Edicion septiembre 19, 2024

El miedo a hacer el oso no nos deja dar el paso

Columnista - Emilio Gutiérrez Yance

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El miedo a hacer el oso no nos deja dar el paso

Columnista – Emilio Gutiérrez Yance

A Emilio y a Esteban les cogió la noche en casa de Samuel, allí compartían animadamente, recordaban sus experiencias como policías en el departamento de Nariño y sus anécdotas como guardianes del orden. Nunca habían visto a Emilio tan conversador y expresivo, un par de traguitos le soltaron la lengua; la verdad no acostumbraba a tomar, normalmente era un tipo callado y reflexivo, más bien tímido, especialmente con las mujeres. Ya estaban entonados, Esteban volvió a insistir en retirarse, a esa hora los buses públicos ya no prestaban servicio. Emilio se sentía muy cómodo, sus amigos le brindaban confianza y seguridad, así que hablaba con desparpajo; sin embargo, haciéndole caso a Esteban decidió irse con él, le agradecieron a Samuel y a su familia, y se marcharon.

—Emilio, ¿Qué tal si nos vamos para mi casa? Y así terminamos de conversar. Sabes, desde aquí en carro estamos a unos 15 o 20 minutos —dijo Esteban.

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—Listo, de una ¡ya que afán! Busquemos un taxi —contestó Emilio.

—Espera, qué te parece si más bien caminamos hasta los colectivos y el dinero del taxi lo usamos para comprar una botella de aguardiente y el pasante, cerca de mi casa hay una tienda que suele estar abierta hasta tarde.

—¡Listo! Caminemos.

La llegada

El colectivo los dejó sobre una gran avenida, caminaron unas cuadras, encontraron la tienda abierta, compraron lo que necesitaban y avanzaron hasta la casa de Esteban. Las luces estaban encendidas, doña Estela, la mamá, les abrió y los invitó a pasar; Esteban le presentó a su amigo, ella se alegró de conocerlo y le puso a la orden su casa. Les señaló que hacía un momento Marcela había llegado de una fiesta con su amiga Diana, en ese momento ellas aparecieron sonrientes y se presentaron. Emilio quedó inmediatamente cautivado con la belleza y delicadeza de Diana, solo atinaba a mirarla y a sonreírle, se sentaron cómodamente, sirvieron bebidas y pasabocas. La conversación se tornó amena, hicieron clic rápidamente, Emilio hacía graciosos apuntes, todos le celebraban.

Las chicas se alistaron a dormir, pero antes debían llevar una mesita al cuarto de Marce, presurosos los muchachos se ofrecieron a transportarla hasta la habitación y allí siguieron hablando; ellas se sentaron encima de la cama en la cabecera mientras comentaban diversos sucesos de la fiesta. Emilio contemplaba extasiado a Diana, admiraba su sonrisa, la mirada afable, su cabello, su tono de voz, su forma de decir las cosas; hizo un apunte y se sentó en la esquina de la cama, en el borde, mirándolas, Esteban estaba detrás de él recostado en la pared.

—¿Sabes? Pareces una reina de belleza—dijo Emilio poniendo voz de conquistador.

Ella llevó sus dedos a la boca y empezó a lanzar besos graciosamente como si estuviera desfilando. Emilio levantó sus brazos tratando de atraparlos y perdió el equilibrio yéndose de espaldas en cámara lenta, mientras intentaba agarrarse del aire decía lastimeramente —Aaahhh —ellas lo miraban atónitas sin poder reaccionar, solo esperaban el golpe, ágilmente Esteban se abalanzó y lo atrapó en el aire —Sigue así con tus payasadas ja, ja —exclamó. Todos reían con aquella curiosa situación, Emilio seguía muy happy por culpa de los tragos o quizás embriagado por la belleza de Diana.
—Es que ustedes son muy “egoísticas”, solo me dejaron esta esquinita —les reclamó.

—Tranquilo, hágase aquí junto a nosotras —dijo Diana coquetamente —se queda aquí y me cuida.

—¡Ah, por supuesto! Por ti me quedo de pie en un rincón todo el tiempo que sea necesario, velaré tu sueño.

—¡Ojo, que el novio de ella es muy celoso! —manifestó Marce.

—Dianita, tus deseos son órdenes, allá voy mi bella dama—exclamó haciendo caso omiso a la recomendación y avanzó hacia ella.

—¡Eh, dejen pues la bobada! Y más bien vámonos a dormir —lo regañó Esteban, tomándolo del brazo y lo jaló hacia la puerta.
—Princesa mía, que duermas plácidamente. Que sueñes con los angelitos y con este vuestro caballero —le dijo mientras Esteban lo sujetaba, ella lo miró y le guiñó un ojo, él se fue con una inmensa sonrisa y con el pecho colmado de felicidad.

