Edicion octubre 10, 2024
Columnista - Nelson R. Amaya

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Éramos felices

Columnista – Nelson R. Amaya

Pasé mi infancia con alegría en Riohacha, en medio de mi familia y mis compañeros del colegio Divina Pastora.

Sí, éramos felices. Disfrutábamos los primeros años de la vida con tanto entusiasmo, aun cuando no conocíamos el teléfono (llegó a la ciudad como en 1964), no teníamos luz eléctrica permanente, ni tampoco acueducto, ni menos alcantarillado. Sin embargo, no los necesitábamos para hacer de la vida una llena de bellos momentos.

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A la creación del departamento en 1965, los retos de la administración eran inmensos. Iniciamos nuestra vida independiente, sin recursos propios diferentes de algunas rentas de licores, y una estructura fiscal deficitaria, atada a las decisiones del gobierno central. Ser independientes como departamento daba lástima. Esa vida política la estrenamos con el final del gobierno de Guillermo León Valencia, segundo presidente del Frente Nacional.

Cuando llegó al poder Carlos Lleras Restrepo en 1966, designó como Gobernador a Nelson Amaya, de quien llevo con inmenso orgullo nombre y apellido. Inquieto médico y recién elegido senador, no quiso dejar a oscuras la ciudad capital, y tuvo a bien proponerle al presidente Lleras el traslado de un par de plantas eléctricas que iban a ser descartadas en Zipaquirá, para que sirvieran de alivio al letargo institucional y abandono a nuestra suerte a que nos tenían tradicionalmente acostumbrados los mandatarios nacionales. Llegó la luz a Riohacha y llegaron también soluciones de vías -por primera vez se abrió paso para conectar La Florida con Distracción, vía que aún no se construye-, al igual que el impulso al turismo con el Hotel Gimaura, construido de común acuerdo con la Dirección Nacional de Turismo. Inició ese gobierno nacional la construcción de la carretera Riohacha-Santa Marta, que se entregaría en la siguiente administración nacional.

Llega luego al gobierno nacional Misael Pastrana Borrero y dota a Riohacha del acueducto tan esperado, inaugurado en 1973, establece la sede de Bienestar Familiar y amplía la cobertura de servicios públicos en varios existieran en la vida peninsular. Estábamos aislados, dejados de la voluntad política. Por ello, la creación del departamento, de la hechura del ingenio de José Ignacio Vives Echeverría, nos brindó una posibilidad de mejorar nuestra relación con el poder nacional, al contar con senadores que pudieran hacer ver nuestras falencias y demandas de obras públicas.

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Pero es solo hasta cuando se suceden las explotaciones de gas a partir de mediados de la década de los setenta cuando comenzamos a contar con rentas significativas que paliaron otra parte importante de necesidades insatisfechas. Por mucho tiempo, las regalías del gas fueron la base del presupuesto de inversión del departamento, incluso durante varios años en los que fue concomitante con aquellas del carbón.

Desde estas importantes actividades industriales, las arcas públicas han tenido flujos suficientes para atender las necesidades que durante tanto tiempo habíamos padecido. Durante las dos últimas décadas del siglo pasado y las dos primeras del que corre, es decir, por cuarenta años, La Guajira hubiera podido dotar de suficiente infraestructura a sus cabeceras municipales, impulsar proyectos productivos, hacer del turismo el factor de desarrollo que queremos hoy que sea, en fin, estar en otra condición, óptima, como sociedad. Pero no sucedió. La frustración sigue siendo grande. ¿Fueron cortas las visiones? ¿Mediocres las estrategias? ¿Ausentes e indolentes los gobiernos? ¿Primó la corrupción?

Recojo este sentimiento desesperado por la macrocefalia del gobierno local en el ámbito de la economía del departamento, que condiciona mucho de la vida regional. Ahora, cuando aparecen otros importantes protagonistas en nuestra estructura productiva energética que diversifican la presencia empresarial, debemos esperar de ellos una mejor conexión y un impacto decidido por las oportunidades balanceadas de crecimiento con protagonismo de pequeñas y medianas empresas. La responsabilidad social empresarial debe empezar a dejar su huella para nuestro futuro.

Ojalá podamos ver algún día esa península con la que soñamos. Ese mundo impactante, simbiótico de dos culturas, que se han entrelazado sanguíneamente cada día por varios siglos y nos dan nuestros rasgos, nuestro carácter, nuestra reciedumbre. Sigo soñando que podamos ser felices, como en mi infancia, ahora que voy de regreso a los recuerdos de fábulas y cuentos, de canciones y jayeechi, de embarradores y acordeones, de tinajas y yojoushi, de ríos y sequías, de mantas y wuaireñas, de vida y de muerte. Pero, sobre todo, de ilusiones y realidades.

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