Edicion octubre 6, 2024
Columnista - Nelson R. Amaya

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Las agendas ocultas

Columnista – Nelson R. Amaya

Luego de la semana santa, volver al análisis de lo ocurrido con el Mesías nos hace plantearnos que nada tan humano como Dios. Cada acción de estos seres de su creación muestra que el Supremo está en ellas. Pero no nos digamos mentiras; incluso en el odio, en la envidia, en la calumnia, en la crueldad, en la avaricia, en fin, en todo aquello que mueve la bajeza de nuestros espíritus, está ÉL.

Es demasiado obvio y cómodo encontrarlo en las actos bondadosos, en el amor -salvo al dinero- y en la generosidad -excepto la farisea-. En exceso simplista. Llevamos toda la vida justificando SU presencia en esos episodios, por no poder eludir que ÉL está en todas partes, en todas las almas y todos los momentos. Imagino que lo duro es ejercer esa potestad en el discurrir fangoso de su “mejor obra”, en la forma como serpenteamos con la maldad en las escamas, y desacreditamos a un ser tan inocente y calumniado como la culebra. Aún me pregunto por qué tanta inquina en contra de ella.

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A un ritmo pesado que enferma la columna con cargas que afectan todo tipo de vértebras, óseas y emocionales, vamos en el crecimiento del pecar, al menos con algo rescatable: el pudor. De él surge la tendencia natural al ocultamiento, a esconder las faltas, incluso de nuestras propias conciencias cuando no somos capaces de ver esos enormes maderos podridos en los ojos nuestros, al mejor estilo de la crítica cristiana coincidente con la confuciana.

Las voces interiores que nos dictan guardar las apariencias y nos hacen esconder las debilidades encuentran en la velocidad de la información moderna el megáfono para los secretos. Ya no hay mucha manera de ocultar las perversiones que todos tenemos, sin necesidad de evitar tirar las primeras piedras. La lascivia, una de los pecados favoritos de los medios de comunicación, de las redes y, claro, del demonio, lleva haciendo estragos durante toda la historia de la humanidad. No hay salón oval que se le escape, ni resentimiento femenino que evite la difusión de esos deslices.

Pero son sin duda los desafueros por el poder los que logran sacar del clóset de las cárceles las viciosas formas de hacer política, y muestran esos verdaderos seres humanos, triste y pasmosamente célebres. Las agendas ocultas dejan de serlo. Los estadounidenses son expertos en hacer conocer los actos crípticos de los colombianos, desde el proceso ocho mil, cuando una famosa grabación hecha pública garantizaba que la conversación se hacía desde un teléfono seguro. Ahora, las peleas de comadres que nuestro refranero dice que sacan las verdades, nos muestran en el escenario nacional lo que desde el corazón del Pacto Histórico se ha gestado en el aquelarre de La Picota.

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No bien termina uno de observar esta inocultable realidad de los pactos, no tan históricos ni santos que digamos, cuando es otro el gazapo que brinca al ruedo de la ignominia: el ostracismo decretado a Piedad Córdoba, recién elegida senadora de ese PH, por causas que no eran realmente reservadas; sus negocios con el régimen vecino no escaparon al escrutinio de los Estados Unidos, y sus consecuencias aparecerán más pronto que tarde. Ya las políticas se vieron, aun cuando no logran convencer a quienes vemos desde la tribuna ese descaro en hacernos creer sus afirmaciones.

Vendrán más. De todos los lados saldrán imputaciones para confirmar lo que Revel afirma, en el sentido de la estrecha relación entre oferta de información sobre quienes descuellan en el escenario político y los medios que alimentan esas hambrientas actitudes de “comer” candidato. Saciar el apetito de las caudas alimentadas con odio trastoca la verdad, desdibuja la tarea de los periodistas. No son ellos los culpables, por supuesto. Es el deseo de mostrar lo que no se tiene, lo que no se ve en nuestras propias almas, so pretexto de enrostrar lo que puede descalificar las contrarias.

Visten de frac a un investigador de historias y acciones políticas en una campaña para cazar roedores ajenos, sin que se le vaya a ocurrir mirar hacia las alcantarillas propias. Esas no. Esas tienen patente de Fajardo.

Los grandes perjudicados, como siempre, son los electores ávidos de información seria, no escandalosa. Los beneficiados, los asistentes a los tendidos, sin conocimiento ni gusto taurino, que quieren ver correr sangre, hasta la del torero.

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