo cuando la oscuridad repentina nos acompañó y aún nos acompaña en esas infinidades de veces, cada vez que la bendita luz se aprecia y se va.
Entre tinieblas se agudizó el oído y aprendimos a reconocer cada rumor, especialmente a nuestros pregoneros, así que sin necesidad de tener oído de tísico, desde lejos iniciamos a reconocerlos y, con la chercha a flor de piel, hasta imitarlos.
Cojooooosa, con la “o” a rastra, dice la ancestral marchanta, para saborear a los golosos de este delicioso bebedizo, cada vez más escaso; es un pregón inconfundible que nos confirma estar en casa, así que tú, “Don Antojado”, despiértate tranquilo y seguro y anda por tu pocillo, antes de que se acabe.
“Las que no necesitan abanicos”, fuerte y claro, vienen ofrecidas y de mediodía, cuando el sol está más picante que nunca y los chorros de sudor, en medio de los quehaceres y el fogaje de los anafes, recorren la entera humanidad de cualquier matrona que, en el desespero, le compra tres mantas de popelina al hábil vendedor, permitiéndose así ventilar el cuero y evitar un soponcio por el sofoco.
A estas alturas, todo lo que refresque es bien recibido: bolis de fruta de cosecha, patillazos con más hielo que fruta, tutti frutti y por supuesto, docenas y centenas de limones, que no te caen del cielo, más bien de las finquitas de Cotoprix; todo esto pregonados con orgullo, desgargantado y con el optimismo intacto, así no se hubiese hecho aún ni el nombre de Dios, para abrir las ventas del día.
El rítmico toc toc toc, de palo contra madera también tiene su significado, porque no falta el mudo que no puede gritar, pero sí trabajar y, en su carretilla, bota la basura o cualquier chéchere que quepa en ella. Este rumor, casi que de cumbia, también tiene la identidad de un pregón que compite, en franca lid, con los demás carretilleros y recicladores que con sus cuerdas vocales intactas gritan “basura”, tal como los profesionales uniformados que trabajan para la empresa pública de aseo: se paga por no dejar, porque siempre hay algo por botar y he aquí el carretillero adapto para ello. Así que si el carro de la basura se regodea ¡ambúa! Más atrás viene el mudo, el chamo, el mampano, el cojepuerca o un sin nombre, pero la basura se va.
El pan caliente, los pasteles, el zapatero, los dulces de ñame, leche y coco, el pescado fresco, el agua en botella, fruteros y verduleros, todos nos alegran el día y facilitan la cotidianidad y bienvenido sean todos, menos ellos: los pobres trabajadores de la empresa de energía, en su difícil misión de cortar la luz.
Tírenle un perro bravo y que sean sus temibles ladridos el mejor pregón de este día.