Edicion noviembre 23, 2024
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
Columnista - Nelson R. Amaya

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Columnista – Nelson R. Amaya

Suman muchas almas. Cerca de la mitad de la población del departamento de La Guajira. Varios cientos de miles de wayúus pasan su vida entre dunas, tunas y trupillos, con su pesca que con generosidad inigualable les brinda el mar,  sus cultivos de temporada, sus manadas de ovinos y caprinos en recorridos ansiosos por el agua y el mejor lugar para una sombra donde pasar los rayos del sol que curten su piel y su carácter.

Comerciantes natos, sumaron sal a sus intercambios, por el privilegio de darse como fruto natural del mar, cueros a los deseos de cubrir cuerpos, perlas a los cuellos de cisne de muchas damas. El paso del tiempo ha deteriorado su de por sí precario entorno. Y la Colombia a la cual pertenecen como ciudadanos, esa que se precia de su cultura y se enorgullece de sus artesanías y paisajes, los trata como si fueran extranjeros, como si los siguiera viendo con los mismos ojos con los que los desdeñó por varios siglos. Las cuentas las ha sacado nadie menos que los magistrados de la Corte Constitucional, quienes reiteran cada tanto los indicadores que evidencian sus deplorables condiciones de vida, sobretodo referida a la desnutrición y el hambre. El bajo, casi inexistente, poder nutricional de la colaboración gubernamental con sus organismos, condena a los wayúu a ser sub-ciudadanos de este inmisericorde monstruo estatal. Se pudre la comida en otros lugares, y al mismo tiempo se cuartean los intestinos insatisfechos de niños dejados de la ausencia de voluntad.

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No han llegado a ellos los beneficios de la industrialización minera del departamento. Sus recursos de regalías, de cientos de miles de millones, aprovechables para colaborar con sólida fundamentación social a su modo de vida, se escapan entre las manos cargadas de morrocotas y de perversidad en las que por varias décadas se han desaparecido con arte prestidigitador, ese sí, habilidoso.

El momento de aprovechar las experiencias anteriores, tan frustrantes como enardecedoras, surgió con el viento de sus tierras, aprovechable para beneficio de Colombia, la inclemente. La energía renovable, tan necesaria para el mundo, tiene que  ser la oportunidad para el balance de los rezagos de los gobiernos en pro de un apoyo real y efectivo a las condiciones de vida de nuestra etnia  bajo los principios de entender su visión del mundo, sin imponer las percepciones de cómo deberían vivir, como si su sobrevivencia no hubiera dependido más de la fortaleza de su cultura que de cualquier esquema mandatorio.

No ha bastado con desobedecer las instrucciones de la Constitucional para garantizar una vida digna a los wayúu. Aparece ahora un instrumento desastroso, que no refleja miopía sino ceguera de sus proponentes: la militarización de las zonas en las cuales se hacen los montajes y se realizarán las operaciones de las modernas estructuras eólicas. ¿A qué le temen? ¿Es un reconocimiento a la escasa deliberación sobre los beneficios sociales de los complejos industriales?

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Me atrevo a pensar que le temen a lo que más golpea a los dueños verdaderos de las tierras donde se asientan sus negocios: Miedo a la reacción que puede ocasionar en nuestra gente, pacífica pero con fortaleza cultural, el que sus empleados y contratistas transiten con comodidades en un entorno tan necesitado. Miedo a que los alimentos que no les faltarán a ellos, y que tanto escasean entre los pueblos que circundan sus zonas de producción, terminen por exasperar, no sólo a los tranquilos wayúu sino a todo aquel que de verdad se conduele de su situación.

El hambre les produce miedo. Y el recurso mediocre de poner fusiles donde deberían colocar es nutrientes, los hace aparecer como indolentes. Parece que a los inversionistas les vendieron un territorio ajeno, con maquillajes para hacerlo más atractivo,  que el viento se los quitó de la cara para desnudar las verdaderas cicatrices de la desidia gubernamental en los rostros de nuestros paisanos.

El fusil y el hambre no van bien de la mano. Porque no hay fusil que aguante un hambre injusta. Por ello, rechazo con la energía del viento la pretendida excusa de darle fuerza militar a la zona escuálida de los parques eólicos. Denle alimento, nutrición, soporte a su modus vivendi, fomento a su cultura, respeto de  buena voluntad.

Nojotsu, aríjuna.

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