
“Ya van a empezar las fiestas,
las fiestas de Navidad;
y el jibarito, cantando,
a todos nos va a alegrar.”
— Aires de Navidad, Héctor Lavoe
Entre tanta fiesta decembrina, el tiempo parece escurrirse sin pedir permiso. Ya se acerca la Navidad, ese día en que los niños despiertan sonrientes junto a los regalos que, según la tradición, les trae el “Papá Dios”. Cuesta creer que hayan pasado ya tres meses desde que empezamos a escuchar el famoso estribillo “Desde septiembre se siente que viene diciembre”, con el que la radio anuncia, casi como un ritual, la llegada del fin de año. Es una época marcada por fechas entrañables: la Noche de Velitas (8 de diciembre), la Navidad (25), el Año Viejo (31) y la bienvenida al Año Nuevo (1.º de enero).
La Navidad tiene una magia propia: despierta esperanzas, renueva el ánimo y enciende una alegría espontánea, capaz de arrancarle una sonrisa incluso al más serio. Todo sucede en cámara rápida, pero deja una estela de felicidad que se percibe en las calles, en los hogares y en el espíritu de la gente. El ambiente se vuelve más chévere, la ciudad se anima y el aire empieza a oler, inevitablemente, a fiesta.
Se sienten los pasos del Año Viejo que se despide y recibimos al Año Nuevo colmados de emoción y esperanza. Es, quizá, el único momento del calendario en que el tiempo parece tener corazón: se va, pero deja regalos; llega, pero no atropella.
Personalmente, disfruto la Nochebuena del 24 en un ambiente familiar. Ayer fuimos al supermercado a comprar lo necesario para preparar la cena de Navidad, un ritual sencillo que termina convirtiéndose en un espacio de encuentro y unión. Se comparte una comida especial, se eleva una oración para agradecer al Creador por sus bendiciones y se brinda por la vida y la salud de la familia.
Los niños viven la Navidad a su manera: desbordados de ilusión, se acuestan la noche del 24 con la expectativa de encontrar, a la mañana siguiente, su regalo al pie del arbolito. Entonces se arma un verdadero carnaval de felicidad en el barrio, donde cada pequeño exhibe con orgullo el juguete que le trajo el Niño Dios. La alegría de los chiquillos no tiene comparación: para ellos es un instante de pura magia y, para los padres, la satisfacción de ver cumplidos sus deseos. A mí, en lo personal, me despierta una enorme ternura ver a mis sobrinitos felices jugando con sus regalos y, por supuesto, me trae a la memoria aquellos momentos de dicha que viví cuando era niño.

Navidad también es recordar, y recordar es volver a vivir, porque todos fuimos niños alguna vez. Debía tener cuatro o cinco años cuando desperté el 25 de diciembre y empecé a recorrer la casa en busca de mi regalo. Mi mamá, al verme inquieto, me dijo: “Busca debajo de la cama”. Y, ¡oh sorpresa!, allí estaba el obsequio que había soñado durante todo el año y que le había pedido con fe al Papá Dios: un triciclo.
Presuroso me monté en él, pero enseguida se desarmó porque no había sido bien ensamblado. Al ver las piezas regadas por el suelo, rompí en llanto y no me calmé hasta que lo armaron como debía ser. Aquel episodio quedó grabado en mi memoria como uno de los recuerdos más entrañables de mi niñez.
Para Navidad, mucha gente se desborda comprando de todo: ropa nueva para que los hijos estrenen el 8, el 24, el 25 y el 31, como manda la costumbre, además de comida y bebida en abundancia. En enero llega la inevitable resaca: al hacer cuentas, aparece el saldo en rojo y caemos en la cuenta de que se nos fue la mano, quedamos endeudados y con la tarjeta de crédito al límite. Pero, al final, no faltan quienes se consuelan diciendo: “qué importa, si la pasamos bien”.
Con el tiempo he aprendido a ejercer mayor control y a no excederme tanto en los gastos de esta época. Sin caer en la tacañería, hoy soy más mesurado a la hora de gastar; incluso, prefiero no viajar en Navidad, quedarme en casa y compartir, con calma, en familia.
Que no se pierda la magia de la Navidad. Compartamos de manera sana con amigos y vecinos, abracemos al familiar que llega de visita y valoremos esos gestos sencillos que hacen de esta fiesta algo verdaderamente hermoso. Que los niños conserven la tradición de la novena, los villancicos y la ilusión limpia de seguir creyendo en el Niño Dios.
No olvidemos que “familia es familia” y que “cariño es cariño”. Que Dios derrame abundantes bendiciones sobre los lectores, sobre la familia de Guajira News, sobre su directora, Rita Pimienta, y sobre todo su equipo de trabajo. ¡Merry Christmas!






