Edicion septiembre 20, 2024
Columnista - Marga Palacio Brugés

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Columnista – Marga Palacio Brugés

Una de las cosas que más distingue a la gente del caribe es, sin duda, su alegría innata y uno de los eventos donde esta alcanza su máximo esplendor es, también sin duda, el carnaval.

De forma natural, aprendimos a bailar antes de caminar, pues no nos faltó una abuela, tía o vecina que nos arrullara entre sus brazos a son de tambor y marcara las primeras clases de ritmo y gracia entre panderos, rondas y todo tipo de cánticos populares.

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Así las cosas, apenas es notable la gracia y sabor de cualquier pelaita, no falta el observador que le eche el ojo y le advierta sus dotes, apenas propicias para convertirse un día en Reina Central del Carnaval.

Desde ese momento, la Perenceja empieza a soñar con ello y a visualizarse en su comparsa, carroza, verbena, pilón etc.

La reina no tiene que ser la más linda de la comarca, ni la más alta o espigada palmera, solo se le exige gracia; es decir, que sepa temblar los hombros, remenear la cintura y sacudir la pollera, que esté siempre con la chapa pelá y que aguante chanzas y cherchas, cuando la enmaicenen y sepa aceptar uno que otro roncito que el pueblo le brinde.

Desde chirriquitica la vemos participando y ganando en cuanto concurso de baile de fiesta de barrio asista y en el colegio no hay fundingue donde esta no ande de protagonista y en la mitad, así que, como el arroz blanco, la vemos en todos lados bailando y marimondeando.

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Así las cosas, es cuestión solo de esperar que le caigan uno cuantos aguaceros y de viche pase a madura para verla debutar al son de María Varilla, Cundé Cundé o champeta y reguetón, porque ella bien claro lo debe tener y al son que le toquen, baila.

Se llama “central” y del centro debía ser.

Años atrás, el marco de la plaza y unos pocos metros más, era la cuna de nuestra reina: Nasmille y Arling lo confirman, pero luego se rompieron las barreras y solo el requisito de la gracia innata quedó vigente, así que de La Ancha pa’ allá también se vale aspirar y por eso se han coronado graciosas jovencitas que han asumido cabalmente el reto y, entre pilones y embarradores, nos han puesto a mover el esqueleto.

Ser la Reina Central del Carnaval no es como soplar y hacer botella; bajo su mando se erige una gran responsabilidad, en sus manos está el saber poner en pausa los problemas de un pueblo, para preservar una antiquísima tradición y lograr que el jolgorio sofoque al vandalaje, principal enemigo de las fiestas.

Confío en la gracia innata de las mujeres de mi tierra, en el poder de sus caderas y en la luz de sus sonrisas para encandilar la oscuridad y sacar lo mejor que hay dentro del alma de nuestra gente: la alegría.

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