
38. Entonces María dijo: “Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Y el ángel se fue de su presencia.
Lucas 1.
La concepción de Jesús fue una obra del Espíritu Santo. Un ángel sale al encuentro de María, una mujer virgen comprometida con José hijo de David, aunque sin consumar el matrimonio. El ángel le anuncia que concebirá un hijo que salvará al mundo (Jesús, el Hijo de Dios, el rey que se sentará en el trono de David) y reinará sobre Israel y el mundo para siempre.
El mismo Espíritu Santo viene a cumplir esta palabra. Así como Elisabet concibió, a pesar de ser estéril, no hay nada imposible para Dios, porque ciertamente Él cumple Su voluntad. María decide obedecer a la Palabra de Dios, aunque vaya más allá de sus razonamientos y la lógica humana, y aunque esto signifique que la puedan apedrear. Sin embargo, un corazón íntegro, dispuesto a obedecer la Palabra de Dios, cumple siempre la santa voluntad de Dios.
La elección de Dios se basa completamente en Su gracia. El ángel Gabriel sale al encuentro de María en Nazaret, seis meses después de haber anunciado el nacimiento de Juan. El plan salvífico de Dios se cumple por la soberanía de Dios, desde la concepción de Juan hasta la concepción y el nacimiento de Jesús. “Bendita”, “has hallado gracia” son expresiones que nos hablan de la providencia de Dios.
María queda muy sorprendida ante el mensaje del ángel, pero no se inquieta, sino que, meditando en sus palabras, inclina su oído a la voz del Señor. No es una mujer perfecta, sin mancha, pero fue escogida y bendecida por la soberana voluntad de Dios. La elección de Dios es por gracia; y todo aquel que ha sido revestido de su gracia, debe responder con gratitud y obediencia.

Cuando Dios nos habla, nuestra respuesta siempre debe ser: “¡Sí!”. No era fácil para María entender y aceptar el mensaje del ángel sobre su concepción. ¡Cuánto más, saber que el hijo que llevaría en su vientre, sería el Hijo de Dios!. Nadie estaría preparado para recibir una profecía tan inesperada como esta. María siente tanto temor y duda como cualquiera de nosotros.
Pero una palabra del ángel fue suficiente como para superarlo todo: “porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37). Y entonces, María responde: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”.
Está dispuesta a confiar en Dios y a obedecer cualquiera sea su consecuencia. El nacimiento mesiánico se ha dado en un contexto marcado por la fe y la obediencia.
El Señor no nos fuerza a que hagamos Su voluntad. Por el contrario, Él nos la muestra y nos la revela, y espera hasta que anhelemos lo mismo Él con gozo. Así, el Señor obrará y nos ayudará a consumar Su voluntad cuando elijamos lo mismo que Él desea. Este es el privilegio y la corona que se le da a quienes obedecen con alegría.
Obedecer es desear lo mismo que el Señor. Dios les guarde. Feliz Navidad.






