Edicion octubre 10, 2024
Columnista - Marga Palacio Brugés

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Indiferencia

Columnista – Marga Palacio Brugés

Yo crecí en El Guapo, donde todos nos conocíamos y nos llamábamos por nombre.

De vaina lograba desayunar en mi casa, arepuelas de Quintina y Chicha rosada de donde Tirsa, pues la calle apremiaba pa’ el retozo.

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Aquí donde me ven, bien que hice cola pa’ esperar mi arepita, espantando la necedad del hijo de Leovigildo que, por ser el mayor de los varones, le tocaba hacer a regañadientes el mandado y hoy, ese mismo neciazo, es el orgullo de “El Guapo”, pues está facturando, con trabajo honesto, a la trocha y mocha, y en dólares.

El almuerzo y comida, perfectamente me lo podía comer en cualquier casa del vecindario, sobre todo donde Icha, la uribiera, que le encantaba regalar comida, así que mi mamá se embolataba porque mi comida de la casa se quedaba muerta de la risa, custodiada aún en el portacomidas que se usaba  para comprar el almuerzo donde Ercilia.

El único peligro latente era que, por mi eterno escándalo, pudiese ser mojada con un baldazo de agua fría del vecino Toyito, cuando le importunaba la siesta y ahí, perfectamente, podían caer hasta sus nietos, también necios, como yo.

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Si no podía con el peso de la máquina de escribir, cualquiera me ayudaba, Zipiti o Caloy, y yo les recambiaba el favor ayudándolos con una tarea de español o un resumen de história.
Una infancia y juventud serena, sencilla y feliz.

¿Qué está pasando en mi pueblo? Ella era una niña de tan solo 19 años, jugando a ser mamá.

¿Dónde están los vecinos y las viejas chismosas y acusetas del pueblo, que advierten  a los padres cuando se anda en malos pasos?

Si es que aquí nunca faltó un tío lejano o un compadre que de un tirón te enderezara el caminado.

¿Es que “a poner las quejas”, ya pasó de moda?

Bien recuerdo que cuando Cácalo, Tory o Jota se emborrachaban, piaos y rascaos los llevaban de vuelta a sus respectivas casas, sanos y salvos.

Cuando Pondo y Leonelito se daban sus bojazos en el parque, a los 5 minutos llegaba Enriquito a darse cuenta y la noticia iba a dar la bordá, hasta la 11 y los terminaban de estacar en sus casas.

Y  ni que decir  de aquella que se atreviese a encarapitarse en un carro raro, no había terminado de dar dos vueltas, cuando  ya la estaban esperando con chancleta en mano y castigo de encierro, hasta nueva orden.

No éramos santos, de eso no se trata, el punto es la comunidad que se cuida, que brinda seguridad a su infancia y juventud.

Y mi reproche es el mismo: ¡tenía solo 19 años!

Perdónenme paisanos, por el tinte triste de estas letras, pero el palo no está pa’ cuchara y de reír hoy no tengo ganas.

Han profanado nuestra playa, testimonio de risas, besos y hasta de más de un amorío furtivo, consensual y feliz…

Si la arena hablara, ¿cuántos besos contaría?, si las palmeras tuvieran memoria, ¿cuántas caricias recordarían?

Hoy se tiñe la playa de rojo y da cuenta de una crueldad jamás vista,  y así, sin son ni ton,  se escapa otra vida, bajo el silencio cómplice de la gente buena, y eso, a los ojos de Mahatma Gandhi  y de cualquier persona buena, es atroz.

Perdónanos Inés Rafaela y que  al reposar en paz, finalmente  te sientas segura, porque por aquí no fue.

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