Edicion septiembre 19, 2024
Columnista - Nelson R. Amaya

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¡Lo que nos faltaba!

Columnista – Nelson R. Amaya

Pobre La Guajira: tan lejos de Mareiwa -Dios wayúu- y tan cerca de Venezuela, parafraseamos a García Naranjo.

Lo vemos con tristeza pero sin sorpresa; ya nada despierta la exaltación anímica frente a hechos, uno tras otro, que golpean el trasegar de la vida peninsular.

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A las angustiantes y seculares carencias comunitarias, se le sumó la migración masiva de nuestros vecinos venezolanos, en número superior a ciento cincuenta mil según Migración Colombia, que nos llevó a incrementar la población total del departamento en más de  quince por ciento, léase bien,  ¡15%! Ningún otro ente territorial ha sufrido esta súbita e impactante  acumulación de personas, con la circunstancia evidente de que llegaban con una mano adelante y otra atrás, en búsqueda afanosa de comida, techo, agua, la escasa AGUA que tanto nos hace padecer por ella. Su concentración se dio, por añadidura, en poblaciones que ya acumulaban un gigantesco rezago de servicios públicos esenciales, lo que hacía más gravosa su presencia masiva e intempestiva en nuestros municipios norteños. Marginales apoyos de la solidaridad global multilateral y precarias donaciones de apoyo unilateral paliaron en algo las urgencias, sin que se constituyeran en una causa mundial efectiva por esos refugiados.

Sobrevivir en nuestro territorio, que de por sí ya era una proeza, ahora hace tránsito a una desazón incrementada: la movida estratégica de Rusia de hacer presencia en el hemisferio en tierras de su aliado Venezuela, para que nos exporten un adicional a sus ciudadanos: las intromisiones en la vida colombiana que, en paralelo a lo fronterizo ruso-ucraniano, nos moverán el poco tranquilo piso arenoso de La Guajira y  elevarán el nivel de las tensas relaciones bilaterales, agrietadas por decisiones erróneas de cortar comunicación diplomática precisamente cuando más se necesita. Las épocas de relaciones normales entre países hacen ver a los miembros de las cancillerías como unos  simples asistentes a cocteles, bebedores de buen vino y destacados contertulios literarios.  Pero es en momentos de crispación cuando se vuelve fundamental el tener embajadores y cuando se justifica mayormente su existencia.

¿Qué podemos esperar con estas visitas frecuentes de la cabeza del servicio exterior ruso a Miraflores? Su sola presencia muestra el buen momento por el que pasan las relaciones entre ambos. Incluyeron declaraciones de ilegitimidad al bloqueo norteamericano para nuestro vecino. Los temas por cubrir con Lavrov destacaron cooperación financiera, energética y militar. Con un potencial reforzamiento de la capacidad armamentística que tanto les gusta ostentar a los venezolanos, no solo a los actuales del socialismo del siglo XXI, podemos esperar cualquier cosa. Sobretodo tensión.

A nadie escapa que la descripción amenazante de la agenda debió incluir en secrecía el aumentar filtraciones hacia Colombia que se realizarán por las fronteras vastas que compartimos y que tienen una vida tan autónoma y propia que se vuelve imposible frenar. ¿Llevará a realizar operaciones militares en zonas en disputa? Puede suceder. No es teoría conspirativa. No es alarmismo ni llamado injustificado al miedo. ¿Pueden terminar por llegar los episodios que vemos cada día con despliegues armamentísticos y actividades diplomáticas en pleno invierno, al permanente verano de nuestra tierra?

Desde hace un buen tiempo, las relaciones colombo-rusas se volvieron agrias por acciones non-sanctas del Kremlin que llevaron a   denuncias nuestras con plena justificación. Y esto no para ahí. Las pretensiones del poderoso Putin, amén de querer hacerse a una despensa agrícola e industrial bien consolidada como Ucrania, lo han llevado a mostrar la garra del oso en la “mejor esquina de América”. Tienen alfiles. Tienen subalternos en la zona. Se mueve entre Venezuela, México, Cuba y Nicaragua, a sus anchas. Ya no tiene que promover una revolución que no existe. Las democracias en unos y las dictaduras en otros optaron por registrarlo como referente internacional y cooperante potencial a cualquier pretendido de Estados Unidos actual o futuro de frenar sus veleidades izquierdizantes. Desestabilizarnos no es un pretendido díscolo. Lo podríamos ver como una secuencia estratégica lógica en el actuar del autócrata, con pies en todos los lugares de la cancha mundial.

El ojo llorando y echándole sal, decía mi abuela cada vez que una situación complicada se acompañaba con la llegada de una nueva dificultad.

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