A desayunar

A la mañana siguiente lo llamaron a desayunar, rápidamente se echó un baño, por unos minutos metió su cabeza en el chorro de agua fría, estaba desolado, achantado, quería que se lo tragara la tierra —“Qué cantidad de tonterías dije anoche.! ¡Ay, juepucha! ¡Qué embarrada! Ya ni modo… creo que me tocará volarme por esta ventana” —pensó mientras veía la celosía del baño. Llegó a la mesa, todos estaban allí, lo saludaron, él no se atrevía a mirarlos a los ojos, Doña Estela le habló efusivamente mientras le servía el desayuno, él quería desaparecer detrás de la humeante taza de chocolate. Esteban lo observó y con una sonrisa maliciosa le dijo:

—¡Caballero de la mesa redonda, buenos días! Mejor, ¡Príncipe! Porque ayer estabas como un príncipe detrás de tu princesa, vuestra merced ¿qué tiene que decir? —lo tiró al ruedo a sangre fría. Emilio se puso pálido, luego, enrojeció como un tomate.

—Cof, cof —tosió, respiró profundamente y dijo — Qué pena con ustedes si dije algo bochornoso o si los hice sentir mal, me disculpan. Yo no soy así. ¡Qué vergüenza! Si mi mamá me viera —agachó la cabeza e hizo una pausa.

—¡Ay! Perdónenme si los defraudé, pero hice mi mejor esfuerzo —continuó, entonces lo miraron desorientados — lo intenté, se los juro, lo intenté, para mi desdicha ¡no pude atrapar ninguno de sus besos! —todos estallaron en una sonora carcajada suavizando el ambiente.

De regreso

Diana y Emilio salieron de aquella casa, caminaban despacio redescubriendo el vecindario a la luz del día, en busca de los buses que los llevarían a sus respectivas viviendas. Diana cargaba su mochila y sus libros, Emilio se ofreció a llevárselos, él traía también su bolso de estudiante. Realmente, los dos eran callados y discretos, cruzaron un par de palabras. —Viéndolo bien este Emilio es hasta simpático y gentil, se ve como buena gente —pensó Diana. —¡Eh! Qué linda es Dianita, qué sonrisa, como habla de rico, es un encanto. ¡Me enamoré! Qué afortunado es su novio —se dijo Emilio. Llegaron hasta la avenida, Diana tomaría un bus hacia el centro, o sea, con dirección al sur; él solo tendría que atravesar esa avenida y tomar uno hacia el norte.

—¿Cuál bus te sirve?

—Ese que viene allá —contestó Diana.

—¡Qué casualidad! A mí también me sirve ese. Vámonos juntos, yo invito —repuso sin pensarlo dos veces, aunque el bus fuera en sentido contrario.

El vehículo se detuvo, él subió detrás de ella. No había asientos disponibles, se fueron de pie hablando. Diana le indicó que se bajaba en la próxima parada donde tomaría otro bus que la llevaría a su casa, Emilio presuroso avanzó y le abrió camino entre la gente, se bajó y le tendió la mano para que descendiera.

En la acera, junto al paradero, se miraron de frente, entonces vio sus alegres ojos cafés, su esplendorosa sonrisa, su delicada figura —¡Qué belleza! Esta es la mujer de mis sueños —se dijo mientras sonreía embelesado. Ella lo miraba sonriente, le alzó las cejas un par de veces, él no entendía, con la mirada y sus manos le señaló los libros, inmediatamente se los entregó sonrojándose.
—¡Muchas gracias! La pasamos bien, cuídate. ¡Chao! —se despidió Diana.

—¡Igualmente, gracias! ¡Chao!

Diana giró y avanzó por la acera, unos pasos más adelante volvieron su cabeza y lo observó, Emilio la contemplaba paralizado —¡Rayos me miró! ¿Qué hago? Ay, ni su teléfono tengo —Ella continuó su camino, antes de doblar en la esquina nuevamente volvió a mirarlo y desapareció. Él le gritó —¡Hey Dianita! —y agitando sus manos salió corriendo desesperadamente. Ella se devolvió al escucharlo, casi se chocan en la esquina al encontrarse de frente.

—¡Hola! ¿Puedo acompañarte al bus? —le preguntó jadeando.

—¡Por supuesto! Casi que no lo dices.

—¡Oh! ¿En serio? Oye ¿No tienes mucho calor? Tomemos algo antes de que te vayas y conversamos un ratico ¿Te parece?

—¿Es una invitación? Recuerda que tengo novio.

—¡Claro! Yo lo entiendo. ¿Qué tal si nos conocemos un poquito? Solo quiero ser tu amigo… por ahora —sonrieron y avanzaron juntos conversando placenteramente.

Algunos años después, Emilio recordaba aquellos gratos momentos mientras veía el atardecer desde el balcón de su casa acompañado precisamente de una bebida a base de aguardiente. De repente, frunció el ceño, se sintió nostálgico y melancólico al revivir aquel último instante…

…Diana giró y avanzó por la acera, unos pasos más adelante volvieron su cabeza y lo observó, Emilio la contemplaba paralizado —¡Rayos me miró! ¿Qué hago? Ay, ni su teléfono tengo —Ella continuó su camino, antes de doblar en la esquina nuevamente volvió a mirarlo, él no supo que hacer, su cerebro se congeló, solo la admiraba, entonces ella desapareció. Emilio seguía atónito, cuando reaccionó cruzó la calle desorientado. Jamás los dos se volvieron a encontrar…

Se le hizo un nudo en la garganta, levantó la cabeza y miró con desilusión el atardecer, con voz temblorosa dijo:

—Ah, ¡ya sé que decirle! —y le gritó al viento —¡Hey Dianita!

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