
31. “Es como el grano de mostaza, que cuando se siembra es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra,
32. pero después de sembrado crece y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra”.
Marcos 4.
Al principio, el reino de Dios parece insignificante. La primera predicación del evangelio no ha sido en Jerusalén, en donde se encuentra el templo, sino en Galilea; los doce discípulos escogidos para el evangelio no son fariseos (conocedores de la ley), ni saduceos (conocedores de los ritos), ni mucho menos políticos (con riquezas y autoridad), sino simples pescadores, en su mayoría.
La semilla de mostaza es de pequeño tamaño. Jesús compara el reino de Dios con una pequeña semilla de mostaza, que crece y echa grandes ramas bajo cuya sombra moran las aves (vv. 31-32). El principio del reino de Dios podrá ser pequeño, pero su postrer estado será sumamente grande. Como lo dijo Jesús, el reino de Dios se extiende por Jerusalén, Judea, Samaria y lo último de la tierra.
Después de describir el reino de Dios con parábolas, Jesús sugiere pasar al otro lado (v. 35), la región de los gadarenos (Mc. 5:1), cumpliéndose así la parábola de la semilla de mostaza, que dice que el evangelio no permanecerá confinado en Jerusalén. Sin embargo, el barco es azotado por una tempestad, ocasionando el riesgo de hundirse. Jesús duerme muy tranquilo sobre un cabezal en la popa, pese a la tempestad.

Lo despiertan, y Jesús reprende al viento y al mar: ”¡calla, enmudece!”, y entonces, cesa el viento y sobreviene una gran calma (v. 39). Así da a conocer Su poder divino, el del Creador. Los discípulos son reprendidos también por temer y faltarle la fe. Si creemos y confiamos solo en Jesús que es el Soberano del universo, incluso en un momento temible como de tempestad, estaremos seguros.
Jesús utiliza la parábola de la semilla de mostaza para ilustrar la capacidad de expansión del reino de Dios. El evangelio del reino de Dios, que comenzó a partir del hijo de un carpintero en el pequeño pueblo de Nazaret en Israel, se difundió hasta Judea, Samaria y los confines de la tierra, transformando a numerosas personas y naciones hasta el día de hoy.
La última orden de Jesús fue: ”Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Cuando salgamos al mundo para cumplir este deber, nos enfrentaremos inevitablemente a vientos y tormentas que amenazarán nuestro camino. Sin embargo, nos acompaña el Señor de poder, que gobierna toda situación tormentosa. Poner nuestra esperanza y confianza en Él es la verdadera actitud de fe.
Jesús que trajo el reino de Dios a este mundo, es el Soberano de Su reino. Dios les guarde.






